Manuel Álvarez Bravo: la ventana de lo oculto mexicano

Imágenes tomadas del Archivo Manuel Álvarez Bravo.

La fotografía del siglo XX no es más que una ventana a los sucesos de esa época. Hoy en día tenemos la fortuna de ver todos esos testimonios gracias a los lentes de varios fotógrafos que radicaron en el país. Para el fortunio de unos y la desgracia de otros, la época revolucionaria y, por supuesto, la posrevolucionaria fueron los hechos que dotaron de particularidad varias manifestaciones artísticas durante ese momento.

El trabajo de Manuel Álvarez Bravo es el reflejo de lo cotidiano de un país. El encanto de su trabajo consiste en la sencillez, pero también en lo común de sus retratos. En una nación convulsa, los escapes que permitieron las fotografías de Bravo fueron una ventana a todo aquello que no siempre fue protagónico, una mirada auténtica a todo lo que ocurría.

La afición de Manuel Álvarez Bravo por la fotografía comenzó cuando él era muy joven, el ambiente familiar le permitió ese gusto adquirido. Su abuelo y su padre fueron pintores y, en una edad madura, decidió estudiar dicha profesión en la Academia de San Carlos.

Oriundo de la Ciudad de México, radicó en el Centro Histórico, por lo que su contexto parecería indicarle a cada segundo ese afán por los escenarios comunes, por las instantáneas que encontraba en cada esquina al salir de su casa.

En esa situación vivió buena parte de su vida, donde a una edad muy temprana tuvo que dedicarse a trabajar después del fallecimiento de su padre. Entonces comenzó un trabajo como obrero de una fábrica textil para después comenzar una carrera de contador en una escuela nocturna, oficio que le permitiría cubrir gastos, pero que no cumpliría con sus gustos.

Retrato Manuel Álvarez Bravo

Es por eso que a la par de comenzar la carrera de pintura en la Academia de San Carlos, comenzaría a relacionarse con el mundo de la fotografía y tuvo la oportunidad de estudiar en la Academia de San Carlos donde adquirió conocimientos básicos sobre el pictorialismo y más tarde exploró las estéticas modernas, con el descubrimiento del cubismo y las posibilidades de la abstracción. Sin embargo, salió de la Academia para enfocarse de lleno en el lente. De esta forma, obtuvo conocimientos que aplicó en su pasión por la fotografía.

La época posrevolucionaria permitió a distintas manifestaciones artísticas congregarse como las conocemos hoy en día. La pintura mural es el ejemplo más claro de lo anterior, la cual a través de distintos pintores de renombre se concibió como se conoce actualmente. A la par de lo anterior, Manuel Álvarez Bravo entendería que si bien la pintura era una expresión bastante afortunada, él gustaba de las acciones inmediatas. Además, su interés por la fotografía surgió a raíz de su vínculo con personajes como Hugo Brehme y Edward Weston, de quienes aprendió una nueva forma de mirar los escenarios y los personajes que lo rodeaban.[1]

La fotografía de Bravo comenzó a “evolucionar” a partir de esas relaciones y también por las corrientes de las que se hizo partícipe. Aunque al inicio no se consideró parte de ninguna, lo cierto es que la composición de sus fotografías lo englobaron incluso en el surrealismo.

Imagen tomada del Archivo Manuel Álvarez Bravo.

Fue su relación con Brehme lo que le permitió mirar y usar lo aprendido para su producción fotográfica, ya que, un año después de conocerlo, en 1924, compró su primera cámara.  Brehme se dedicó a fotografiar los diferentes bandos revolucionarios durante la época del conflicto y fue quien le dio algunos consejos a Bravo sobre sus fotografías.

“La influencia de los muralistas en su fotografía no fue inmediata, no sólo provenían de las artes plásticas, se originan por diversas fuentes, nunca son únicas, se mezclan y se contradicen. La continuidad del trabajo y la atención constante, así como el ambiente, acaban por producir la personalidad”.[2] 

De la misma forma que recibió influencia por parte de los pintores, y los consejos de figuras como Brehme, también obtuvo oportunidades dentro de un ámbito más profesional. Dichas oportunidades –que representaban la angustia de otros-, le abrió el camino para su producción más fortuita en cuanto a material fotográfico.

Encuentros necesarios

Manuel Álvarez Bravo conoció a Tina Modotti mientras ella estaba cada vez más comprometida en la transformación radical de la política, que empezaba a ser la orientación principal de su labor fotográfica. En ese momento, Modotti ya tenía un recorrido en cuanto a producción fotográfica. Su nombre aparecía junto al de Manuel Álvarez Bravo en la nómina de los premios de una exposición en 1928 de la Asociación de Fotógrafos Mexicanos, un sindicato que defendía y practicaba el pintoresquismo y la fotografía seudo-artística.[3]

Esta relación con Tina Modotti le permitiría continuar con su trabajo en el país, ya que Modotti fue deportada en 1930, por lo que le cedió su trabajo en la revista Mexican Folkways, lo que le permitió fotografiar a los más destacados muralistas a la par que conoció muchos lugares del país. En ese momento, en sus fotos se apreciaba un fuerte cambio, sobre todo por el conocimiento de la nueva fotografía europea: motivos abstractos, fragmentaciones, experimentos, extrañamientos.

Una parte de la crítica advirtió los cambios y los celebró, sobre todo Francisco Miguel, quien destacaba la «objetividad» de sus fotos y su capacidad de extrañamiento: «hace aparecer súbitamente ante nosotros los más inesperados aspectos de las cosas […] todo un mundo de formas que siendo reales ignorábamos.»[4]

Tomada del Archivo Manuel Álvarez Bravo.

De esta forma fue como Manuel Álvarez Bravo comenzó a desplegar su carrera fotográfica poco a poco. No porque no existiera antes, sino que su lente empezó a alcanzar otros sitios y a hacerse presente en otros ámbitos. Fue entonces cuando comenzó también con las producciones cinematográficas ya que participó en una serie de películas de la época del cine de oro mexicano (como lo conocemos en la actualidad), colaborando con su lente en algunas de ellas.

El director ruso Sergéi Eisenstein, quien conocía la imagen de México de Weston y Modotti a través del libro de Anita Brenner, trabajó con pasión en la creación de otro retrato más complejo: el de la nación y sus habitantes, pero tuvo que presenciar, impotente, la fragmentación de su trabajo en una multitud de fotos fijas del rodaje.[5]

Para Eisenstein el montaje cinematográfico servía para dotar de sentido a una imagen mediante su lectura conjunta con otras, de tal manera que una foto que individualmente significara una cosa, montada con otras adquiriera una nueva vida, la cual podía ser completamente distinta según el montaje efectuado. Para dicho trabajo Álvarez participó con las imágenes de películas como ¡Qué viva México! 

Las tehuanas ligeras de ropa, los toreros, los peones envueltos en sarapes, los hacendados con chaquetas cortas y pistola al cinto, los indígenas con rostros de piedra y las calaveras festivas se convirtieron así en una imagen pintoresca renovada de México. De esa forma es que el carácter de Bravo se desplegó hasta nuestros días, en que lo reconocemos como un baluarte de la fotografía latinoamericana, no sólo mexicana.

Manuel Álvarez Bravo Comedor
Tomada del Archivo Manuel Álvarez Bravo.

Es cierto que hubo mucha presencia de fotógrafos extranjeros, pero ninguno pudo reparar en todos los aspectos que Bravo hizo notar de México. Sugerencias misteriosas, irónicas, divertidas, pequeños símbolos de los hechos ocurridos, de la escena de lo cotidiano, de la ciudad, de los talleres, las tiendas, los oficios, los obreros, las amas de casa, los niños.

Toda la parte, todo ese “detrás de cámaras” fue en lo que Manuel Álvarez Bravo decidió detenerse para mostrarlo como parte del “ser mexicano”, sus retratos inconfundibles nos han permitido asomarnos a ese legado social del México del siglo XX.

Manuel Álvarez Bravo Beso
Tomada del Archivo Manuel Álvarez Bravo.

[1] Cuartooscuro, https://cuartoscuro.com/revista/a-118-anos-del-nacimiento-de-alvarez-bravo/, consultado el 3 de Octubre de 2020

[2] La magia de la fotografía, p. 12

[3] Salvador Albiñana y Horacio Fernández, “La óptica moderna. La fotografía en México entre 1923 y 1940”, Artes de América Latina, No. 80, 2003, p. 66

[4] Ibid., p. 67

[5] Ibíd., p. 68

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