El exilio como punto de creación; la Leonora errante

“El horror de habitarme, de ser –qué extraño- mi huésped,
mi pasajera, mi lugar de exilio”.

Alejandra Pizarnik

Pensar en Leonora Carrington es evocar su trabajo como pintora y escultora. Sabemos que fue una de las máximas exponentes del surrealismo en México aunque era inglesa de nacimiento. Su revelación onírica la llevó a acercarse a un grupo de personas con inquietudes e ideas similares y en este acercamiento recibió un impulsó por parte de artistas como Dalí, Buñuel y Picasso, quienes advirtieron su talento. Esa acogida entre el grupo de surrealistas le impulsó a desatar todas las imágenes que poseía en su cabeza desde que era una niña. Es verdad, su llegada a México fue a través del exilio, sin embargo,  Leonora ya era la pintora destacada desde antes de estar en el país, pero fue aquí donde logró una explosión de todas las artes que dominaba.

Leonora Carrington fue parte de los artistas exiliados que llegaron a nuestro país. El suceso político ha sido un tema del cual mucho se ha puesto sobre la mesa, al respecto de los exiliados, Enzo Traverso se refiere a ellos como los representantes más nobles, “preocupados por salvar su cultura frecuentemente amenazada por regímenes totalitarios, […] creando nuevas síntesis, construyendo un mundo capaz de reconocer su unidad en su propia diversidad, un mundo donde las diferencias nunca son irreductibles, donde siempre se puede captar algo de uno mismo en los otros y enriquecerse junto con ellos”.[1]

El exilio en México fue un refugio como para muchas otras víctimas de guerras y dictaduras. Para Carrington, México era un lugar surrealista con su cultura y particularidades, sintiéndose así en el lugar correcto. La síntesis de la que habla Traverso, podemos entenderla en varias expresiones, pero me parece que el muralismo en el que también participó es un ejemplo muy claro. En nuestro país tenemos grandes exponentes del muralismo; Rivera, Orozco, Siqueiros son los nombres más fácilmente mencionados. El hecho precisamente de sintetizar este muralismo con la corriente surrealista de Leonora fue un ejercicio que resultó en “El mundo mágico de los mayas”, mural ubicado en el interior del Museo Nacional de Antropología.

En 1963 se le encomendó el trabajo de realizar un mural que sirviera como “hilo conductor” entre la museografía del lugar, el recorrido y acervo del mismo.[2] Lo que resultó de dicha encomienda fue la representación de una cosmogonía a la cual Leonora Carrington le daría ese toque mágico de otras culturas mezcladas con el misticismo de los mayas. Se acercó entonces al Popol Vuh para adentrarse en el conocimiento que poseían y, entre su trabajo, decidió trasladarse a Chiapas para conocer la selva del sur del país, lo cual dio como fruto una serie de bocetos para su mural. “El pretexto y el asunto quedaron soterrados por las concepciones psicológicas de su autora cuyos verdaderos intereses se extendían de manera subterránea hacia culturas más antiguas”,[3] en su mural combinó las maravillas del mundo antiguo, con jardines flotantes y simbolismos representativos de la cultura maya.

Si bien este texto podría enfocarse únicamente en dicho mural o en alguno otro de sus cuadros por la cantidad de símbolos que incluía en éstos, hay algo que también me gustaría nombrar de todas sus creaciones; un extracto de su obra escrita. Beatriz Espejo diría que, como apuntó Herbert Read, se dedicó (Leonora) siempre a denunciar los secretos de su yo. En ese sentido, su producción artística tendría sin duda la carga de sus vivencias.

Una faceta de la que poco hablamos es de su labor como escritora. Entre el exilio que tuvo que vivir, el proceso le dejó una serie de cicatrices que años después nos permitirían entender parte del sufrimiento. Guadalupe Nettel en su libro El cuerpo en que nací escribió respecto a una ruptura amorosa de su madre, quien había salido del país para ejercer un exilio amoroso y no político. Es entonces cuando pienso que el exilio de Carrington fue político, sí, al salir de Francia por la ocupación de los nazis, pero también experimentó un exilio amoroso al deshacerse de los documentos que la tenían unida a Max Ernst, quien había sido detenido por los militares alemanes. Un exilio que la orilló a la locura.

Leonora Carrington vivió con Max Ernst en Francia durante la Segunda Guerra Mundial cuando la ocupación nazi acusó a Ernst de “extraño hostil” y fue detenido. En este punto comienza la huida de la artista, quien salió de Francia para irse a Madrid en donde colapsa. Aquí comienza la errante travesía pues en un descuido de una de sus enfermeras, huye y se dirige a la embajada de México donde conoce a Renato Leduc, quien le facilitaría una visa a través de un matrimonio falso con él y que le permitiría llegar a nuestro país.

Lo verdaderamente relevante es ver cómo ese exilio fue también una respuesta a la partida del seno de su padre que nunca estuvo de acuerdo con la vocación que Leonora manifestó. Él veía a su hija como alguien que debería encontrar un buen esposo. Afortunadamente, ella optó por el ideal que formó a través de las historias que su nana le contó, mitología celta con lo que sin querer influyó en la imaginación y mente de Leonora. Así, decidió conservar ese tono místico de las historias para su alimento intelectual, lo cual veríamos muchos años después plasmados en toda su producción.

Sin duda, podríamos pensar en la vida cómoda que tenía Leonora hasta el momento en que sucumbió ante el amor del otro, lo cual la llevó a padecer una etapa que aún en entrevistas a lo largo de su vida, prefirió omitir ya que el recuerdo era tal que no se encontraba preparada o cómoda para hablar de ello. Aun con todo eso, escribió un libro introspectivo y hasta terapéutico para ella; Memorias de abajo.

Memorias de abajo

La obra generada a partir de uno de los sucesos más desesperanzadores para Leonora Carrington fue Memorias de Abajo, un libro donde narró cómo fue la consecuencia de padecer un colapso nervioso en Francia durante 1939, una vez que los nazis se llevaron a Max Ernst.[4] Este evento, más la presencia alemana en territorio francés, la llevó a un estado nervioso que colapsó cuando partió a Madrid, ahí el internamiento fue inevitable.

Sus padres se enteraron de la situación y a través de un contacto lograron internarla en la región de Santander, al norte de España, al querer trasladarla a otro centro es cuando escapa. Si lo pensamos de esa forma, pueden parecer muy lúcidas las acciones que tomó para lograr escapar y comenzar una vida fuera de la tutela de su padre. Sin embargo, nada de lo que vivió en Santander remplazaría el estado en el que estuvo durante cierta temporada. Inclusive, el hecho mismo de ese padecer denotaría el carácter surrealista con el que enfrentó ese momento de su vida.

Su libro escrito en primera persona funciona desde la perspectiva de alguien que sobrevivió a ese lapsus en donde se derrumbó. En la primera parte de su obra describe cómo, al salir de Francia,  después de la detención de Max, su auto se estropea y ella cree que se debe a que le transmitió su estado mental al vehículo. En este momento, todo lo surreal que podría determinar a una artista como Leonora Carrington lo vemos en lo que ella describe, identificándose con todo lo que la rodeaba; con su auto descompuesto, con las montañas, con los animales.

La llegada a España no sería muy alentadora. Una vez que se encuentra ahí se enfrenta con el desgarrador panorama de la Guerra Civil y el desencanto e incertidumbre de no poder guardar la documentación de Ernst ni de recibir el apoyo de quien creía podría ayudarla. Es aquí cuando decide deshacerse de sus documentos y pocas pertenencias, al querer despojarse de ellas entregándolas entre los oficiales que estaban en un bar, Leonora es sometida por los mismos y es violada. Al ser víctima cede al desquicio y su cuerpo deja de pertenecerse ante el desastre del abuso.

La violación terminó por convertirla en alguien enajenada por completo. Ante este escenario, fue llevada a Santander donde sería internada. Estuvo medio año en tratamiento, seis meses donde se desconoció, se desconectó, su cuerpo y alma fueron sometidos a una locura inducida. Como todas las víctimas de tortura, a Leonora le costó trabajo dimensionar y nombrar las cosas por las que tuvo que atravesar. No hubo manera de que su pesar se manifestara en ella sino a través de su arte y hasta el momento en que decidió plasmar esa experiencia en un libro. Es imposible no entender que cada una de las líneas que componen sus Memorias de abajo son el reflejo de cómo ocupó e inclusive hizo suyo el espacio de su celda, de su dormitorio en el que sufrió maltrato y la forma en que transformó dicho lugar en una constelación, en algo místico como acostumbró.

Este acontecimiento no sería lo único que Leonora Carrington describiría, su libro se centró en el proceso al que fue sometida por el doctor Morales, su médico de cabecera, quien se encargaría de su proceso psiquiátrico mediante la tortura y el miedo para “sanar” su mal mental. Su obra escrita se convertiría entonces en un memorial del miedo como un ejercicio de compartir ese encierro y ese dolor que atravesó. Al final de esas Memorias, entregaría una frase que bien podría determinar en lo que se convirtió la relación con su padre: “Nunca más volví a ver a mi padre”. Como si esa frase deshiciera o dejara por concluida una etapa de terror que tuvo que vivir para determinarse.

Así es que detrás de la artista, quien gracias a su imaginación asombrosa creó y plasmó todo eso provechoso en sus óleos, dibujos, esculturas, litografías, piezas dramáticas y hasta en títeres para montajes, existió una mujer quien, sin duda, tuvo que definirse ante el aspecto sombrío de la sociedad. Una parte de ella que aplaudía y la admiraba al grado de bautizarla como “La novia del viento” pero otra que buscó controlarla por el hecho de ser mujer. De manera acertada, Leonora Carrington siempre[5] fue consciente de quién era ella y cómo, a pesar de las circunstancias, poseía un ímpetu que nada ni nadie echaría abajo.

No. Me tocó en suerte ser artista. Nadie me impulsaba sino al contrario, trataban de detenerme. No le digo nombres ni acuso a nadie. La sociedad entera procura aún que las mujeres no seamos libres. Nos considera animales inferiores. Por otra parte, somos unas bombas biológicas… Cuando se tiene un hijo uno se ata a la criatura. La vida del niño es más importante que la propia y el instinto maternal es mayor en el ser humano que en otras especies, a lo mejor porque necesitamos proteger más tiempo a nuestras crías y ello se convierte en un acto automatizado, así perdemos la libido y la energía. Siempre afirmo que primero soy animal y hembra y luego artista. En las relaciones amorosas, en las emociones lo encuentro todo. Sin embargo esto no evita reacciones pervertidas o antinaturales.

[1] Enzo Traverso, Cosmópolis. Figuras del exilio judeo-alemán, México, UNAM: Fundación Cultural Eduardo Cohen, 2004, p. 5
[2] Espejo, Beatriz (2011) “Entrevista a Leonora Carrington” [en línea], Revista de la Universidad de México, Nueva Época, Julio 2011, No. 89, http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/8911/espejo/89espejo.html, Consultado el 2 de abril de 2020
[3] Ibíd.
[4] Fabrizio Mejía Madrid, “Tres surrealistas en México” en Ciudad de México, Ciudad Solidaria, México, Casa Refugio Citlaltépetl, 2008, p. 107
[5] En entrevista con Beatriz Espejo, Leonora contestó esto cuando se le preguntó respecto a unos cuentos que hizo para sus hijos si con ello, pretendía encontrar su propia libertad anotando estas cosas. En los cuentos ilustrados hablaba sobre las acciones que conllevan a la libertad, en un tono infantil evidentemente, con ejemplos graciosos para sus hijos y otros niños.

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