José Emilio Pacheco, un escritor sin tiempo

Escribir
es vivir
en cierto modo.
Y sin embargo todo
en su pena infinita
nos conduce a intuir
que la vida jamás estará escrita.

“Garabato” – José Emilio Pacheco

Foto: Rogelio Cuéllar // Archivo EL UNIVERSAL

Cuando hablamos de José Emilio Pacheco, resulta imposible no pensar en el argumento de Las batallas en el desierto casi a manera de anécdota. Es curioso revisar cómo un escritor puede trascender el tiempo con su obra y convertirse en sinónimo de literatura, como, en el caso de México, ha pasado con José Emilio.

Pero esta etiqueta de privilegio no se debe sólo a su popular novela corta, sino que, con el paso de los años, han sido los propios lectores quienes han hecho de su nombre y obra algo más que un simple registro que engrosa los libreros.

Y es que si hay algo que ha sabido definir a José Emilio Pacheco ante el embate de los años es la selección de los temas que ha tratado no sólo en su narrativa, sino también (y con mayor profundidad) en su poesía. Temas tan complejos, pero a la vez cercanos para nosotros como personas: el paso del tiempo, la eternidad, la muerte, la fragilidad de nuestra condición como humanos, el amor, la inocencia e, incluso, el constante cambio en los espacios que habitamos.

Sin duda, una breve revisión a su obra debe comenzar por Los elementos de la noche (1958-1962), su primer poemario, donde se encuentran las bases de sus principales ideas. Por ejemplo, en “De algún tiempo a esta parte”, un poema en prosa dividido en cinco partes, la voz poética invita al lector a mirar el paso del tiempo y de los días a partir de la principal luz del universo: el sol.

I

Aquí está el sol con su único ojo, la boca escupe fuego que no se hastía de calcinar la eternidad. Aquí está como un rey derrotado que mira desde el trono la dispersión de sus vasallos.

Algunas veces, el pobre sol, el heraldo del día que te afrenta y vulnera, se posaba en su cuerpo, decorando de luz todo lo que fue amado.

Hoy se limita a entrar por la ventana y te avisa que ya han dado las siete y tienes por delante la expiación de tu condena: los papeles que sobrenadan en tu oficina, las sonrisas que los otros te escupen, la esperanza, el recuerdo… y la palabra: tu enemiga, tu muerte, tus raíces.

Para la voz poética el sol pierde su jerarquía para limitarse a alumbrar la vida diaria. Sin embargo, esto también conlleva algo fundamental para la realidad: la palabra, la cual enmarca el principio y fin de una persona, “su muerte” y “sus raíces”.

En la tercera parte del poema se hace más clara esta participación:

III

En el último día del mundo – cuando ya no haya infierno, tiempo ni mañana – dirás su nombre incontaminado de cenizas, de perdones y miedo. Su nombre alto y purísimo, como ese roto instante que la trajo a tu lado.

Es aquí cuando el amanecer se transforma en una premonición y advertencia del fin de los tiempos. Para el autor y su voz poética, el tiempo sólo discurre por medio de la sentencia de la palabra y es ésta la que conecta el pasado, presente y futuro.

V

De algún tiempo a esta parte, las cosas tienen para ti el sabor acre de lo que muere y de lo que comienza. Áspero triunfo de tu misma derrota, viviste cada día con la coraza de la irrealidad. El año enfermo te dejó en rehenes algunas fechas que te cercan y humillan, algunas horas que no volverán pero que viven su confusión en la memoria.

Comenzaste a morir y a darte cuenta de que el misterio no va a extenuarse nunca. El despertar es un bosque de hallazgos, un milagro que recupera lo perdido y que destruye lo ganado. Y el día futuro, una miseria que te encuentra solo: inventando y puliendo tus palabras.

Caminas y prosigues y atraviesas tu historia. Mírate extraño y solo, de algún tiempo a esta parte.

La idea de José Emilio Pacheco hace de la poesía una manifestación ideal para trascender el tiempo porque está en constante movimiento, tal y como versa su breve “Manifiesto”:

Todos somos poetas de transición:
la poesía jamás se queda inmóvil.

Porque para el autor, es precisamente la manifestación poética lo que trasciende el tiempo y prescinde del poeta; en otras palabras, podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía:

Arte poética

No tu mano:
la tinta escribe a ciegas
estas pocas palabras.

Esta misma idea y papel fundamental de la palabra la encontramos en otro de sus más recordados primeros poemas: “Luz y silencio”.

Todo lo que has perdido, me dijeron, es tuyo.
Y ninguna memoria recordaba que es cierto.
Todo lo que destruyes, afirmaron, te hiere.
Traza una cicatriz que no lava el olvido.

Todo lo que has amado, sentenciaron, ha muerto.
No quedó ni la sombra, se acabó para siempre.

Todo lo que creíste, repitieron, es falso.
Se hundieron las palabras con que empezó tu tiempo.

Todo lo que has perdido, concluyeron, es tuyo.
Y una luz fugitiva anegará el silencio.

Para el poeta, el despojo, el dolor y el abandono provocados por el paso del tiempo son sentencias inevitables; no obstante, hacia el final del poema, la voz poética reconoce que una “luz fugitiva” ahogará el silencio, lo que podríamos interpretar como la propia poesía o el acto de la voz encargada de prevalecer más allá de todas las pérdidas.

Pero, al final ¿qué es lo que queda de nosotros? ¿Cuál es la esperanza y nuestro legado más allá de nuestra palabra? Tal vez su poema “Presencia” pueda darnos una noción sobre ello:

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día
dejó cenizas de su sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.

Para la voz poética de José Emilio Pacheco, la esperanza de seguir despierto después de la muerte sólo es posible al transitar la palabra de persona en persona, a pesar de la limpieza que el tiempo hará con nosotros.

La obra de José Emilio Pacheco es un múltiple manual de consuelos ante todo lo que es inevitable y fatídico, pero también es un llamado a redescubrirnos con compasión en esas mismas tragedias. La simpleza y contundencia de sus palabras pueden acompañarnos en cada etapa de lectura o de vida que transitemos, porque si algo ha sabido hacer la poesía de José Emilio Pacheco es convencernos de que siempre habrá alivio en el apacible paso del tiempo:

Despedida
Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco.
Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:
Eso me pasa por intentar lo imposible.

Esa voz queda.

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