Algo sobre la vida del peatón Jaime Sabines

Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta. (…) No soy un poeta, soy un peatón.[1]

Cuando se habla de poetas mexicanos del siglo XX, es inevitable que, entre los nombres que figuran en la lista, esté el de Jaime Sabines. Su obra es imprescindible para todo lector de habla hispana, pero también para todo aquel que quiera acercarse a la poesía, ya sea porque esté bajo los efectos del amor, sufra los estragos de la muerte o esté hipnotizado por la luna:

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna

para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.[2]

Nace el poeta

“Yo no me considero creador, no es la palabra exacta, yo pienso que el poeta no crea, descubre, el poeta, si acaso, mira un poco más”.

“El francotirador de la literatura”, conocido así por su habilidad de transformar las letras en realidad, nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas en 1926. Tras varios años de educación en su tierra natal, Sabines decidió mudarse a la Ciudad de México para estudiar Medicina, con el objetivo de cumplir el deseo de sus padres de tener un médico en la familia. Después de tres años de tortuosos estudios, en unas vacaciones en que visitaba a su familia, el joven Sabines decidió comunicarles que no podría ser médico, pues eso le causaba mucho sufrimiento. Su padre lo miró atónito y le dijo que nadie le había pedido que estudiara medicina y que se dedicara a lo que quisiera. Así, según cuenta el propio Sabines, se “echó a llorar como una criatura” en su cuarto.

Liberado de tal presión, tomó la decisión de estudiar Lengua y Literatura Castellana en la Facultad de Filosofía y Letras para dedicarse a lo que más le apasionaba: la escritura y nuevamente se mudó a la Ciudad de México, en la calle de República de Cuba núm. 43 en el Centro Histórico. Sin embargo, los años de medicina no fueron en vano, pues según Sabines estos lo forjaron como poeta.

Ya en la Facultad, fue integrante de un círculo de incipientes escritores que años más tarde serían parte de otra importante generación de escritores mexicanos, muchos de los cuales serían amigos suyos. En las tertulias leían y comentaban sus textos. Figuraron, por ejemplo, los dramaturgos Emilio Carballido, Sergio Magaña y Luisa Josefina Hernández, las poetisas Margarita Paz Paredes, Guadalupe Amor y Rosario Castellanos, quien además de ser su paisana, sería su confidente.

De ella recibiría una dura crítica, años más tarde, de su obra Tarumba publicada en 1979. Para Sabines era la mejor obra que había escrito hasta ahora, pero para Castellanos era una obra intrincada y carente de sentido.

La primera obra de Sabines, publicada en 1950, fue Horal, un juego de palabras de “horas” y “oral”, la cual lo llevó a captar la atención de grandes figuras literarias, como Octavio Paz y de sus fervientes lectores que, años más tarde, lo acompañarían fielmente en la lectura de sus poemas en el Palacio de Bellas Artes, el cual abarrotaron en 1996. Y es que de esta obra se desprende uno de sus poemas más famosos, “Los amorosos”:

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.[3]

Así, Jaime Sabines entregó su vida y su amor a la poesía, que se caracterizó por ser visceral, coloquial y de conmovedora claridad. Esta singularidad en su obra lo convirtió en uno de los poetas más admirados y reconocidos en México.

El mayor Sabines

Una de las influencias más grandes para Jaime Sabines fue su padre, Julio, mejor conocido como “El Mayor Sabines”. De origen libanés, llegó a México a principios del siglo XX y, años más tarde, formaría parte de las filas del ejército carrancista. Poco después, conoció a Doña Luz,  de quien se enamoró perdidamente. Después de tres meses de noviazgo, se casaron y tuvieron tres hijos: Juan, Jorge y Jaime.

En palabras del poeta, su padre no era un hombre culto, pues no tenía una educación universitaria, pero sí contaba con una habilidad especial para relatar a sus hijos muchas historias árabes, como El Cantar de los cantares o Las mil y una noches, por ejemplo. Dichos relatos causaron en Jaime mucho interés por la literatura. Así, después de varios años, sus hermanos pidieron a su padre que Jaime continuara sus estudios.

De acuerdo con el poeta, “El Mayor Sabines” fue uno de sus más grandes amigos, de quien aprendió el amor por la literatura. Es por ello que muchos años después, cuando su padre enfermó gravemente, Sabines, como catarsis, comenzó la escritura de la primera parte de una de sus obras cumbre: Algo sobre la muerte del mayor Sabines. En ella, relata la enfermedad de su padre y cuán doloroso era para él verlo morir de cáncer.

Tras la muerte de su padre, Jaime Sabines quedó devastado y guardó silencio por tres años. No se atrevía a tocar el papel porque el tema de la muerte siempre salía a relucir. Después de mucho tiempo de evitar el tema y animado por sus amigos, Sabines escribió finalmente la segunda parte, donde reflexiona sobre el dolor de la ausencia, de la muerte:

Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.
(…)

Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta![4]

“Creo que la poesía es como una bendición o una maldición humana que nos salva del diario morir”.

La poesía, el amor y Chepita

El amor, sin duda, fue uno de los temas recurrentes en la poesía de Jaime Sabines. En muchas de las entrevistas que le realizaron, el poeta no deja de mencionarlo y hace reflexiones al respecto: el amor a la poesía, el amor a su padre, el amor a Chepita, el amor a la vida.

La relación con Chepita, su novia, su esposa, fue singular, única. Ambos de Tuxtla Gutiérrez, iniciaron una correspondencia, testigo de su amor a distancia. Por razones de trabajo y de estudio, se turnaban la ubicación entre Tuxtla Gutiérrez y la Ciudad de México.

En Cartas a Chepita el lector es testigo del desgarramiento que representaba cada separación de su Josefa y de lo antipoético que era para él trabajar en la tienda de telas de su hermano cuando ya era un poeta reconocido en la Ciudad de México.

En dicha correspondencia, se lee a un Sabines entregado sin reservas al amor, como a su poesía, se lee humano, en sus facetas de enamorado, de poeta, de arrebatado:

 

Estoy terriblemente solo. Te necesito.
No puedo defenderme más contra tu ausencia y mi soledad.
Es una claudicación, naturalmente (…) La lluvia me empujó al correo, ¡Está lloviendo a cántaros! Y sobre mi corazón, a cántaros, tú.[5]

Las cartas a Chepita son también una expresión literaria de Sabines, un retrato del poeta que no logra separar al poeta del amante en cada una de sus cartas; son una descripción de la vida en Tuxtla, el tedio del trabajo y la muestra de metáforas para hablar del tiempo, la muerte y la soledad.

           

Pienso realmente que todos estamos tremendamente solos que todos vivimos en una gran soledad y que la poesía como un gesto amoroso es un puente que tendemos entre una isla y otra isla.

 

Sabines, el poeta amoroso, aclamado por sus lectores, dejó un amplio legado para todo aquel que quiera acercarse a la poesía. Encontró las palabras precisas para transmitir el sentimiento que todos hemos compartido alguna vez. Apeló a nuestras entrañas, a nuestra emoción del primer amor, del desamor, de la muerte, de la luna, de la vida.

En aquella lectura de sus poemas en Bellas Artes, aclamado por sus admiradores, Sabines no soportó tal ovación y rompió en llanto, diciendo: “Estos son los aplausos que lo lastiman a uno”. Él, el poeta arrebatado, el poeta apasionado, el poeta sencillo que logró una conexión profunda con sus lectores.

Y es que, en palabras de Sabines, “la poesía es un puente entre una soledad y otra”.

Autora: Bárbara Olguín

 

Referencias:

Los amororos. Cartas a Chepita. Jaime Sabines. Editorial Planeta. México. 2009.

Historias de vida. Jaime Sabines. Producciones 21CERO2. Once TV México. 2013.

A través del espejo. Producciones Weisz y Cohen. Canal 40. 1997

 

[1] El Peatón. Jaime Sabines

[2] La luna. Jaime Sabines

[3] Los amorosos (fragmento). Horal. 19

[4] Algo sobre la muerte del mayor Sabines. Segunda parte. XIII

[5] Los amorosos. Cartas a Chepita. Jaime Sabines. Editorial Planeta. México. 2009. Pag. 37.

 

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