La lengua, esa flor maldita

¿No soy un falso acorde
en la divina sinfonía,
por culpa de la voraz ironía
que me sacude y que me muerde?

Charles Baudelaire

En el Génesis se narra la creación del mundo. Las cosas y el hombre existen cuando son nombrados por Dios, es decir que el mecanismo creador se relaciona con la palabra. No se explica cómo el hombre aprende la lengua, pero se comunica con Dios hasta que es expulsado del paraíso; para entonces Adán ya había nombrado por sí mismo otras cosas de su entorno. La lengua evoluciona con el hombre, enriquece su diversidad y le da herramientas para habitar y entender el mundo.

Pero la lengua también distancia al hombre de Dios porque le da conciencia de sí mismo y, en su origen divino, reconoce su capacidad de crear. En el principio ese impulso creador era mimético y afianzaba la relación con la naturaleza, sin embargo, para Charles Baudelaire el hombre es viejo y su esencia no es necesariamente natural, sino cultural; la exaltación romántica de la naturaleza le resulta estéril, superflua y hasta repugnante porque el carácter salvaje y la espiritualidad moderna deben buscarse en las manifestaciones artísticas y sociales.

“Nunca creeré que el alma de los Dioses habite en las plantas, y aunque allí habitara, me importaría más bien poco, pasando a considerar la mía como mucho más preciosa que la de esas legumbres santificadas.”

El rechazo al paradigma romántico se fundamenta en la necesidad de construir algo nuevo y de modificar lo existente, la imaginación es el mecanismo que permite tal hazaña, y el espacio urbano, la materia de creación. La imaginación posee un papel transformador, como afirma Gaston Bachelard:

“Queremos siempre que la imaginación sea la facultad de formar imágenes. Y es más bien la facultad de deformar las imágenes suministradas por la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes”.

Charles Baudelaire propone que el entorno esencial del hombre moderno es la ciudad, sus personajes y su lenguaje, y mediante el trabajo artístico el poeta debe proponer significados diferentes para los signos considerados invariables. El primer signo que se transgrede es la lengua, cuando al analizar su origen se encuentra que es simbólico y que al modificarse altera la percepción del mundo.

El signo lingüístico posee características como arbitrariedad, linealidad, inmutabilidad y mutabilidad; su naturaleza convencional le da capacidad de cambiar según ciertos contextos. Del mismo modo, el lenguaje poético, que es en esencia simbólico, evoca, sugiere y transforma, por lo que los signos lingüísticos del poema no se comportan de manera natural: sus relaciones cambian, sus significados se alteran y alcanzan otros textos. En este sentido lo que enriquece el signo es la individualidad infinita del poeta y la visión única de su espíritu:

“Quiero iluminar las cosas con mi espíritu y proyectar su reflejo a otros espíritus.”

Pero la resignificación de los signos no implica negación rotunda, sino amplitud, riqueza y una forma más real de comprenderse. Baudelaire afirma su condición mundana, para él el hombre ya no pertenece al edén, sino a la ciudad y su destino no es el cielo ni mucho menos el parnaso, sino su cultura: en la oscuridad se halla lo que aún no hemos visto. De ahí el afán de comprender mediante la palabra lo que hasta entonces ha sido negado, pues como afirma Gaston Bachelard: 

“En esta transposición, la imaginación hace surgir una de esas flores maniqueas que confunden los colores del bien y del mal, que transgreden las leyes más constantes de los valores humanos.”

La relación entre erotismo y sexo, y entre poesía y lengua ejemplifica el proceso recreador de Baudelaire. Sexo y lengua son potencias de creación, pero se afirman en la realidad de manera directa. La imaginación es lo que las transfigura y eleva: al sexo en erotismo, rito y ceremonia, y al lenguaje en poesía, creación y destrucción.

Lo que propone Baudelaire es una nueva forma de habitar el mundo, de relacionarse con el entorno, con los otros y consigo mismo mediante la capacidad creadora de la lengua y la imaginación. Su importancia radica en la ruptura, pero también en la fecundidad de su lenguaje, uno donde lo que habla es la oscuridad y el silencio, donde las voces sepultadas de las masas urbanas, de las calles, sus personajes y demonios claman con igual fuerza que las musas y los Dioses luminosos, ¿por qué no buscar ahí lo divino?

Referencias

Baudelaire, Charles, Las flores del mal, Perymat, España, 2007.
Bachelard, Gaston, El aire y los sueños, Fondo de Cultura Económica, México, 2017.
Espinosa, Jefferson, Dimensiones de la muerte en la poética de Charles Baudelaire, (Tesis de maestría), Universidad Santo Tomás, Colombia, 2018.

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