El misterio de Mathias Goeritz

Mathias Goeritz fue uno de los arquitectos más icónicos del siglo XX en México y uno de los principales exponentes de las nuevas corrientes constructivas, para ese entonces, como lo fue el modernismo arquitectónico y, sobre todo, la llamada “arquitectura emocional” que podemos apreciar en diferentes locaciones de la Ciudad de México y sus alrededores.

Werner Mathias Goeritz Brunner nació en Danzig, Polonia (hoy Gdansk) el 4 de abril de 1915. Al poco tiempo, su familia se mudó a Berlín, donde creció, estudió y comenzó su vida adulta profesional. Desde joven mostró interés y aptitudes por las humanidades y, aunque en un inicio estudió medicina, para 1935 obtuvo su doctorado en Filosofía e Historia del Arte y posteriormente estudió en la escuela de Artes y Oficios de Charlottenburg donde tuvo su formación artística.

Su falta de empatía por el pensamiento nazi que predominaba en la Alemania de ese entonces impulsó a que Goeritz viajara por Marruecos y, finalmente, se mudara a España donde fue cofundador de la Academia de Altamira. Ahí conoció a grandes artistas e intelectuales del momento que tampoco estaban de acuerdo con la situación política de España y con los que entabló buena amistad como fueron el pintor Joan Miró y el célebre crítico de arte Sebastià Gasch. Dichas amistades le permitieron nutrirse de nuevas formas de pensamiento, las cuales arraigó y trajo consigo al llegar a México en 1949, donde formaría parte de la matrícula de maestros de la recién formada Escuela de Arquitectura en Guadalajara, Jalisco, pero fue en 1952 cuando Goeritz se trasladó a la Ciudad de México donde realizó sus obras y radicó hasta su muerte en 1990.

El quiebre con la tradición

La llegada de Mathias Goeritz a México se dio en un momento complicado, pues la plástica nacional se encontraba en crisis debido a que los artistas consagrados del muralismo, Orozco, Rivera y Siqueiros, se oponían fervientemente a las nuevas tendencias artísticas internacionales que los jóvenes intentaban traer al país, aunado a las feroces críticas que recibían por parte del Estado que abiertamente apoyaba al estilo artístico denominado “Nacional”.

Aunque los primeros opositores del muralismo, Mérida, Tamayo, Coronel y Soriano, por mencionar algunos, no rompieron por completo con la tradición artística estatal, sí fueron un punto de partida para las siguientes generaciones, como fue el caso de la Generación de la Ruptura encabezada por Cuevas, Felguérez y García Ponce, que posteriormente marcaría las tendencias artísticas en México.[1]

Cabe mencionar que, para ese momento, Goeritz era profesor de la Facultad de Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM y con ello fungió como mentor, no sólo de nuevos arquitectos, sino de toda una generación de artistas gracias a su formación académico-profesional y su estrecho contacto con las tendencias artísticas internaciones, sin olvidar las corrientes de la Bauhaus.

La emocionalidad en la arquitectura

Hablar de arquitectura emocional no sólo es hablar de las obras escultóricas y arquitectónicas de Mathias Goeritz, sino de una forma de pensamiento que también compartían otros arquitectos y artistas de la década de 1950, como fue el caso de Luis Barragán, con quien, además de compartir una buena amistad, compartía ideas y trabajo como las icónicas Torres de Satélite.

La emocionalidad en la arquitectura de Goeritz apelaba a despertar sensaciones y sentimientos en las personas o espectadores ya que, la arquitectura por sí misma, era una obra de arte, por ello la apartaba de la idea tradicional de que las construcciones y edificios debían cumplir únicamente una función y limitarse a ésta. Por el contrario, Goeritz consideraba que las edificaciones arquitectónicas y escultóricas debían generar asombro en las personas más allá de lo estético.[2]

Cabe mencionar que Mathias Goeritz estuvo imbuido en las vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX predominantes en Europa, pero al radicar y formarse en Alemania tuvo contacto de primera mano con las corrientes que ahí se gestaron como fue el Expresionismo (aunado a su interés por las estructuras góticas y románicas que había en dicho país). Por tal motivo, el pensamiento artístico de Goeritz se vio fuertemente permeado por dicha vanguardia y, a su vez, se plasmó en su futura producción.

En este sentido, no se debe perder de vista que Mathias, además de artista también era historiador del arte y ello le permitía observar las expresiones artísticas desde su momento histórico-social y cómo las personas convivían con ellas.[3] Por tal motivo, Goeritz consideraba importante utilizar ciertos elementos como la iluminación, el color y las mismas estructuras que eran el medio para generar ambientes, los cuales estimulaban los sentidos de los espectadores para crear emociones, es decir, la llamada experiencia estética.

Los años 1952 y 53 fueron de los más importantes en la producción artística de Goeritz ya que, en dichos años, realizó la construcción del Museo Experimental El Eco, el cual pretendía romper con los prototipos que se tenían respecto a la arquitectura convencional al jugar con las formas para afectar al visitante sin que éste dejara de ser libre de sentir y, aunque la construcción del inmueble fue por encargo del empresario Daniel Mont, Goeritz buscaba que dicha construcción fuera una obra de arte habitable, impactante y, al mismo tiempo, un recinto cultural que sería llamado su obra poética plástica.

Tras la creación de El Eco, Goeritz dio a conocer el Manifiesto de la Arquitectura Emocional, en el cual planteaba los lineamientos que serían la base para todas sus obras artísticas y con el que establecía que “sólo recibiendo de la arquitectura emociones verdaderas, el hombre la volvería a considerar como un arte”.[3] Asimismo, el Museo Experimental El Eco y, en  sus propias palabras, era el eco de su estado espiritual manifestado en una obra de arte. En este sentido, Goeritz consideraba que El Eco cumplía con la integración de las artes: arquitectura, escultura, pintura y demás artes que pudieran ejercerse ahí como la danza y el teatro para conjugar las emociones. 

Tras la muerte del empresario Daniel Mont, el Museo Experimental El Eco cerró sus puertas como recinto cultural y artístico, por lo que tuvo varios dueños con los que fue bar, restaurante y, posteriormente, un cabaret, para cerrar sus puertas hasta el 2004 cuando la UNAM logró rescatar y restaurar el espacio para regresarle sus funciones originales, así como rescatar el legado de Mathias Goeritz.  

Monumentalidad en los espacios

Resulta importante recordar que, para mediados de la década de 1950, la construcción del suburbio de Ciudad Satélite se encontraba muy avanzada y que, para la creación de la entrada simbólica de dicho fraccionamiento, se tuvo la coautoría de Luis Barragán y Goeritz, quien aportó la idea y diseño de torres verticales, las cuales tenían un significado relacionado con lo divino y misterioso, intereses arraigados en el pensamiento de Mathias como lo constataron Felguérez y otros de sus colegas.[4] Es así, con la construcción de las Torres de Satélite, como comienza su etapa escultórica monumental.

Mathias Goeritz no sólo creó obras, también formó a jóvenes artistas para que hicieran sus propias creaciones y los alentó a que participaran en la Ruta de la Amistad, circuito escultórico construido en el marco de la celebración de las Olimpiadas de 1968, ubicado a lo largo del Periférico de la Ciudad de México, en el que también participaron renombrados artistas internacionales tales como el suizo Willy Guttman y elpolaco Grzegorz Kowalski.

De igual manera, se encuentra la Celosía Monumental que es parte de la entrada principal del Hotel Camino Real de Polanco, Ciudad de México, el cual fue construido por su contemporáneo, el arquitecto Ricardo Legorreta con motivo de las Olimpiadas. Con esto, se pretendía demostrar la modernidad de las construcciones en México, así como que el arte se podía contener en un espacio. Dicha visión era   una necesidad general entre intelectuales y artistas.

Posteriormente, para 1977, ya con su escuela de escultura monumental consolidada, Goeritz participó en la creación del Espacio Escultórico que se encuentra en la parte de la reserva natural de Ciudad Universitaria. En dicha edificación participaron jóvenes, pero ya renombrados artistas nacionales como Sebastián, Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Hersúa y Federico Silva. En este sentido, la historiadora del arte, la Dr. Rita Eder, considera que el Espacio Escultórico es una de las máximas expresiones escultóricas de la segunda mitad del siglo XX, además de una prueba viviente del nuevo mecenazgo del arte, ya que la Universidad Nacional Autónoma de México apostó por un nuevo tipo de arte que no era el convencional, sino abstracto.

Otro tipo de producción que tuvo Goertiz en México fue intervención y elaboración de vitrales para iglesias conventuales de la época virreinal, lo cual añadió no sólo su sello, sino parte del estilo artístico de la segunda mitad del siglo XX. Tal fue el caso de la Catedral de Cuernavaca en Morelos o la Capilla del Convento de las Capuchinas Sacramentarias del Purísimo Corazón de María ubicado en el Centro de Tlalpan en la Ciudad de México, las cuales cuentan con vitrales en colores cálidos que permiten una entrada de luz diferente a la que se esperaría de una catedral novohispana.

Asimismo, no se puede dejar de lado que Mathias Goertiz también tuvo una faceta como diseñador y escultor en pequeño formato como lo son sus colecciones de escultura en madera donde predominaba principalmente la temática religiosa, interés que siempre lo acompañó. 

El artista con “h”

Hablar de Mathias Goeritz, es hablar de un hombre que logró conjuntar muchos de los aspectos que, en cierto sentido, se han consagrado como elementos que debería tener un artista actual ya que, Goeritz fue el primer artista ejecutivo o empresario moderno que contaba con equipos de trabajo quienes realizaban las labores que delegaba de sus proyectos y diseños, con los cuales logró romper los cánones establecidos de lo que debía ser la arquitectura, escultura o el arte en general: un arte lineal y racional.

En este sentido, se podría decir que Goeritz fue un símbolo de modernidad artística, pues siempre participó de cualquier proyecto que requiriera coadyuvar el espacio social con monumentos escultóricos que, por su locación, serían vistos y generarían sentimientos en el espectador.

En una entrevista que se le realizó a Mathias Goeritz, la entrevistadora le preguntó tajantemente qué era el arte para él, a lo que burlona y sarcásticamente respondió que esa pregunta era muy compleja y difícil de responder, pero tras unos segundos afirmó que él era un “artista con ‘h’ de ‘harto’ ya que las expresiones artísticas de ese momento para él no eran arte y no le gustaban.[5] Con esto quedaba evidenciado su fuerte arraigo al arte emocional que años atrás había manifestado y que, mediante el misticismo, la espiritualidad y la religión, podría evocarse.   

 

Referencias

[1] Manrique, Jorge Alberto. Una visión del arte y de la historia. Tomo IV. UNAM: México. Pp. 75-77.
[2] Rodríguez, Carlos. Arquitectura Emocional.
[3] Manifiesto de Arquitectura Emocional
[4] Testimonio de Manuel Felguérez
[5] Testimonio de Mathias Goeritz

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