Melodía de muerte en Psicosis de Alfred Hitchcock

El ritmo es un elemento que está presente en las artes. La música, la poesía y el cine son ejemplos de su encanto. En el cine se manifiesta por medio de dos vías: la sonora, con la música, y la visual para crear lo que denominamos ritmo fílmico.

Psicosis (Psycho, 1960), como toda película sonora, posee ambos. En este trabajo veremos cómo es que el ritmo visual se exhibe en el filme, haciendo énfasis en sus principales escenas o puntos de conflicto.

La ritmicidad no sólo se puede percibir a través de lo que escuchamos sino también en lo que vemos. Las coreografías en danza son claros ejemplos, o la sintonía que puede haber en los ademanes de una persona con lo que está diciendo. Es aquí donde lo que se dice y lo que se expresa están en una suerte de danza de signos que nos mantiene como en un trance hipnótico.

El lenguaje del cine usa la secuencia de planos para generar la sensación de rapidez o calma en la película, esto es lo que genera el ritmo interno. Una de estas técnicas es el llamado raccord y es aquel efecto que enlaza dos eventos y los une para señalar el principio y el fin de un gesto o movimiento. Ésta es la continuidad que genera una película.

En Psicosis, específicamente en la escena en la que Marion está en su casa, se nos revela que está alistando una maleta y que tiene el dinero en la cama. Su expresión en dicha escena revela concentración, voluntad, firmeza.

Contrario a esto, podemos ver la escena más típica y conocida de la película: cuando ella se baña y entran a matarla. El horror se muestra. El placer que un baño puede provocar cambia en un instante por la ferocidad de un homicidio. El raccord es rápido, nos aclara una muerte rápida y sanguinaria: el movimiento del cuchillo y la expresión que Marion hace; así el primer plano a su grito agiganta el hecho, lo masifica.

El sonido complementa la acción, nos introduce a un ritmo que denota algo hórrido. La velocidad, las imágenes y la toma dan lugar a una melodía, a un ritmo que anuncia la muerte. Es esa aceleración rápida y sofocante de un corazón a punto de estallar de la taquicardia. El hecho de que el asesino no tenga rostro lo hace más terrible. Con esto, Hitchcock usa un buen recurso narrativo pues lo revela hasta el final y hace más atrayente la historia.

El detective que falla es un rasgo importante en la narrativa. Estamos acostumbrados a que este personaje típico investigue y solucione el problema, que se convierta en el centro de atención. Al fracasar le quita ese privilegio o esa característica que se le tiene asignada como el héroe de la historia. Al mismo tiempo, incrementa el valor del antagonista, de Norman quien ha terminado con el que pudo haber sido su mayor obstáculo.

La melodía de muerte vuelve con la escena del deceso del detective. Al decir melodía, como lo he señalado antes, no me refiero a la banda sonora como tal, sino a la estética de la presentación de planos, es decir, al montaje: el detective va subiendo las escaleras con una fotografía de plano medio mientras que el asesino tiene una aparición repentina, tiene un estilo para matar que es con arma blanca y esto le da más fuerza como antagónico y a la escena en su presentación. Norman, con su vigor escénico, tiene nuestra atención.

El ritmo general de la película es fluido, rápido. Las escenas dicen mucho, expresan lo adecuado y mantienen al espectador con información continua. Hitchcock, utiliza la velocidad de los planos para generar suspenso. Se podría decir que la película tiene, incluso, la fluidez de un filme de detectives o del género noir con la violencia que lo caracteriza.

El clímax o punto más álgido es el descubrimiento del asesino. Ocultar el rostro homicida somete al filme a una atmósfera de misterio y desconcierto. El asesino es aquel al que no se le ve, al que no se le palpa, el que está tras una “máscara”. Por eso al enterarnos en la mítica escena del rostro disecado de la madre, llegamos a la sorpresa, a la solución del problema. Un primer plano al rostro muerto, el horror de la descubridora y después el verdadero matón llegando a la escena crean una secuencia memorable.

Hitchcock nos condicionó a su juego visual desde el inicio. Pero, ¿qué origina esta ritmicidad? La respuesta la encontramos en el conflicto. Este elemento es esencial en toda historia y es el que crea la ansiedad de seguir viendo o leyendo cualquier hecho. En el caso del filme, se nos muestra un conflicto de tipo ascendente, en palabras de Lajos Egri: «para que exista un conflicto de este tipo debe tenerse una premisa clara».

Dividiré esta obra en dos premisas porque considero que a partir de la mitad de la obra nace una nueva, es decir, son dos obras en una. La primera premisa es “el peligro de la ambición” la cual está dispuesta en el personaje femenino que se lleva el dinero y termina muerta. La segunda es “el peligro de la soledad” y está representada en el personaje de Norman Bates. Hay, por tanto, dos personajes principales. Asimismo, es ascendente porque el asesino va matando a un personaje tras otro sin que, en un principio, se sepa quién es, mientras se nos muestra la imposibilidad de estos.

La película, como menciono, tiene un quiebre en la mitad. Al matar a Marion crea a Norman. Y la melodía de muerte está situada en la segunda mitad que llamaré “la segunda película” porque es otra trama y también otros personajes. Lo que hace especial a este filme no es su simplicidad técnica, sino el uso que le da a sus recursos y la formación de dos películas en una. No son dos historias que conviven al mismo tiempo o que están entrelazadas. Si esto fuera así, el personaje de Norman y el de Marion se desarrollarían al mismo tiempo en planos paralelos. Lo que pasa es que la muerte de uno da nacimiento al otro. Este es el gesto estético plausible que nos muestra Hitchcock.

Al final, el cineasta logra transmitirnos la desesperación, la ansiedad que significa el no conocer el rostro de quien comete los asesinatos. La música que retrata esto se logra a través de planos y secuencias, con un crescendo que, en última instancia, es el anuncio inequívoco de la muerte.

Autor: José de Jesús López Avendaño

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