Serguéi Eisenstein: los sentimientos y el ritmo en el cine

 

Serguéi Eisenstein es probablemente uno de los nombres que nunca podrá faltar en algún libro sobre cine. Ya sea por su trabajo como creador o teórico, el director ruso tiene asegurado un lugar como referencia obligada para todas aquellas personas que se interesan por el cine.

No es una exageración comentar esto, pues Eisenstein fue de los primeros interesados en conocer los detalles más escondidos del cine y transformarlo no sólo en el retrato de la humanidad, sino en el reflejo de lo que habita en lo más profundo de nosotros.

Si el cine nació en 1895 con la proyección de los hermanos Lumière en Francia, podríamos decir que no fue sino hasta 1925 que tuvo su primera oportunidad para ser tomado en serio con el Acorazado Potemkin. Es cierto, también, que en 1915 D.W. Griffith inauguró lo que desde entonces se conoce como “lenguaje cinematográfico” por sus tomas, movimientos de cámara, secuencia de imágenes y música, elementos que juntos crearon la unidad de las acciones en una película.

Serguéi Eisenstein admiró el trabajo de Griffith, pero admitió que su película El nacimiento de una nación apenas abrió la puerta de lo que el cine podía llegar a ser y mostrar. Con el Acorazado Potemkin, el autor ruso tuvo la oportunidad de poner en práctica todas sus reflexiones en torno al cine. Una de ellas, y quizá las más importante dentro de su teoría cinematográfica, fue su idea sobre la composición dentro de la estructura fílmica.

Para Eisenstein, una película no debe sólo contar una historia, también debe transmitir lo que los personajes (y los autores) sienten. Esto compromete al espectador a ser parte de la historia como un agente activo para comprender lo que sucede en la pantalla.

Sobre ello, Eisenstein apunta:

Supongamos que en la pantalla se va a representar el pesar. El pesar “en general” no existe. Es concreto; siempre está vinculado a algo; tiene conductores, cuando los personajes de una película sufren un pesar; tiene consumidores, desde el momento en que la ilustración del pesar apesadumbra también a los espectadores. Este último resultado no siempre es obligado en la ilustración del pesar: el pesar de un enemigo, después de su derrota, llena de alegría al espectador, quien identifica su sentimiento con el del conquistador en la pantalla.

Estas consideraciones son bastante obvias, pero detrás de ellas está uno de los problemas más difíciles al construir obras de arte, y que se refiere a la parte más estimulante de nuestro trabajo: el problema de ilustrar una actitud hacia la cosa ilustrada. Uno de los medios más efectivos para ilustrar esta actitud está en la composición, aunque esta actitud no puede mostrarse nunca sólo con ella, ni es su única tarea.[1]

Así pues, el interés del letón radica en la manera en que, por medio de la composición, una película pueda mostrarle al espectador lo que le interesa al autor del filme. Pero, ¿cómo lograr esto?

En primera instancia, Serguéi Eisenstein menciona que existe una manera simple y es representar la “alegría alegre” o el “pesar pesaroso”, lo que se logra mediante el cambio de elementos en la “naturaleza” de la escena representada. Es decir, la iluminación, la música, los colores o el ritmo con el que se compone una secuencia.

A pesar de su simplicidad, el director no duda en señalar la importancia de esto, ya que “la composición adopta los elementos estructurales de los fenómenos ilustrados y de ellos compone su canon para construir el trabajo que contiene”.[2]

Es entonces cuando el autor nos señala la importancia de este tipo de composiciones, pues “la verdadera composición invariablemente es profundamente humana” por las reacciones positivas o negativas que representen los personajes según la situación.

Eisenstein ejemplifica su teoría describiendo una de las escenas más recordadas de la película Alexander Nevski: el inicio de la Batalla de Hielo.

Este episodio pasa por todos los grados de una experiencia de terror creciente, en donde el peligro que se aproxima hace que el corazón se encoja y la respiración se agite. La estructura de esta “cuña saltarina” en Alexander Nevski, con variaciones, está modelada exactamente de acuerdo con el proceso interior de la experiencia. […] Las febriles palpitaciones de un corazón excitado dictaron el ritmo de los cascos saltarines: desde el punto de vista pictórico –el salto de los caballeros galopantes; desde un punto de vista composicional– el latido de un corazón a punto de estallar.[3]

Es así como Serguéi Eisenstein logra descifrar y sentar las bases de la edición cinematográfica desde un punto de vista más humano: aquel que evade la primera mirada, pero se llena del ritmo natural de la vida.

Probablemente después de leer algunos de los textos de Einsenstein no volvamos a ver el cine de la misma manera. Es claro que muchos de los grandes clásicos modernos han nacido bajo la influencia de este realizador soviético, pues definitivamente Alfred Hitchcock, Sergio Leone, Luis Buñuel o incluso Stanley Kubrick (por sólo mencionar algunos) desarrollaron su estilo gracias a las enseñanzas de uno de los primeros grandes maestros del cine.

La próxima vez que veamos una película y ésta nos comprometa a sentir pánico o la respiración agitada antes de algún gran suceso, estaremos dándole la razón a Serguéi Eisenstein: el cine es una gran composición de emociones.

[1] Eisenstein, S. “La estructura del filme” en La forma del cine, Siglo XXI, Ciudad de México, 2013, pág. 141.

[2] Ibíd. pág. 142.

[3] Ibíd. pág. 143.

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