¿Sobrevalorar a Frida Kahlo?

El peso que hoy en día tiene la imagen de Frida Kahlo es increíble. Al menos en México, no debería sorprendernos que sea la primera artista mexicana quien se nos viene a la mente cuando pensamos en pintura nacional. Pero ese mismo peso es aquel que desbalancea a nuestra Frida y la coloca en la delgada tela de juicio de la crítica popular, tan inmisericorde con todo aquello que tenga la buena o mala fortuna de volverse famoso.

¿Realmente la obra de Frida Kahlo es tan mala como dicen? Resulta curioso percatarnos que la mayoría de los comentarios contra ella vienen de lecturas basadas en su biografía. Como pasa con muchos artistas, sobre la figura de Frida se ha erigido una suerte de aura mitológica en torno a su vida privada, pues la merma física y sentimental que tuvo que soportar a lo largo de su vida han sido temas recurrentes en cualquier crítica a su obra.

¿Pero esto es lo único que podemos encontrar en Frida como artista para dar coherencia o validez a sus cuadros? Sí y no, puesto que si bien es cierto que el contexto puede enriquecer cualquier opinión que se haga sobre una artista, también puede producir lecturas llenas de prejuicios las cuales terminan por desviarse de las obras entendidas y vistas desde su valor artístico, algo que muchas veces nos ocurre con la Kahlo.

Por ejemplo, una mirada crítica que reivindica la obra de Frida Kahlo y la posiciona en un género incluso distante y diferente del surrealismo es la que ofrece Ida Rodríguez Prampolini. Para esta académica del arte, la obra de Frida no puede considerarse como tal surrealista, pues la propia idea estética postulada por Breton distaba de la obra de la mexicana.

Los primeros postulados surrealistas dejaron en claro que el trabajo artístico constaba de “la búsqueda consciente del inconsciente”; sin embargo, Prampolini apunta que la realidad posrevolucionaria mexicana ya era lo suficientemente violenta e irreal como para buscar sueños en un territorio lleno de pesadillas e injusticias.

Es precisamente este aspecto el que resalta de la obra de Kahlo, pues si bien la vanguardia europea se centraba en los sueños, la propuesta de la mexicana buscaba enaltecer la propia magia escalofriante de la realidad. La pintura de los surrealistas europeos desborda discurso, técnica y sueños; la obra de Frida es la vida en sí.

Gracias al estudio de Prampolini, podemos mirar el dolor en la pintura de Kahlo no sólo como un discurso propio de sus cartas y diarios, sino como un tópico que se refuerza y reitera gracias a la propia idea estética de la pintora. Es aquí donde la biografía cobra un nuevo significado para la obra y comienza a construir algo más profundo que trasciende lo estético y lo social dentro del arte mexicano.

Para entender más esto, sólo basta mirar algunos de sus autorretratos. Por ejemplo, Autorretrato como tehuana (1943) muestra a Frida con un traje típico y con un pequeño retrato de Diego Rivera entre las cejas. Si tenemos en cuenta su ceja distintiva y la posición que ocupa el retrato de Diego, podríamos pasar a la interpretación de que esa imagen es importante para la pintora, pues no sólo recrea a su pareja desde el sentimiento, sino desde el pensamiento, lo cual demuestra que la obra de Frida está llena de simbolismos que no sólo cumplen la función de representar, también de significar.

Otro aspecto a destacar es la constante pasividad de los rostros pintados por Frida Kahlo. La estoica mirada que representa, podríamos relacionarla precisamente con la congoja, tanto física como sentimental, que la artista sufrió durante gran parte de su vida. Es precisamente este recurso el que complementa y refuerza aspectos que quizá podrían pasar desapercibidos como en el cuadro Diego y yo de 1949, donde las lágrimas de Frida son apenas perceptibles o el tercer ojo que todo abarca y todo lo ve de Diego.

Ahora bien, después de ver esto, ¿realmente podríamos decir que a Frida le faltaba técnica? Claro, no faltará quien argumente que probablemente este par de pinturas sean las que, “dicen”, fueron terminadas por Diego Rivera. Pero como realmente no hay fuentes confiables que nos ayuden a desmentir este mito, al menos en este texto, las haremos a un lado.

Probablemente, otro de los aspectos que más se le achacan a Kahlo es su poco interés por los temas nacionales, que tanto habían resaltado gracias al muralismo. En realidad, lo que Frida hizo con varios de sus cuadros no podría estar más cercano a una mirada comprometida por representar algunas de las tradiciones más olvidadas de México.

Algunas de las obras de Frida Kahlo tienen el aspecto de ex-votos sacramentales, pequeños retablos donde se pinta un milagro cumplido y que están alejados de cualquier intención estética o académica, pues su misión es simplemente dar una ofrenda o agradecimiento a los santos que ayudaron a cumplir un milagro o enderezar una causa perdida.

La función de estas pinturas son el reflejo, primero, de la influencia eclesiástica que ha perdurado en México desde su conquista, pero quizás el aspecto más llamativo por el que resaltan estas imágenes es por la clara representación popular del pensamiento mágico que tanto ha caracterizado a nuestra sociedad. En estos ex-votos, es normal encontrar escenas que parecen salir de un sueño en el que elementos maravillosos o fantásticos irrumpen en una realidad, la perturban y deben ser erradicadas a partir de una fuerza superior, como la de los santos.

Una de las obras más reconocida, polémica y comentada de Frida Kahlo tiene precisamente esta estructura. Unos cuantos piquetitos es la representación de un feminicidio real, cuyo título tiene su origen en la declaración del culpable: “Sólo fueron unos cuantos piquetitos”. Si atendemos a la imagen, nos daremos cuenta que la falta de perspectiva, la tosquedad de las figuras, la irrealidad y hasta la infantil representación de los brotes de sangre sólo apuntan a la desaprobación tanto de la pintura como del acto en cuestión, ya que incluso la escena no muestra o narra una solución sacra, sino que se limita a la visceral y cruda realidad.

Recordar que Frida Kahlo fue una pintora autodidacta tal vez podría malinterpretarse si tomamos esta obra sin conocer el contexto o las verdaderas intenciones estéticas de la artista. Y es que, si atendemos a los convencionalismos sobre pintura, nos daremos cuenta que no es una obra agradable a la vista, más bien, todo lo contrario, como una suerte de nota roja y alarmista que posa la mirada sobre los verdaderos problemas de la cotidianidad mexicana. Probablemente la idea que hoy en día se tiene de Frida Kahlo como símbolo feminista se deba precisamente a este pasaje en el que es clara la denuncia y la postura crítica ante la violencia contra la mujer mexicana.

Tal vez sólo el tiempo ponga a la obra de Frida Kahlo en el lugar de atención que merece, pues si hubo una artista mexicana que (posiblemente sin esa intención) se encargó de presentar el tema de la autoexploración y el autoconocimiento para la reflexión femenina, esa, sin duda, fue ella. Claro que esto no significa que la obra de Kahlo eclipse y nos haga olvidar a todas aquellas artistas mexicanas que han destacado en la historia del arte (de quienes seguramente hablaremos también), pero, al menos en esta ocasión, le dedicamos esta mirada a ese desafiante rostro que nunca ha bajado los ojos, ni cuando se ha nublado de lágrimas.

 

Rodríguez Prampolini, Ida. El surrealismo y el arte fantástico en México. Fondo de Cultura Económica. México, 1969.

Martín Martín, Fernando. “Santa Frida, pintora y mártir”, artículo publicado en Laboratorio de Arte, 1992. Cosultado el 10 de agosto de 2020 en: http://institucional.us.es/revistas/arte/05/2%2013%20martin.pdf

Jamis, Rauda. Frida Kahlo. Editorial Circe. España, 1988.

Déjanos tu comentario
Tags:

Tal vez pueda interesarte...