La casa de Pita Amor. Disertación

¿En qué pensamos cuando evocamos nuestra casa? En más de una ocasión se le relaciona con la familia, con cariño, con calor. Existe una relación de protección cuando pensamos en el hogar, o al menos en la mayoría de los casos resulta así. Sin embargo, también existen reacciones que desdeñan el concepto de hogar por diversas situaciones.

Hay distintas maneras de entender nuestro hogar y el concepto que tenemos de él. En este caso pensamos en la concepción de casa recreada desde la memoria de alguien, quien la creó desde los recuerdos de su infancia; recuerdos que conllevan una serie de emociones plasmadas a través de su pluma. La pertinencia de esta situación pareciera ser la de voltear a ver nuestros lugares de la memoria.

En la Zona Rosa, una de las partes más curiosas de la Ciudad de México, vivió una dama quien escribió un relato que resultaría atractivo para el mismo Gaston Bachelard. Uno de los aspectos que mejor se conocen de Guadalupe Amor, mejor conocida como Pita Amor, fue su forma de ser. Una poeta que desafió los estándares y que incomodó a más de uno. Sin embargo, lo anterior le permitió distinguirse hasta los últimos días de su vida, incluso en sus andadas por las calles de la ciudad. En ella existió un constante estado de ansiedad y pesimismo que la persignaron desde su infancia, lo cual es apreciable en su texto. Cada una de las descripciones que hizo muestra cómo a una tierna edad es posible desencantarse de nuestros contextos, pero también la delicadeza de encontrarnos y conocernos incluso entre las paredes de un sitio nombrado como casa.

Amor y Bachelard describieron el interior de una casa como el espacio apropiado. Por un lado, Pita recuerda los lugares donde solía esconderse de niña, en donde fue capaz de ver cómo es que la vida se movía, siempre manteniendo una distancia entre los demás sujetos y ella. Una de las menciones más particulares es la del cesto donde se escondía, donde a través de las rejillas veía a una serie de nanas que junto con su madre la buscaban.

Un espacio que para Bachelard no significaría otra cosa más que el lugar donde el hombre encierra o disimula sus secretos,[1] para Pita se volvería el sitio donde iría cada vez que se sintiera “incomprendida, víctima de una casa entera y de cada uno de sus habitantes.”[2]

Desde la perspectiva de una niña, aquellos espacios que se volvieron escondites lograron que su intimidad fuese concebida, su relación con dicho objeto dio paso a la relación con su casa, más que con las personas que también la habitaban. Valdría la pena pensar en la obra de Amor como un reflejo –sin el propósito de serlo- de La Poética del Espacio.

El habitar siempre se ha considerado el carácter fundamental de los espacios, como las casas. Ellas logran conformar la intimidad de sus habitantes con cada uno de los espacios y objetos que la componen. Entonces, ¿cuánta melancolía podríamos encontrar en ellas? Todos los componentes de la casa que habitó Amor son el reflejo de todas las formas posibles, habidas y por haber, de su constante autodescubrimiento.

Cada una de las líneas que componen la obra es el reflejo de la temprana incomprensión que padeció Pita. Al final, el ejercicio pareciera ser que arquitectónicamente la casa es construida a partir de la memoria de la autora. Son sus ensoñaciones, añoranzas y desnudez las que nos dejan ver la formación sentimental de su primer cosmos, tal como lo nombra Bachelard. Incluso, estos recuerdos tienen albergue “y si esa casa se complica un poco, si tiene sótano y guardilla, rincones y corredores, nuestros recuerdos hallan refugios cada vez más caracterizados.”[3]

Así, como lo anterior, es que se construyó el relato de Pita Amor, por medio de los recuerdos que se crearon desde la recámara de su madre, los cuartos de sus hermanos, las escaleras, los sótanos, las galerías, la biblioteca, los cuartos de los criados, el comedor, la cocina, la recámara de su padre, los baños y el último espectro de su casa: la barda, a quien describe casi como una hipócrita al final de su texto.

Jamás fue la barda un sitio alegre para mí. Era esencialmente un refugio que no me atraía ni por cómodo ni por alegre, ni por íntimo, sino porque yo sabía que allí terminaba mi casa. Y aunque sus barrotes inexpugnables me cercaban más dentro de ella, por entre los espacios de esos barrotes entraba un aire que ya no era propiamente el aire legítimo de casa; ese aire enclaustrado en el corredor, en el cuarto de mamá y en mi propia habitación.[4]

Las descripciones elaboradas por Pita permiten ver cómo se generan aspectos esenciales señalados por Bachelard como ¿qué es una casa? Cada una de las descripciones nos deja ver las características que definieron a la propia Amor. Como el sótano que podría parecer un lugar donde juegan los niños, pero también un sitio del que escapan. Éste fue uno de los sitios preferidos de Amor, el mismo espacio que Bachelard definió como un lugar útil pues menciona que “se le racionalizará enumerando sus ventajas.

Pero es ante todo el ser oscuro de la casa, el ser que participa de los poderes subterráneos.”[5] Para Pita, aquél fue una expedición a las tinieblas, como si a partir de dichas características se fuese conformando el sentir que la acompañaría en su camino de poeta.

Mi corazón aceleraba la angustia de mis pensamientos. No tenía fin, no tendría fin ese desierto de negrura. No obstante, un oasis putrefacto quebraba la monotonía de tanto desamparo. Muchas veces Martha, Jorge o yo tropezamos con un montón de basura corrompida que parecía levantarse siempre en el mismo lugar. El podrido montículo era la sola señal de que el sótano al fin terminaba. Pero aun así, no veríamos pronto la luz: faltaba el pasillo sórdidamente gris, en donde un pozo lleno de misterio y de agua impura marcaba el final de los sótanos.[6]

La expresión del sótano tanto en el relato de Pita como en el de Bachelard apunta justo a la condición de las sombras que habitan la casa. Es cierto que en este último punto lo que hace Bachelard es citar a Jung en donde su análisis atiende más al psicoanálisis, sin embargo, algo que ocurre a partir de esto es que el relato de Pita cita un par de acontecimientos que cuadran a partir de que se pone de manifiesto el carácter del temor, del escondite y de la visualización de las sombras en dicha parte de la casa. Como si de un juego se tratara, el sótano conformó en buena medida ese imaginario, que además permitió asumirse a Pita y a sus hermanos como otro tipo de personas. “Nosotros soñábamos con los días aquellos, que no conocieron ni nuestra conciencia ni nuestros cuerpos, e imaginábamos vivirlos escondiéndonos debajo del brasero y planeando dividirnos en dos bandos”.[7]

La ficción se ponía de manifiesto en dicha parte de la casa para dar paso a la recreación de los acontecimientos externos a ella, como si de un búnker se tratara, todo lo que ocurría al interior generaba ese sentido de concretar el espacio.

La generación de intimidad es también fundamentada en lo que rodea a la casa. Una muestra de lo excepcional con lo cotidiano es lo que permite obtener un conocimiento integral de las edificaciones.[8] La idea de apelar a la arquitectura recae en el entendimiento que se le da al hogar como un recuerdo, de ahí el valor que se le da para estudiarlo.[9]

Además, la forma en que resulta la lectura del texto donde, de manera fragmentada, se leen cada una de las habitaciones de la casa permite concebirla como un lugar querido, pero quizá no tan apreciado en ocasiones por una niña. A pesar de lo anterior, son los recuerdos los que dejan ver la forma en que Pita pasó por esta casa, que cobró sentido con los años, cuando logró edificar a través de sus recuerdos la casa en la que vivió y ésta comenzó a construirse. Al final, el carácter más relevante entre la arquitectura y el habitar es la memoria.

[1] Gaston Bachelard, La poética del espacio, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 107

[2] Guadalupe Amor, Yo soy mi casa, México, Fondo de Cultura Económica, 2018, p. 228

[3] Bachelard,  Op. cit., p. 38

[4] Guadalupe Amor, Op. cit., p. 241

[5] Ibid., p. 49

[6] Ibíd., p. 126

[7] En este punto Pita habla en específico de la Decena Trágica, evento que su madre vivió junto con sus hijas mayores. Ellas tuvieron que esconderse justo en dicha parte de la casa; los sótanos y viejas cocinas. Ibíd., p. 122.

[8] Marina Waisman, El interior de la historia. Historiografía arquitectónica para uso de latinoamericanos, Bogotá, Escala, 1990, p. 78

[9] Al respecto Marina Waisman menciona que para el estudio de las edificaciones es necesario que éste sea un análisis integral; en donde se asuma el contexto, así como el interior de las construcciones.

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