Mario Vargas Llosa: “Escribir, al igual que leer, es protestar contra las insuficiencias de la vida”

Seríamos peores sin los buenos libros que hemos leído.

Mario Vargas Llosa

Hablar de Mario Vargas Llosa es hablar de un nombre imprescindible para la literatura latinoamericana. No es para menos, ya que su carta de presentación seguramente tendría algunas de estas especificaciones: parte fundamental del “boom latinoamericano”, ganador del premio Nobel de Literatura en el 2010, hombre de letras con más de 60 años de carrera y fuente controversial de perspectivas políticas.

Desde su primera publicación trascendente Los jefes (1959), el quehacer literario de Vargas Llosa se ha extendido hasta el 2019 con su novela Tiempos recios, lo que nos da muestra de una dedicación y fervor total por la literatura.

Y es que, como él ha recalcado en numerosas entrevistas y artículos, la literatura es, en gran medida, disciplina y paciencia, sobre todo, con la relación que tiene esta idea con la posibilidad literaria de mostrar los sin sabores de la vida, sus deficiencias y carencias para, quizá después, tratar de transformarla.

Un escritor en formación: sus primeros maestros

Cuando un escritor habla de sus primeros textos, queda claro que ha tenido un recorrido de lecturas que pueden provenir de los más diversos lados. Para Vargas Llosa, estas primeras voces fueron las de los realistas franceses: Alejandro Dumas, Honore Balzac, Gustave Flaubert y Stendhal, lo cual nos da una idea de la base estilística del escritor peruano y de sus intereses para la creación literaria.

En su discurso de aceptación del Premio Nobel en 2010, el autor fue claro en enumerar sus deudas con sus autores favoritos: a Flaubert le adjudica su perspectiva de que “el talento es disciplina y paciencia”; de Faulkner, que la estructura es igual o más importante que el contenido literario; de Cervantes y Thomas Mann agradece sus ejemplos de “estructuras narrativas” para hacer que el lector devore libros titánicos, finalmente, y quizá por ello más importante, de Sartre y Camus rescata que la literatura debe tener un compromiso con la realidad, pues cualquier obra carente de moral no es literatura real.

Si bien Vargas Llosa ha tenido discrepancias políticas con casi todo el mundo (¡y vaya que sí!), una buena parte de la culpa puede adjudicársele a esta encarecida postura de que la literatura no sólo debe reflejar la realidad en turno, sino que debe hacer lo posible por ser un refugio y ofrecer alternativas imaginarias, siempre lejanas y, como él mismo menciona: “inventamos las ficciones para tener las muchas vidas que quisiéramos tener”.[1]

La literatura: una misión por la realidad

A partir de sus primeras lecturas de los realistas franceses, Mario Vargas Llosa comenzó su inquietud literaria, misma que lo llevó a convertir algunos de sus primeros recuerdos en relatos. Fue en Piura, una ciudad del norte de Perú, donde escribió “cosas que en la memoria se le grabaron muy fuertemente y que después sirvieron para historias y personajes”, lo que resultó en su libro de cuentos Los jefes.

Así, bajo la tutela de esta narrativa, Vargas Llosa adoptó un estilo y desempeñó su “venganza” contra las experiencias que le hicieron darse cuenta de la realidad social de Perú. La literatura fue su arma para lidiar con el trauma del colegio Leoncio Prado, escuela militar que aparece en La ciudad y los perros, por lo que la considera como un elemento necesario para sobrellevar las carencias de la realidad. Es a partir de ese punto cuando el escritor toma en cuenta el peso de sus recuerdos para su producción literaria.

En su entrevista de 1976 para el programa español A fondo, Mario Vargas Llosa menciona: “todo lo que he escrito parte de experiencias personales, eso sólo es un punto de partida”, por lo que no considera que “pueda haber una historia totalmente imaginada”, sino que cualquier relato, por más que se aleje a nuestro tiempo (para atrás o para delante), creencias y perspectivas, siempre conservará el elemento humano, aquel que sólo funciona para brindar verosimilitud a lo que se narra. 

Para él, escribir y leer no se limita al mero hecho de comunicar y contar una historia, más bien, propone un “más allá en la realidad”, un (p)acto de sobrevivencia para aquellos que han sido golpeados por la vida.

“Los escritores se curan escribiendo novelas. […] La literatura es una de las mejores defensas que tiene el hombre contra el sufrimiento. […] Uno escribe para curarse de esas experiencias.”

Es así como su definición de literatura esclarece sus tretas narrativas, su registro metódico y su inquietud por alcanzar ese “absoluto” del que hablan varios poetas:

“Escribir vuelve natural lo extraordinario y lo extraordinario natural. Disipa el caos, embellece lo feo, eterniza la muerte y torna la muerte un espectáculo pasajero”.

La literatura, entonces, es un remedo de varias vidas, de aquellas que no somos capaces de llevar, de voces que no son la nuestra, pero que en susurros de tinta nos recuerdan que siempre hay un lugar para soñar despierto.

https://www.youtube.com/watch?v=CtbDYYfE08k

Literatura y periodismo: la diferencia está en la lengua

Pensar en la carrera de Mario Vargas Llosa es darle un lugar de privilegio al periodismo, el cual significó, quizá paradójicamente, una faceta y fuente relevante para su producción literaria. Él reconoce la importancia que ha tenido para su escritura, sobre todo porque le brindó material importante para producir un gran número de relatos, sin embargo, apunta a que la verdadera virtud del periodismo es mirar hacia la actualidad, es decir, describir e informar a los lectores sobre lo que pasa a su alrededor.

Esto crea ciertos hábitos del lenguaje que pueden resultar peligrosos, sobre todo por la diferencia que considera fundamental entre periodismo y literatura: el uso de la lengua. Mientras que para el periodista lo fundamental es ser funcional con la lengua (decir lo que conoce y nada más), el escritor, en cambio, comienza una búsqueda por nuevas posibilidades lingüísticas, nuevas imágenes y funciones de la lengua (procurar decir algo de forma innovadora).

Por último, remarca que si se usara este punto para literatura podría resultar en un empobrecimiento de la forma, el registro y la estructura, por ello, propone que la evolución del lenguaje se encuentra en el diálogo, el cual impone la forma al lenguaje y al tema. 

Acercarnos a la obra de Mario Vargas Llosa puede ser una fiesta o un encuartelamiento, un recorrido a la Amazonía Peruana o una (in)tranquila mañana en Piura, es decir, una experiencia totalmente humana y esperanzada en que al final del relato encontraremos la paz de vidas posibles.   

[1] Tomado de su discurso Elogio de la lectura y la ficción presentado en la premiación del Nobel en 2010.

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