Octavio Paz: las trampas de la soledad

A Raúl Orozco

Octavio Paz Lozano es el nombre de aquel hombre ganador del premio Nobel de Literatura en 1990. ¿Qué más se puede decir sobre él? ¿Cuánto, bueno o malo, no se ha dicho ya? En pleno siglo XXI, gracias a la internet, sabemos que ha sido el único merecedor de ese premio en México. Sí, poco podemos decir al respecto pues, también, conocemos la situación de las Letras en nuestro país. Sin embargo, Octavio Paz fue un intelectual completo y, para bien o para mal, es probable que no exista un escritor o filósofo que lo iguale, con tal pasión por las letras y tanto conocimiento para debatir. Es por ello que el siguiente texto pretende alejarse un poco de los prejuicios y rememorar aún más a este escritor mexicano, quien pareció vislumbrar la soledad en la que se encontraría al morir y sí, se halla cada vez más solitario.

Es bien sabido que Octavio Paz incursionó en la poesía y el ensayo, donde “Piedra de Sol” es la obra más representativa del primer género y El laberinto de la soledad lo es para el segundo. Sus temas recurrentes fueron el amor, el erotismo, las letras, entre otros. También se sabe que era un escritor de oficio y con compromiso ya que editaba constantemente su obra. Múltiples datos se conocen respecto a su obra y muchos más sobre su vida, pero es aquí donde te pregunto, lector: ¿cuál es el fragmento de la obra de Paz que más recuerdas? Si existe alguno, te cuestiono ¿por qué? Lo cierto es que pocos lo han leído y aún menos lo van a leer, sin embargo, a continuación, enumeraré algunos de los tópicos abordados en el Laberinto de la soledad.

El laberinto de la soledad es un ensayo publicado en 1950 donde se plasma la idiosincrasia del mexicano. Paz, debo admitir, no fue el primero en hacer un exhaustivo análisis de cómo es un mexicano y por qué es así, ya que Samuel Ramos lo hizo con maestría en su obra El perfil del hombre y la cultura en México. Si bien es cierto que Ramos redactó una obra magistral, es Octavio Paz quien le da el adjetivo de solitario al mexicano y será Roger Bartra con su Jaula de la melancolía el que explore la soledad y sepa del carácter melancólico que poseemos como pueblo. Es decir, Paz es uno de los eslabones en la construcción del mexicano como un personaje.

La Chingada, sus hijos y el concepto

Saberse mexicano es saberse un hombre inmerso en tradiciones, costumbres y una visión de mundo específica, es por ello que Paz desentraña en su obra el origen y el cambio de las versiones, por llamarlo de alguna manera, del mexicano. Esta labor es realmente titánica, pues presenta la historia y como ésta nos hizo y a la vez la hicimos. A don Octavio, le debemos el análisis de la palabra chingada y de nuestro origen. En su capítulo “Los hijos de La Malinche”[1] nos hizo saber por qué para los mexicanos es tan importante el grito “¡Viva México, hijos de la Chingada!” Él apuntaba que la Chingada era una representación más de las madres mexicanas, pues La Llorona, la imagen de madre sufrida o la misma Virgen de Guadalupe son representaciones maternales para el mexicano.

Detrás de la voz “Chingada” existe, según Octavio Paz, la palabra violencia pues, por un lado, tenemos que la Chingada es la mujer violada y burlada, sí, como nuestra patria, y por el otro, la imagen del “Gran chingón” que representa un padre, nada paternal, sino como modelo de “superioridad” y quien gusta de humillar. Octavio Paz explicaba que, en sus tiempos, existía un pensamiento de “lucha violenta” en la sociedad mexicana, puesto que, más allá de “chingar o ser chingado” o del “chingaquedito”, era frecuente escuchar palabras como “morder” para hacer referencia al soborno o frases como “andar detrás de un hueso” la cual denota la condición de estar buscando un trabajo muy solicitado y ante ello,  el mexicano era un animal.

Lastimosamente, en pleno siglo XXI y después de 70 años de publicación, esa visión de mundo no ha cambiado. Actualmente, la mujer no sólo es la violada o la burlada, sino que es la desaparecida y la asesinada. No hay mucho qué decir al respecto. Quizás este capítulo es el mero testimonio, por escrito, de que nada ha cambiado; al leerlo, las fibras más sensibles son tocadas y aún hay muchos hijos de la Chingada.

La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado.[2]

El amor es por elección

Para Octavio Paz, hay una relación entre soledad y amor donde el último es, en apariencia, la forma de combatir al primero. El amor, para nuestro autor, es una creación humana y, por ende, no es algo que se dé de forma natural, sino que lo hacemos y lo deshacemos constantemente. Asimismo, anota que esta práctica limita a la mujer, es decir, la mujer no puede ser dueña de sí misma porque, dentro de nuestra visión, ella tiene un “deber ser”:

[…] la mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa, según muestra Simone de Beauvoir, pero jamás puede ser ella misma. […] Entre la mujer y nosotros se interpone un fantasma: el de su imagen, el de la imagen que nosotros hacemos de ella y con la que ella se reviste. Ni siquiera podemos tocarla como carne que se ignora a sí misma, pues entre nosotros y ella se desliza la visión dócil y servil de un cuerpo que se entrega.[3]

Esta cita nos muestra lo viciado que está el concepto de lo amoroso, es por ello que Paz afirma que el amor debiera ser una elección, aunque lo cierto es que, para nuestra sociedad, esa elección es imposible y ante ello tenemos un desastre y una catástrofe:

En nuestro tiempo el amor es escándalo y desorden, transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad del espacio. La concepción romántica del amor, que implica ruptura y catástrofe, es la única que conocemos porque todo en la sociedad impide que el amor sea libre elección.[4]

La moral, la religión, las leyes, entre otros, son algunos de los obstáculos que se presentan al amor de libre elección, según Octavio Paz. El matrimonio era, y sigue siendo, la única forma de “amor” aceptado por nuestra sociedad. Sin embargo, el amor es lo único que nos salva y nos condena, es por aquello que salimos de nosotros mismos huyendo de la soledad para realizarnos en el otro, para ser en y con el otro, porque amar es combatir.

La soledad

La soledad es el concepto que esperamos desentrañar cuando leemos el título de la obra. La soledad, como bien lo anota nuestro querido poeta, forma parte de la condición humana, es decir, no es exclusiva del mexicano, pero éste sí tiene una forma particular de expresarla. Para Paz, la máscara está es ser servil y mantenerse, al mismo tiempo, desconfiado. Los mexicanos no permiten que su intimidad se asome, necesitan estar borrachos para confesarse, pues “solo en la soledad se atreven a ser”[5] o frente al alcohol o la muerte.

 La orfandad histórica es también motivo de nostalgia y del sentimiento de soledad, por ello el culto a la Virgen de Guadalupe, figura maternal que acoge a los huérfanos y a los desprotegidos. Pero la realidad es que la soledad es un concepto universal ya que nacemos solos y morimos solos, aunque en esta transición, buscamos burlarla.

Paz afirmaba que el adolescente es la encarnación de la soledad, es la figura de nuestro héroe, la etapa de los amores, del heroísmo y del sacrificio ya que es la época del solitario, quien se abre al mundo. En contraste, el hombre maduro no es solitario, sino que, en la lucha con el trabajo diario, simplemente, se olvida de sí.

Las trampas de leer

Después de repasar un poco las ideas que plasmó nuestro único premio Nobel de Literatura, será bueno plantearnos la relevancia de leer a don Octavio. Sí, es verdad que lo tramposo de leer recae en el pacto ficcional que tenemos con el texto y la complicidad que se va generando con las ideas del autor. Lo cierto es que, en el caso de Paz, su vida privada y la política, lo han relegado a la soledad. Aquí es cuando Roland Barthes estaría muy furioso con nosotros ya que apelaría a la muerte del autor y al placer del texto.

Más allá de lo que fue o no la vida de Octavio Paz, es indudable que su obra alcanza la universalidad, no por su Nobel, sino por su labor literaria. La condición humana nos concierne como especie y, dentro de su particularidad, Paz nos regaló una radiografía de nosotros, de los mexicanos. Leerlo no sólo es un deber por el hecho de ser compatriotas, sino porque un intelectual como él, ya es difícil de hallar.

Las ideas de Paz no sólo son vigentes, sino que parecieran vaticinios sobre la sociedad en la que nos encontramos. La invitación a leer a Paz está hecha porque gracias a él sabemos que “el mundo nace cuando dos se besan”.

 

[1] Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. 24º edición. Cátedra, Madrid, 2016, pp 210-235.

[2] Ibid p 224.

[3] Ibid p 352.

[4] Ibid p 353

[5] Ibid p 216.

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