Alfred Hitchcock: la figura del suspenso

Este hombre [Alfred Hitchcock], que ha filmado mejor que nadie el miedo, es a su vez un miedoso, y supongo que su éxito está estrechamente relacionado con este rasgo caracterológico.

Francois Truffaut

Cuando vamos al cine, hay un momento especialmente trascendente dentro de esta experiencia: cuando las luces se apagan. Este simple hecho nos conmueve al punto de, casi por instinto, dejar todo lo que estábamos haciendo para prestar atención a la gran pantalla, como si fuera una orden del deseo, un deseo de llenar el hueco que ha abandonado la luz, porque en nuestra mente y experiencia sólo podemos pensar que después de un túnel oscuro siempre habrá una luz al final.

Es entonces cuando esa gran luz nos golpea, nos llena por completo el rostro y nos ofrece -¡vaya bondad!- algo que ver, escuchar, percibir, consumir. Mientras las imágenes pasan indistintas, dentro de nosotros mismos sólo esperamos el momento de ver nuestra película, no sin antes conocer los avances de los próximos estrenos que desearemos ver. La experiencia del deseo presente y futuro en su máximo esplendor.

Con ello, el cine nos ha enseñado, quizá de una manera más efectiva que los libros en los últimos años, a despertar emociones, conmovernos con historias lejanas que nos parecen familiares, a esperar en cada instante de proyección algo que detone en nosotros ideas que nos ayuden a comprendernos mejor.

Porque hoy en día las imágenes son nuestra adicción, imágenes o secuencias que trascienden no sólo por lo que muestran, sino por lo que representan. Basta pensar en un puñado de nuestros filmes favoritos y detenernos en lo que recordamos de ellos. Probablemente sea una secuencia, un rostro, un hecho, en fin, una imagen en concreto. Pero esta cualidad del cine es hoy posible gracias al trabajo de grandes cineastas que sentaron, ampliaron, transgredieron, experimentaron y propusieron las bases del llamado lenguaje cinematográfico.

Uno de ellos, sin duda, fue Alfred Hitchcock, cineasta que trascendió y amplió las fronteras del papel de un director de cine para convertirse en una estrella dentro y fuera de sus obras, además de un modelo a seguir para muchos cineastas importantes. No por nada Francois Truffaut se dio a la tarea de realizarle una entrevista de más de 50 horas que terminó por publicar en El cine según Hitchcock (1966) y que, más allá de un manual para realizar cine, se volvió un testigo del imaginario del director británico.

Para ver el cine de Alfred Hitchcock

Si algo sabía hacer muy bien Alfred Hitchcock era producir cada detalle de una película para mantener la atención del espectador en cada segundo. En la introducción de su entrevista, Truffaut deja en claro esto:

“A todo lo largo de su carrera, Alfred Hitchcock ha experimentado la necesidad de protegerse de los actores, de los productores, de los técnicos, porque el más pequeño fallo o el menor capricho de cualquiera de ellos podía comprometer la integridad del film. Para Hitchcock la mejor manera de protegerse era la de llegar a ser el director con el que sueñan ser dirigidas todas las estrellas, la de convertirse en su propio productor, la de aprender más sobre la técnica que los mismos técnicos…”[1]

Esta “integridad” del filme podemos asociarla a la manera en que el cineasta británico concebía el cine: un medio de expresión perfectamente afinado para generar emociones a partir de lo que simplemente se conoce como suspenso. Truffaut menciona que el suspenso “es, antes que nada, la dramatización del material narrativo de un film o, mejor aún, la presentación más intensa posible de las situaciones dramáticas”,[2] es decir, el suspenso, más que un género, es una estrategia narrativa para intensificar las acciones del relato.

El suspenso ha sido utilizado como herramienta narrativa desde antes del nacimiento del cine. Al respecto, Lauro Zavala[3] lo define como “un efecto de sentido producido en el lector o espectador de cine, que consiste en ‘un estado de incertidumbre, anticipación o curiosidad en relación con el desenlace de la narración.’ […] es una estrategia para generar y mantener el interés del receptor”.[4]

El cine de Alfred Hitchcock desborda suspenso. Por ello, no debería sorprendernos que hayan sido sus películas las encargadas de iniciar el curioso mal empleo del término como género cinematográfico. Incluso la simpleza de este accidente habla de la relevancia de su trabajo: sólo algo realmente impactante para el espectador pudo marcar el inicio de un género, lo que conlleva el reconocimiento de una serie de características de fondo y forma propias del estilo “hitchcockiano” que han servido como base para un gran número de películas que recurren al suspenso para definirse.

El suspenso, lo que muestra el silencio

Por ejemplo, pensemos en una de las secuencias más recordadas de la cinematografía de Alfred Hitchcock: el momento del primer seguimiento en Vertigo (1958). Al igual que nosotros como espectadores en una sala de cine, el protagonista, John Ferguson, espera un hecho trascendente o un detalle que le ayude a comprender la ficción de Madelaine Elster, quien ha argumentado estar poseída por el espíritu de una suicida.

Es entonces cuando el personaje principal la sigue a diferentes puntos para encontrar pistas. Siguiéndola de cerca, Ferguson es nuestros ojos, por lo que su miedo a ser descubierto es también el nuestro. La simple mirada de Madelaine arruinaría toda la naturaleza del secreto, por ello, la mayoría de la secuencia carece de diálogos, es acompañada de una música acorde con los gestos del perseguidor y se evita el contacto visual con tomas de medio plano a la distancia de Madelaine. Sólo cuando Ferguson descubre algo trascendente, la cámara se vuelca a un close-up para enfocar un arreglo floral y el cabello de la perseguida.

Toda esta travesía mantiene un patrón importante: la tensión provocada por la combinación de imagen y sonido y que no cesa sino hasta el momento en que se reanuda el diálogo. Así, la narración crea ese momento en que nosotros como espectadores rogamos que la mujer no voltee, que no nos vea, porque sabemos que el suspenso radica en no nombrar, es decir en deambular en silencio.

 

Otro ejemplo que vale la pena recordar es la secuencia de la escuela de Bodega Bay en The Birds (1963). Cuando la protagonista Melanie Daniels llega a la escuela para recoger a Cathy Brenner, se da cuenta que faltan unos minutos para el receso. Melanie sale de la escuela para fumar un cigarrillo y es entonces cuando el punto álgido de la secuencia comienza: a medida que la protagonista consume su cigarro, empiezan a llegar cuervos a los juegos del patio.

A partir de una alternancia de encuadres medios y cortes directos, vemos, primero, a una tensa Melanie Daniels que recurre al cigarro para calmarse (primer indicio de suspenso) y, después, unos juegos infantiles que con cada corte se llena más y más de cuervos, hecho significativo ya que, como espectadores, sabemos lo que los pájaros pueden hacer. Entonces el suspenso de la secuencia consta de dos factores clave: la espera del peligro que sabemos que llegará y la desesperación por solucionar lo inminente. Es decir, una desesperada lucha contra el destino.

 

Sin embargo, cuando el ataque (lo que sabemos que iba a pasar) entra en escena, el suspenso funge otro papel: refuerza las emociones. Los niños huyen horrorizados de los cuervos, los cuales lastiman a más de uno, pero el espectador no piensa en una solución, sino en un consuelo: que los cuervos no los maten. El ataque es inminente, lo estamos (vi)viendo, pero compartimos el sentido de desesperación y supervivencia de los personajes; entonces, el suspenso es también instinto.


El presentador de las sombras

Si lo que hace único al cine de Alfred Hitchcock es el uso del suspenso, debemos pensar en su obra como una gran muestra de claroscuros. Lo que el realizador decide o no mostrar marca un punto crucial para el desarrollo de sus filmes, ya que, como alguna vez dijo Truffaut, para un director tan curioso y perfeccionista como Hitchcock la forma es el contenido.

Pero más allá de una calidad técnica, la obra de Hitchcock es una muestra de lo que es inevitable para las personas: el sentimiento de diferentes grados de miedo. Los primeros niveles pueden decir mucho de nosotros mismos porque son los que conocemos y reconocemos mientras crecemos (como los pájaros o las alturas), mientras que los posteriores podrían definir el resto de nuestras decisiones (trastornos o deseos). Depende del espectador hasta qué grado quiere ser parte de la ficción.

Así es como una figura regordeta nos sorprende desde las sombras, nos hace una invitación que no podemos rechazar: Alfred Hitchcock presenta (1955 – 1958) y la luz se transforma en imagen para pasar a ser intriga y después miedo, un retrato de nosotros mismos del que no somos poseedores, ese puesto le pertenece sólo a Hitchcock, el presentador de lo que no comprendemos de nosotros mismos y que nos muestra que cuando lleguemos a hacerlo será momento de salir de la sala.

 

[1] Truffaut, Francois, El cine según Hitchcock, Alianza editorial, España, 1966, pág. 10.

[2] Ibíd. Pág. 11.

[3] Catedrático de la Universidad Autónoma de México quien se ha especializado en teoría narrativa y análisis cinematográfico.

[4] Zavala, Lauro, Elementos del discurso cinematográfico, UAM, México, 2003, pág. 52.

Déjanos tu comentario
Tags:

Tal vez pueda interesarte...