Alfredo Ramos Martínez y su melancolía pictórica

 

A finales del siglo XIX nació en Monterrey una de las figuras artísticas que sería nombrado “El padre del arte moderno”: Alfredo Ramos Martínez. Desde joven mostró aptitudes para la pintura, lo cual lo llevaría a obtener una beca para estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes donde desarrollaría lo que desde temprana edad destacó en él: su pasión por la pintura.

Para 1899, Alfredo Ramos Martínez ya había estudiado y desarrollado parte de su trayectoria artística en Mexico, principalmente en la Escuela Nacional de Bellas Artes, pero fue en este año cuando viajó a Francia para continuar sus estudios un lugar en donde, a la par de desarrollar lo anterior, conocería otras corrientes de las cuales terminaría nutriéndose.

La técnica preferida de Alfredo Ramos Martínez era la acuarela y en México explotó este medio de forma potencial incluso para participar en una serie de concursos en los que obtuvo diversos premios. Sin embargo, descubrió que en el extranjero podría desarrollar mejor su técnica y, además, ampliar sus conocimientos de acuerdo con las tendencias que existían en Francia. Fue así que los ejemplos de artistas impresionistas llamaron su atención para continuar sus estudios en Europa.

El talento y las obras de Ramos Martínez fueron observados por los ojos correctos. El mérito y talento ya lo tenía, pero necesitaba parte del financiamiento para seguir desarrollando su arte en el extranjero. Sus obras tuvieron tal alcance que incluso en alguna de las cenas que ofreció Porfirio Díaz, los manteles fueron diseñados y pintados por el artista regiomontano.

En uno de estos eventos, Phoebe Hearst, una filántropa estadounidense, feminista y sufragista, se impresionó tanto con la calidad y decoración de los manteles que pidió conocer al artista y ver otros ejemplos de su trabajo. Después de su reunión, no sólo compró todas las acuarelas de Ramos Martínez, sino que acordó proporcionar apoyo financiero para el estudio continuo del artista en París.[1]

Alfredo Ramos Martínez en Francia

La llegada de Alfredo Ramos Martínez a Francia coincidió con el inicio de un nuevo siglo y el movimiento postimpresionista. Así, a la par de que se acercaba a otros impresionistas, pudo ver de primera mano los trabajos de Van Gogh y Monet, entre otros. De igual forma, su modo de vida estaba siendo muy cómodo gracias a su francés fluido y el apoyo monetario que poseía, de esta forma podía darse el lujo de asistir a reuniones y a salones literarios y artísticos.

En una de esas visitas, conoció al poeta Rubén Darío con quien mantuvo una fuerte amistad. El mismo Darío bautizaría al pintor como “el pintor de las melancolías”, lo que coincidiría con un viaje realizado a Bélgica por parte de los dos amigos en donde Alfredo Ramírez pintaría una serie de cuadros con tintes melancólicos y sombríos influenciados por los cielos y mares de Holanda también.

Según Rubén Darío su amigo “es uno de los que pinta poemas, él no copia, él interpreta, él entiende cómo expresar la tristeza del pescador y la melancolía del pueblo”.[2]

Su formación en Francia fue prácticamente autodidacta, ya que no hay registro de una enseñanza formal. Asimismo, su amistad con Rubén Darío le permitió también acercarse a figuras como Amado Nervo, Isadora Duncan, Auguste Rodin, Pablo Picasso, entre otros.[3] Estas experiencias le dieron la oportunidad de explotar el impresionismo al cual se había estado acercando poco a poco.

Desde su pincel empezó a trabajar en piezas que se ganaron incluso la Medalla de Oro del Salón d’Automne en París, “el más importante de la época», con su obra Le Printemps. Camille Mauclair, uno de los principales críticos de la época, escribió que este pintor estaba a la altura de los mejores impresionistas de París, y su amigo Rubén Darío publica el poema “A un pintor”, dedicado a él, en El Canto Errante.[4]

Este momento que fue decisivo para el pintor le daría impulso también para comenzar a vivir y trabajar como artista plástico en París.

Alfredo Ramos Martínez vuelve a México

En 1910 vuelve a México junto con buena parte de su trabajo realizado en Europa, el cual llegó a presentar en una exposición de la Academia Nacional de Bellas Artes por el centenario de la guerra de Independencia de 1810.

La época de su regreso a México coincidió con un violento estallido, que se reflejó también en las expresiones artísticas y que fue muy evidente en la Academia de San Carlos. Los alumnos y maestros se rebelan a los sistemas clásicos de enseñanza y declaran una huelga contra “la dictadura estética”. Las ideas liberales de Ramos Martínez encajan muy bien con las expectativas de la comunidad inconforme, por lo que es elegido para participar, primero, como subdirector de la nueva etapa de la escuela, y en 1913, como director.[5]

Su nueva posición académica, pero también política, le permitió darse cuenta de los problemas nacionalistas que estaban en torno al estallido de la Revolución, que también se reflejaba en las expresiones artísticas. Pero tuvo una iniciativa respecto a las expresiones artísticas en el país, fundando una Escuela de Pintura al Aire Libre.

La Escuela de Pintura al Aire Libre

La fundación de su escuela abrió el diálogo en cuanto a las perspectivas de los artistas. Los académicos del momento no estuvieron del todo de acuerdo, ya que su sistema se basaba en el respeto a la percepción e inspiración del alumno. Su primera escuela se estableció en el barrio de Santa Anita, Iztapalapa, en donde tuvo 10 alumnos de los cuales destacan nombres como el de David Alfaro Siqueiros. Esta nueva tendencia, en cuanto a la enseñanza de la pintura, disgustó tanto que se le retiró su cargo de director de la Academia de San Carlos, lo cual le permitió establecer una segunda escuela en Chimalistac en 1914.

Estas escuelas cobraron tal valor que para 1924 contaba con maestros voluntarios de la talla de Rufino Tamayo, Francisco Díaz de León, Fernando Leal, y posteriormente, sería Plutarco Elías Calles quien patrocinara una muestra de estas escuelas en Europa y Los Ángeles. Con esto, Ramos Martínez demostró que, en efecto, la inspiración de los alumnos para plasmar sobre los lienzos todo aquello que consideraron necesario de ser reconocido fue ejemplo para ojos nacionales y extranjeros.

Los Ángeles, California

En 1929 Alfredo Ramos Martínez estuvo viviendo en Los Ángeles. Mientras buscaba un tratamiento médico para su hija, trabajó en una variedad de obras artísticas que fueron bien recibidas por la élite californiana. En este momento, su trabajo estuvo más alejado de las corrientes europeas y franceses, y se enfocó más en resaltar las expresiones mexicanas. Es en estos trazos donde mostró las preocupaciones indígenas mexicanas, a las cuales dotó de colores fuertes.

Hay una gran producción y registro de los años que se mantuvo trabajando en este país, desde obras de caballete hasta murales hechos por peticiones y fundaciones en todo California. Su producción artística no paró, y fue más bien en este momento donde los lienzos alusivos a lo mexicano se hicieron más presentes: entre colores y contrastes plasmó escenas cotidianas, rostros fuertes, rasgos indígenas y presencias fuertes.

Durante 1943 volvió a México para participar en una serie de murales y trabajos, siendo ya una figura reconocida y disputándose, incluso con otros pintores como Diego Rivera, la posición más significativa como exponentes artísticos del siglo XX en México. En este sentido, su iniciativa con las Escuelas al Aire Libre le permitió un mejor acercamiento a los nuevos artistas, así como la exposición de sus obras como muestra de que cada alumno/pintor poseía una perspectiva diferente de lo que podían observar y entender.

En 1946 se estableció en Los Ángeles para continuar trabajando. Participó en exposiciones y en murales, el último de los cuales, en el Scripps College, se conservó inconcluso como homenaje al artista, ya que falleció antes de terminarlo.

Su trabajo sin duda fue reconocido en todos los lugares en donde trabajó y vivió, desde México a Europa y su regreso al país junto con su residencia en Los Ángeles. Su trabajo, al igual que su movilidad, no se detuvo y al contrario de eso, impulsó el desarrollo de otros artistas pese a los disgustos que eso le produjo a los académicos.

Según su discípulo, Ramón Alva de la Canal, “la verdadera fuerza detrás de la pintura contemporánea mexicana fue Alfredo Ramos Martínez, no Diego Rivera”. Alfredo Ramos Martínez falleció en Los Ángeles a la edad de 73 años el 8 de noviembre de 1946.

[1] Biografía Alfredo Ramos Martínez, consultada en https://www.inverarte.com/artista/alfredo-ramos-martinez/ el 31 de octubre de 2021

[2] Sylvia Morales Ruíz, “Alfredo Ramos Martínez, el pintor de las melancolías”, en Archipiélago, Revista Cultural de Nuestra América, México, UNAM, vol. 23, núm.92, 2016, p. 66

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd., p. 67

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