Entre himnos de violencia: Algunas letras de Colombia


La verdadera tiranía de Colombia, todos lo sabíamos, se llamaba la Violencia, una emperatriz con velos negros y guantes ensangrentados, pies de arcilla y pecho de plomo, con el vientre estéril, la vagina supurante y las ubres pródigas, amamantando a sus hijos con una leche envenenada, que segaba una vida en cuestión de horas y a veces en asunto de siglos…  

Carlos Fuentes[1]

La historia de Latinoamérica está permeada de sucesos violentos que han llenado sus tierras fértiles de homicidios, desplazados, viudas, y orfandad. Uno de los países que se ha teñido durante más de cincuenta años de estos acontecimientos es Colombia, que ha lidiado con confrontaciones políticas entre los partidos liberales y conservadores, el narcotráfico, grupos subversivos, ocasionando una cantidad de víctimas que, paradójicamente, han permitido contar los hechos que identifican al país desde las artes. Es decir, que las artes han permitido construir esa memoria histórica que se niega a olvidar los hechos que han lastimado a Colombia, pues desde el teatro, la literatura, la música, el cine, la escultura, la pintura, entre otros,  han sido expresiones utilizadas como alternativas para que evitar el olvido y que no vuelvan a pasar.

Si echamos un vistazo sobre 1980, nos daremos cuenta que es la década más cruel que atraviesan los colombianos. La guerra contra el narcotráfico generó una cantidad de atentados terroristas como medios para intimidar al gobierno. Gabriel García Márquez en 1996, en su obra Noticia de un secuestro narra esa situación:

Era evidente que en aquel enero atroz el país había llegado a la peor situación concebible. Desde 1984, cuando el asesinato del ministro Rodrigo Lara Bonilla, habíamos padecido toda clase de hechos abominables, pero ni la situación había llegado a su fin, ni lo peor había quedado atrás. Todos los factores de violencia estaban desencadenados y agudizados. Ente los muchos graves que habían convulsionado al país, el narcoterrorismo se definió como el más virulento y despiadado. Cuatro candidatos presidenciales habían sido asesinados antes de la campaña de 1990. A Carlos Pizarro candidato del  M-19, lo mató un asesino solitario a bordo de un avión comercial, a pesar que había cambiado cuatro veces sus reservaciones de vuelo en absoluto y con toda clase de argucias para despistar. Al general Maza Márquez le habían hecho estallar un carrobomba de trecientos kilos de dinamita. Fue tal la conmoción que debió acudir a la ayuda siquiátrica para recobrar el equilibrio emocional. Aún no había terminado el tratamiento, al cabo de siete meses, cuando un camión  con dos toneladas de dinamitas desmanteló con una explosión apocalíptica el enorme edificio del DAS, con un saldo de setenta muertos, setecientos veinte heridos, y estragos materiales incalculables. Los terroristas habían esperado el momento exacto en el que el general entrara en su oficina, pero no sufrió ni un rasguño en medio del cataclismo. Ese mismo año una bomba estalló en un avión de pasajeros cinco minutos después del despegue, y causó ciento siete muertos, entre ellos Andrés Escabí,el cuñado de Pacho Santos, el tenor colombiano Gerardo Arellano. La versión general fue que estaba dirigida al candidato César Gaviria. Error siniestro, pues Gaviria no tuvo nunca el propósito de viajar en ese avión. Más aún: la seguridad de su campaña le había prohibido volar en aviones de línea, y en alguna ocasión que quiso hacerlo tuvo que desistir, ante el espanto de otros pasajeros que trataron de desembarcar para no correr el riesgo de volar con él. p 34

Cabe resaltar que García Márquez se convierte en una voz esencial a la hora de relatar algunos hechos violentos, desde el realismo mágico, que invadían a Colombia, e Hispanoamérica. Sin embargo, a finales del siglo XX surgen voces como Héctor Abad Faciolince, Santiago Gamboa, Mario Mendoza, Fernando Vallejo, Jorge Franco, Laura Restrepo, y Evelio José Rosero, quienes tratan temas como el sicariato, la prostitución, la corrupción, el narcotráfico, el exilio, fragmentos del país y el mundo.

En esa línea el académico Oscar Osorio (2006),  en su ensayo sobre: Siete  estudios  sobre  la  novela  de  la  Violencia  en  Colombia, una  evaluación  crítica  y  una  nueva  perspectiva  aborda un ensayo de la escritora Laura Restrepo que lleva como título: Niveles de realidad en la literatura de la violencia colombiana, en el que establece la violencia como un fenómeno histórico y social. Además, propone que:

Los “inventarios” de muertos y horrores, registrados por las primeras denuncias, que buscaban enardecer conciencias con la presentación de cortes naturalistas de los hechos, cedieron ante los escritos que abandonaron las circunstancias más explicitas y que, mediante la elaboración poética, rastrearon motivaciones ocultas, mecanismos sutiles, engranajes subyacentes. Los personajes prototípicos, planos y carentes de individualidad, utilizados para ejemplificar tesis y planteamientos, evolucionaron hasta llegar a poseer una subjetividad rica en contenidos, mientras que concomitantemente, fueron quedando superados el esquematismo y el maniqueísmo en la visión del mundo. Las páginas plagadas de violaciones y cortes de franela fueron desapareciendo, en tanto que se escribían obras que no necesitaban relatar un solo crimen para captar “Violencia” en toda su barbarie. p.127

Lo anterior indica que Restrepo instaura una nueva forma de describir los sucesos violentos sin acudir a elementos grotescos a la hora de manifestarlos. Tal vez como una estrategia de toma de conciencia de los eventos macabros que nublan a Colombia, y no deben repetirse ante unas víctimas que claman justicia.

                                                                                  

Con lo que se lleva dicho hasta aquí, es importante traer a colación a Evelio José Rosero, quien en 2007 publica su novela Los ejércitos, la cual relata la historia espeluznante de violencia de los pueblos colombianos. A través del maestro rural Ismael Pasos, quien vive con su mujer en un pequeño pueblo aniquilado por la violencia de grupos armados como fuerzas armadas oficiales, guerrillas, y narcotraficantes, las cuales acaban con la gente del pueblo sin poder identificarlos.

El juego de Rosero es mostrar cómo una vida cotidiana es interrumpida por una violencia que acaba con toda posibilidad de soñar con esos paisajes, animales y vidas que narra Pasos, antes que la violencia vuelva a sus vecinos en sujetos temerosos, quienes acuden al exilio como un mecanismo defensa de la barbarie que se lleva todo.

Finalmente, los himnos de violencia que han invadido al país en los sectores socioculturales reflejan el sufrimiento que han pasado y pasan colombianos desde la ficción y la realidad. La  insistencia está en crear una memoria histórica que permita evocar acontecimientos que no vuelvan a ocurrir, y una de las estrategias implementadas es la literatura como un universo de posibilidades, o en palabras de la pacifista norteamericana  Cora Weiss: “No basta con que los niños sepan leer y escribir, es necesario inculcarles alternativas de «no violencia».

 

Referencias bibliográficas

García, M. G. (1996). Noticias de un secuestro. Diana. México

Osorio, O. (2006). Siete  estudios  sobre  la  novela  de  la  Violencia1  en  Colombia, una  evaluación  crítica  y  una  nueva  perspectiva. Poligramas. Cali, Colombia.

Rosero, E.J. (2007). Los ejércitos. Tusquesets. Barcelona.

[1] Fue un escritor, intelectual y diplomático mexicano, uno de los autores más destacados de su país y de las letras hispanoamericanas, escribió novelas como La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, entre otras.

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