Figuras poéticas y cervantinas en The Joker de Joaquín Phoenix

Las figuras poéticas se presentan en las diversas manifestaciones de la poesía, pero incluso el cine no está exento. Como dijo el escritor Roberto Bolaño,[1] la narrativa se manifiesta, en ocasiones, con mayor cause poético que muchos poemas. El presente trabajo desglosará la actuación de Joaquín Phoenix mediante sus escenas más relevantes y se centrará en mostrar las expresiones poéticas que tiene en esta película en su interpretación como Joker.

Este Joker nace por diversos motivos: una sociedad decadente, un trastorno de risa, una inautenticidad que en conjunto generan la fuerza del personaje. Considero que son estos tres los que lo crean y construyen.

Este protagonista es un ser en agonía visto desde el punto de vista semiótico de Raul Dorra en El sujeto como agonía ya que vive preocupado tratando de encontrar su propósito de vida. En toda la película está en continua tensión, lo que da lugar a la explosión del clímax. Su interpretación produce un ambiente de verosimilitud y realismo que da lugar a una muestra de figuras retóricas en su escenificación.

Lo más resaltante, visible, apreciable, es la risa que muestra sin discriminación; esta risa, si se considera en el terreno de la comicidad, trae su desconcierto en el personaje. La risa involuntaria contrasta con el sufrimiento que padece, con la asfixia a la que lo orilla la sociedad y su vida. Es una risa unidimensional, esquiva y dolorosa que es contraria a la risa del colectivo.[2] Muestra más un dolor que la felicidad a la que la asociamos comúnmente. Lo ridículo no tiene cabida en esta interpretación, no se permite ni aún en los momentos más propicios, como al estar frente al público en su ejecución de stand up.

Por otro lado, el baile le da a la película una suavidad que ayuda a manejar el ritmo. La sentencia de Octavio Paz de que la poesía es el poema erguido se pone de manifiesto en este acto y le ayuda a este Joker a darle su matiz preciso, el estilo en su construcción.

En la escena de apertura cuando es golpeado, la flor de broma de su bolsillo tira agua lo que engendra una metáfora. Encierra el significado de que “su corazón llora” y expresa, por medio del objeto, su sentir; tal sentencia conflictúa con el público con el personaje-tipo que ostenta: un payaso, ya que se supone que éste debe estar en continua alegría. Aunque también podría considerarse como una hipálage y resumirse en “el triste corazón” ya que es el objeto el que llora y no el personaje, ambas figuras retóricas son igual de aplicables y depende de la perspectiva con que se le vea.

Posteriormente, ya en el transporte público donde hace reír a un niño para sentirse bien, donde se relaja un instante, la mujer se enoja y esto refleja el cansancio de una sociedad que no confía en sus ciudadanos: la mujer le recrimina por “molestar” a su hijo. Para ella y para los habitantes todos son posibles asesinos, psicópatas o maniáticos y la confianza es un elemento que se ha perdido. Aquí no hay una visible asociación a una figura poética, pero sí a una interpretación de cómo está construida la atmósfera de la narrativa del filme.

Hay que recordar que el punto de vista, en la mayor parte de esta película, se centra en el protagonista: la película se cuenta desde él, incluso desde su propio inconsciente. Por eso, los momentos de alucinación nos parecen tan verosímiles, ya que el efecto fílmico nos introduce en la trama, en esa atmósfera.

El Joker de Phoenix es un Don Quijote moderno, no asediado por libros de caballería, pero sí metido hasta el tuétano en una sociedad sofocante que lo corroe. Se alimenta de imposibles: hacer feliz al mundo, ser un caballero o portador de la risa. Ostenta, al igual que Alonso Quijano, una triste figura. Por eso, la escena en la que da muerte a los tres subordinados de Wayne entrevé este cambio. El individuo vomita su enojo en forma de violencia. En vez de enderezar tuertos o ayudar a los débiles, castiga a quienes lo han dañado.

Una risa dolorosa. Este oxímoron es la piedra angular de la película y describe su carácter antitético.  Ante la adversidad, la risa del Joker despierta para ser una válvula de escape que lo suelte, que lo haga libre. Su baile es también complemento, matar se vuelve un ritual que ensalza por medio de una danza: es un sacrificio a la sociedad. Ya lo dijo Octavio Paz “Danza y música, movimiento rítmico impregnado de sentido, no es abuso del lenguaje figurado, el empleo de expresiones como armonía, ritmo o contrapunto para calificar las acciones humanas.”[3] Y es verdad, en este personaje la danza es contrapunto ante la muerte o la locura. Joaquin Phoenix recrea un mito: el del arlequín.

El estilo de este baile es lo que crea el ritmo de las escenas. Dice mucho del personaje: la suavidad del estilo es contrastante con el acto rápido y violento del asesinato. Por lo tanto, ambos se complementan.

El horror hacia lo desconocido es el último asentamiento de este personaje. Ya H. P. Lovecraft en su ensayo “El horror sobrenatural en la literatura” dijo que “El miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido.”[4] El maquillaje es una máscara que encubre la identidad de una persona que no tiene identidad.

Al Joker se le puede esclarecer su recorrido semiótico. A lo largo del filme sufre transformaciones que hacen notar la evolución del personaje. Pasa de un estado pasivo-calmado a uno violento-activo y este cambio se debe al proceso de reconocimiento. He mencionado, con anterioridad, cómo cada persona asume una existencia auténtica o inauténtica. También revisé en particular a cierto personaje que carece de identidad. El Joker es semejante a él en este aspecto, al no tener un origen concreto no sabe qué actitud tomar y obra con instinto.

El personaje se animaliza en el sentido de que deja salir sus deseos primitivos como es el de matar o el de bailar: se libera. Así, es un monstruo contemporáneo semejante a los que aparecen en las novelas de Liliana Blum: es la represión social lo que lo llena de tensión, de zozobra, llevándolo a estallar.

En este sentido, cuando mata a su antiguo compañero payaso y perdona al otro refleja una actitud consciente de moralidad que se camina en una cornisa. Aún logra discernir entre lo bueno y malo.  Tiene su lado correcto e incorrecto. Es hasta una figura retórica llamada antítesis el hecho de que un asesino no mate a la posible víctima cercana. Esta parte constata que todavía no entra a ser un monstruo a totalidad, sino que está en transición.

El Joker de Phoenix comienza a descubrir sus capacidades, su valor, entendido en el sentido de valía.

Su descenso al infierno es ese bajar por las escaleras después de haber matado. Sabe que ha cambiado. Hay una ritmicidad, un pie yámbico que se manifiesta en el baile.

La hipérbole se encuentra en la sublimación final, en la escena en que se le ensalza ante las personas vestidas de payaso para convertirse en su símbolo. El Joker entonces pasa a ser una alegoría de la fuerza antisistémica, del anarquismo, de la rebeldía, sin quererlo ni desearlo.

[1] Entrevista realizada a Bolaño en el programa “La belleza de pensar”.

[2] Pág. 5

[3] Página 5, Arco y la lira.

[4] Página 4.

Autor: José López Avendaño

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