Las Abuelas de Plaza Mayo: Contra el terror de perder la identidad

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Hablar de amor por lo regular se relaciona en pensar en alguien o, quizás, en algo y es que parece que el amor no tiene límite para ser representado. El pensar en el amor familiar, como el que sentimos por nuestros padres, nuestros hermanos o nuestros abuelos pareciera que es el más sincero. Aunque no puede generalizarse, casi siempre es el amor más común al que hacemos referencia.

En medio de todo el caos del momento, mi ideal de amor se ve reflejado en las Abuelas de Plaza de Mayo. En Argentina, el 22 de octubre es el Día Nacional del Derecho a la Identidad, fecha que fue instituida por el Congreso de la Nación gracias a la labor de estas mujeres. Las abuelas han sido capaces de reconciliar memorias a través de la búsqueda exhaustiva que han realizado con tal de reencontrarse con sus hijos y nietos.

Ellas son la materialización de la memoria pero ¿qué es lo que ha pasado con ellas? ¿Por qué nombrarlas como reconciliadoras? La memoria colectiva es también cultural y, al menos desde la perspectiva histórica, es fundamental para entender cómo es que se genera comunidad en las sociedades y cómo es que ésta determina parte del devenir histórico de las poblaciones.

Las abuelas se enfrentaron a una memoria impuesta que determinó “historias oficiales” pero, en ese momento, sus experiencias no les permitirían continuar con una historia que no era la suya.  Es cierto que las historias que se determinan oficiales responden en muchas ocasiones a ideales políticos porque se busca una configuración de nación con el deseo de fomentar una idea de unidad e identidad entre pares. En aquel contexto, tuvo sentido que se hubiese procurado un ideal así, sin embargo, existía un trauma que no sería sencillo de tratar.

Estas mujeres son el claro ejemplo de la lucha constante por la búsqueda y defensa de la identidad. ¿Cómo es que surgen? Su trabajo inició partir del conflicto político que dio paso a la época de la dictadura cívico-militar en Argentina. En marzo de 1976, Jorge Rafael Videla dio un golpe de Estado que iniciaría una época de terrorismo en Argentina, en el que el problema también fue la idea de eliminar a las personas que estuviesen en contra del régimen. En este caso, las personas que estaban dentro de la lista de “traidores” fueron perseguidas y desaparecidas; acaecidas en centros clandestinos para ser torturadas y asesinadas.

La mayoría de los desaparecidos eran jóvenes con ideales que se opusieron al régimen que gobernaba Argentina. ¿Quién reclamaría dicha desaparición sino las madres? Esa represión se llevó las vidas de sus hijos y fueron ellas quienes comenzaron a protestar. Sin embargo, para el caos de ese entonces cualquier tipo de protesta era igual a represión, por ello, ante la situación comenzaron a manifestarse con tintes pacíficos alrededor de la Plaza de Mayo en el centro de Buenos Aires. Ellas portaban fotografías y pancartas exigiendo la aparición de sus hijos, búsqueda que se extendió también hasta la incógnita de no saber sobre el paradero de sus nietos.

“El tema de la maternidad resulta de mayor interés y complejidad cuando se manifiesta como el estandarte de la acción política de un movimiento social de mujeres”,[1] pues entonces se contrapuntean dichos aspectos: una madre que protesta podría parecer algo extraño, sin embargo, si se analiza con cuidado la maternidad es uno de los aspectos que mejor pueden representar las luchas cuando se trata de defensa. Las madres que se convirtieron en abuelas sin ser parte de ese proceso fueron quienes comenzaron a agruparse para intentar averiguar el paradero de esos hijos y de los nietos apropiados en plena dictadura.

La presencia femenina y materna construyó poco a poco una red que es el ejemplo de lo que podemos llamar sororidad, quizá sin siquiera estar conscientes de ello. “En estos movimientos sociales se presenta una importante proyección de la función materna hacia la acción política”,[2] donde el movimiento de las abuelas tomó un tinte que no ofrecería más que esperanza, una lucha que inició pacífica y que poco a poco se fue gestionando como una asociación que buscó principalmente justicia así como el reencuentro.

La transformación del rol de la mujer “ama de casa” a una que salió a protestar determinó en muchos sentidos una nueva forma de organización que les permitió a otras madres enfrentar el miedo de las desapariciones de sus hijos y nietos en compañía de otras mujeres. En este sentido la complicidad por padecer un “trauma colectivo” les permitió fomentar una imagen que se volvió un símbolo para toda una comunidad.

La memoria se convirtió en el estandarte de las abuelas pues su determinación como colectivo surgió a partir de la conjunción que pudieron tener varias mujeres a partir de un hecho catastrófico como la desaparición de sus hijos y el desconocimiento del nacimiento de sus nietos. Es por eso que ambos colectivos, con el mismo ideal se distinguieron porque uno buscaba sus hijos y el otro a los nietos, éste último se volvió el símbolo que conoces cuando todas esas abuelas se colocaron un pañuelo blanco en la cabeza, en alusión a los pañales de los nietos desaparecidos.

Pero, ¿de dónde se toma la idea de la reconciliación? El concepto ha sido tomado de Peter Burke quien en su texto Historias y memorias: un enfoque comparativo, analiza estrategias contra el olvido o cómo es que se ha manejado, y propone también cómo enfrentar los recuerdos que conforman nuestras memorias. Existen memorias individuales que son traumáticas[3] desde el aspecto personal pero también generacional; en este sentido, Burke enlista una serie de hechos y comenta que una reacción en común es el intento de olvidar o no de “no recordar,”[4] aspecto que evidentemente las abuelas decidieron no cumplir, pues lo que mantiene viva su lucha es la memoria.

En una época donde la prudencia pareciera ser más un efecto de temor que de otra cosa, ellas hicieron pública sus demandas con tal de que la desaparición forzada no cayera en el olvido. Cuando se trata de una negación metafórica, como explica Burke, no existe ninguna mención sobre los hechos de carácter traumático, sobre todo porque se pretende que estos hechos sean eliminados para quienes puedan padecer alguna especie de bochorno.[5]

Es lógico que entonces lo anterior no cuadre con los ideales de las abuelas puesto que la búsqueda de sus nietos implicó también la exposición de los culpables. “No es fácil hablar de los ausentes con todo detalle. De todos modos, es importante para nosotros que no nos olvidemos de olvidar.”[6]

Para el caso de la segunda estrategia, el tópico es la lucha, aspecto indispensable. Las abuelas nos hablan de una lucha contra el olvido donde las historias no oficiales toman partido y deciden imponerse a aquello que ha sido aceptado como una verdad contundente o una historia sin capacidad de ser revocada.

Para su caso, es evidente que este aspecto no forma parte de ellas en el sentido de que han luchado para que la historia de los subalternos tome escenario como una historia necesaria e indispensable para su lucha. Es por eso que “lo oficial” como ejemplo de imposición en la historia, se reconstruyó como un estandarte que las abuelas decidieron derrocar a partir de las necesidades que fueron construyendo conforme su movimiento se estableció.

Es por eso que la tercera estrategia pareciera señalar el escenario que ellas han construido. En este punto, Burke señala que son las naciones las que determinan esta especie de apertura para las nuevas soluciones del conflicto, donde se remplazan nombres de calles, se mueven monumentos o estatuas que hacen alusión a ciertos eventos o simplemente, que hay una apertura sobre el nombramiento de ciertos hechos históricos.

Esta reconciliación cobra otro sentido, el deseo de encontrar a sus hijos y nietos pudo verse reflejado más bien en que una vez que terminó la época del régimen, se propusiera un juicio a todos aquellos responsables de las desapariciones y torturas. Quizá en ese sentido, el enjuiciar a los culpables podría tener cierto aspecto de reconciliación con la memoria, sin embargo, lo verdaderamente necesario era encontrarlos. Además de los juicios a los culpables, la restitución de sus nietos se volvió el objetivo primordial, el encontrarlos y conocerlos fue parte de su camino a la reconciliación.

¿Por qué es que entonces cobra tanta relevancia esta presencia femenina? El hecho de que sean mujeres mayores y madres/abuelas resignifica la exigencia desde la perspectiva de la maternidad, misma que alude a la reconstrucción de una memoria fragmentada por los eventos traumáticos que cada hogar padeció durante la dictadura militar.

Esta capacidad de identificación a partir de la tragedia puede que no sea el ideal para generar comunidad ni mucho menos para fomentar los vínculos identitarios entre una sociedad, no obstante, como bien lo apunta Pierre Nora existen “lugares –o lugar- de la memoria” para hablar de los sitios donde ésta se cristaliza dando pie a que se entienda como un sitio de encuentro.

Es por eso que durante el largo proceso que ha sido el tratar de recuperar a sus nietos, la asociación Abuelas Plaza de Mayo comenzó a gestionarse como eso, como una asociación que ha valido reconocimientos y premios por su labor altruista, misma labor que se ha gestionado desde el primer día que padecieron la ausencia en sus hogares. Ellas, con el amor que puede caracterizar a una madre, salieron en búsqueda de los hijos, hijas y familias que fueron destruidas por el terror.

La identidad como un derecho ha sido difícil de comprender puesto que pareciera que como tal, éste no tendría por qué ser arrebatado. El desconocimiento de los orígenes siempre ha sido un estigma para quienes deciden emprender un camino de reconocimiento.

Ellas, como una batuta de la legitimación de la identidad de cada uno de los nietos desaparecidos son un reflejo de la determinación colectiva. Sin haberlo planeado, su deseo de encontrar a sus hijos se manifestó como un ejercicio político del cual partirían para emprender un trabajo que hasta la fecha ha logrado tener frutos; como la recuperación de todos los nietos nacidos en clandestinidad.

Poco a poco, se han logrado recuperar identidades de esos nietos; su organización ha logrado emprender un trabajo donde hasta la fecha se cuenta con un registro de investigación, con bancos de ADN y medios de contacto para quienes tienen dudas sobre su identidad.  Por supuesto que este aspecto de la lucha es uno de los más fuertes, pues ¿qué se hace con los recuerdos de una familia que no están completos por las ausencias?

           

[1] Karen Ortiz Cuchivague, Las madres de la Plaza de Mayo y su legado por la defensa de los derechos humanos, p. 166

[2] Ibid.

[3] Peter Burke, Historias y memorias: un enfoque comparativo, ISEGORÍA. Revista de filosofía moral y política, No. 45, julio-diciembre 2011, p. 492

[4] Ibíd, p. 493

[5] Ibíd.

[6] Ibíd, p. 495

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