8 poemas de Gabriela Mistral

Gabriela Mistral es uno de los nombres imprescindibles de la poesía latinoamericana. Su obra representa temas universales de la condición humana como el amor, la amistad, la maternidad, la muerte, el porvenir y la vida en sí. En 1945 fue ganadora del Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en la primera persona latinoamericana en ganar el premio y quien, dicho sea de paso, es la única mujer latinoamericana en obtenerlo.

El trabajo de Gabriela Mistral fue más allá de la poesía, siendo incluso consejera de honor y pieza clave para establecer la base del sistema educativo de México en 1922, gracias a la invitación del entonces ministro de Educación José Vasconcelos. Hasta el día de su muerte, Gabriela Mistral mantuvo su compromiso por la educación en Latinoamérica y contra las injusticias de la desigualdad y la marginalidad, lo que demostró en incontables cartas y ensayos publicados después de su muerte.

A continuación, te presentamos 8 poemas de Gabriela Mistral para adentrarse al imaginario de su infinito deseo del porvenir latinoamericano y sus desbordantes emociones.

Futuro

El invierno rodará blanco,
sobre mi triste corazón.
Irritará la luz del día; 
me llagaré en toda canción.

Fatigará la frente el gajo
de cabellos, lacio y sutil.
¡Y el olor de las violetas
de junio, se podrá morir!

Mi madre ya tendrá diez palmos
de ceniza sobre la sien.
No espigará entre mis rodillas
un niño rubio como mies.

Por hurgar en las sepulturas,
no veré ni el cielo ni el trigal.
De removerlas, la locura
en mi pecho se ha de acostar.

Y como se van confundiendo
los rasgos del que he de buscar,
cuando entre en la Luz Ancha,
no he de encontrarlo nunca más.


Amo amor

Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, 
late vivo en el sol y se prende al pinar. 
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: 
¡le tendrás que escuchar! 

Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, 
ruegos tímidos, imperativos de mar. 
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: 
¡lo tendrás que hospedar! 

Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. 
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar. 
No te vale decirle que albergarlo rehúsas: 
¡lo tendrás que hospedar! 

Tiene argucias sutiles en la réplica fina, 
argumentos de sabio, pero en voz de mujer. 
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: 
¡le tendrás que creer! 

Te echa venda de lino; tú la venda toleras. 
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. 
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras 
¡que eso para en morir!

El amor que calla

Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
¡pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres tan oscuro!

Tú lo quisieras vuelto un alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.

Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que entrar en la muerte!

La lluvia lenta

Esta agua medrosa y triste,
como un niño que padece,
antes de tocar la tierra
desfallece.

Quieto el árbol, quieto el viento,
¡y en el silencio estupendo,
este fino llanto amargo
cayendo!

El cielo es como un inmenso
corazón que se abre, amargo.
No llueve: es un sangrar lento
y largo.

Dentro del hogar, los hombres
no sienten esta amargura,
este envío de agua triste
de la altura.

Este largo y fatigante
descender de aguas vencidas,
hacia la Tierra yacente
y transida.

Llueve… y como un chacal trágico
la noche acecha en la sierra.
¿Qué va a surgir, en la sombra,
de la Tierra?

¿Dormiréis, mientras afuera
cae, sufriendo, esta agua inerte,
esta agua letal, hermana
de la Muerte?

La rosa

La riqueza del centro de la rosa
es la riqueza de tu corazón.
Desátala como ella:
su ceñidura es toda tu aflicción.

Desátala en un canto
o en un tremendo amor.
No defiendas la rosa:
¡te quemaría con el resplandor!

Adiós

En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
<<y es cierto y no es cierto>>
como en la canción.

Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
-Vamos hacia el mar
que devora al Sol.

Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
-Vamos a ver juntos
dónde se hace el Sol.

Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son:
ella, sueño, y él,
alucinación. 

No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos…

¡Para que ninguno,
ni hombre ni Dios,
nos llame partidos
como Luna y Sol;
para que ni roca
ni viento errador
ni río con vado
ni árbol sombreador
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!

Ausencia

Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.

¡Se te va todo, se nos va todo!

Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enhebro y el olmo.

Me voy de ti con mis mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron en llanos ni en sotos.

Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marches tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos!

¡Se nos va todo, se nos va todo!

Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero…? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos… vibró un beso,
y qué viste después…? Sangre en mis labios.

Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Lucila Godoy, mejor conocida como Gabriela Mistral, nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, Chile, y murió el 10 de enero de 1957 en Nueva York. La mejor manera de comprender a una poeta como Gabriela Mistral es a través de su obra, ya que en ella se resguarda la intensidad y entrega de alguien con ideales de porvenir. 
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