Fragmentos del duelo: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince


La elaboración del duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia. 

Jorge Bucay[1]

 

La literatura del siglo XX y XXI en Colombia es el reflejo de los acontecimientos sociales, económicos, culturales y políticos, que han acompañado a la nación. Entre ellos se destacan la pérdida del canal de Panamá, los efectos de ruina, morales y humanos, que dejó la lucha de liberales y conservadores en la llamada Guerra de los Mil Días; aunado a esto se suma el surgimiento de grupos sociales de clase obrera industrial, petrolera y bananera, los cuales rompieron las estructuras mentales de los partidos tradicionales e ingresaron nuevas alternativas que exigieron la modernización de los campos económicos y políticos y el incremento de la democracia.

Dichos sucesos, acompañados de un país que presenta noticias de guerrillas, narcotráfico, corrupción estatal, violación de derechos humanos, asesinatos de líderes sociales, desapariciones forzadas, entre otros, se convierte en el contexto bajo el cual la literatura y otras expresiones artísticas se vuelven ejes indispensables para develar eventos inhumanos y solidaridad con las víctimas. Es así como en el universo literario surgen obras testimoniales con repercusión social o literaria entre las que se encuentra: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.

Esta obra es una narrativa en la que el escritor manifiesta hechos familiares y sentimientos de indignación por los momentos socioculturales que pasaron el país y su familia y el gran dolor por la muerte de su padre. Este último hecho hace que la obra se convierta en un discurso testimonial, mediante una voz en primera persona que le pide al lector vincularse con los recuerdos y experiencias de Abad, los cuales llevan a la superación a través del olvido y el perdón.

Al respecto conviene decir que el libro propone un duelo general que parte de las condiciones que causaron el asesinato del papá del escritor, lo cual provoca que los lectores se introduzcan con un sentimiento de comprensión al permitir el duelo de una nación caracterizada por la incomprensión y la infamia.

De estas circunstancias nace el hecho de que la obra inicie con los recuerdos de la infancia del autor y la magnífica relación con su padre, lo cual ocasiona momentos de melancolías, remembranzas de dolor, duelo y olvido, que instauran una indignación e impotencia frente a los sucesos ocurridos. Hechos que a través de la escritura quizás permitan un efecto de sanación en Abad Faciolince, quien viaja al pasado y despierta recuerdos de forma creativa como una posibilidad de aceptar el duelo desde una postura crítica y propositiva.

Según Díaz (2014), establece que:

Olvido que seremos (2006) justifica la narración de la muerte, del dolor íntimo, con la intención de que la vida de su padre sea recordada, para que el olvido […]: se aplaque un poco y tarde en borrar de la memoria a un hombre bueno. Lo asume como un deber ineludible: contar la muerte como una forma de afianzar el recuerdo, no sólo en la memoria privada de la familia, sino en la de una sociedad representada en un lector para quien posiblemente esta historia es ajena o, cuando menos, lejana.[2]

La idea es que la muerte, la memoria y el olvido son elementos claves en la obra de Abad, quien le narra a sus lectores actos que le ocurren a la sociedad y a él y no deseaba que su padre fuera olvidado en ese proceso de duelo de aquella Colombia ensangrentada y paradójicamente soñadora.  

En esa misma línea, Adolfo Castañón en su reseña: “Sobre un memorial de Héctor Abad Faciolince: El olvido que seremos” define que es un:

[…]libro catártico; su medicina vale bien como vacuna o cauterio para quienes no creen que los territorios de las Américas españolas deban seguir siempre la misma vorágine, el mismo unánime y convulso pulso.[3]

Con base en ello se puede decir que la lectura del libro de Abad Faciolince es el reflejo de que los eventos de Latinoamérica y el mundo no siempre deben ser trágicos, pues vale la pena pintar otros colores, entre los que se encuentran: la paz, el amor, la igualdad, la solidaridad, el respeto, y la confianza.

Sin embargo, en la búsqueda de esos colores Castañón[4] reafirma que la obra puede ser leída como un memorial de agravios, una novela o poema trágico, el cual anuncia la muerte sigilosamente. Afirmación que hace con base a la opinión del propio Héctor Abad Faciolince sobre la escritura de su libro El olvido que seremos:

Mi mirada es distinta: no me detengo a describir los detalles del acto violento, sino a dar cuenta del dolor producido. Escribo desde el lado del que recibe las balas porque no va a empuñar un arma. Cuento desde la pasividad, de una pasividad trágica, del que no quiere venganza.[5]

Aquí un ejemplo más significativo de ese duelo que atravesó Héctor Abad Faciolince:

Este libro es el intento de dejar un testimonio de ese dolor, un testimonio al mismo tiempo inútil y necesario. Inútil porque el tiempo no se devuelve ni los hechos se modifican, pero es necesario al menos para mí, porque mi vida y oficio carecerían de sentido si no escribiera esto que siento que tengo que escribir, y que en casi veinte años de intentos no había sido capaz de escribir hasta ahora.[6]

Lo cierto es que el texto hubiese podido ser un proceso de catarsis personal, pero a través de ese juego de palabras se convierte en duelo intersubjetivo que hace más llevadera esa pérdida.

Recapitulemos brevemente: se ha dicho que el relato se establece en el pasado, en la infancia y juventud del escritor y los personajes se presentan, en esa narración, construyendo un contexto familiar y sociocultural del mismo. Por ello, muestran una búsqueda de las memorias de dicho pasado. Ahora bien, es prudente advertir que el duelo es el resultado de la búsqueda de lo perdido, como lo define Abad Faciolince:

Yo amaba a mi papá con un amor animal. (…) Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo. Cuando me daba miedo, por la noche, me pasaba para su cama y siempre me abría un campo a su lado para que yo me acostara.[7]

Lo que lleva a decir que emerge un niño, quien admira a un padre y un hombre que son la máxima representación de los valores No es una casualidad que el autor, en toda su obra, mantenga vivo ese deseo de hallar y adquirir las memorias de su padre, el país y su compromiso como hijo y escritor. Estos son elementos esenciales para un proceso de creación de duelo de sanidad, mismo que trae la historia como mecanismo para no repetir momentos de dolor.

El olvido que seremos es el resultado de ese duelo que realiza Héctor Abad Faciolince, acude a elementos como la memoria, el olvido y el perdón, mecanismos que le ayudan a hacer reminiscencias de sucesos familiares y nacionales que no deberían repetirse en ninguno de los sectores socioculturales. Ésta es una invitación a leerlo y descubrir que los testimonios son un camino para comprender el accionar de los individuos.

 

[1] Médico psiquiatra, terapeuta gestáltico y escritor argentino, autor de Cartas para Claudia (1989), Cuentos para pensar (1997), De la autoestima al egoísmo (1999), Déjame que te cuente (2002), El camino de las lágrimas (2004) y Seguir sin ti (2009).

[2] Díaz Faciolince, V. E. (2014). La muerte, la memoria y el olvido en escritos de Héctor Abad Faciolince. Revista virtual Católica del Norte, p. 11.

[3] Castañón, A. (s.f.). Sobre un memorial de Héctor Abad Faciolince: El olvido que seremos. Revista Universidad de Antioquia, p116.

[4] Ibíd p. 115

[5] Faciolince Abad, H. (2006). El olvido que seremos. Bogotá. Planeta, p. 114.

[6] Ibíd, p. 232

[7] Ibidem

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