Juan Cordero, el genio amargado

Cuando se habla de la pintura mexicana del siglo XIX es imposible no recordar cuadros de gran formato con temáticas históricas relacionadas con la antigüedad clásica, guerras o retratos. Asimismo, resulta impensable dejar de mencionar artistas de la época como José Agustín Arrieta, Manuel Serrano, Miguel Mata y Santiago Rebull, sin embargo, en este texto se recordará a uno de los más destacados y controversiales pintores egresados de la decimonónica Academia de San Carlos, Juan Cordero.

Bautizado como Juan Nepomuceno María Bernabé del Corazón de Jesús Cordero de Hoyos, nació el 16 de mayo de 1822 en Teuzitlán, Puebla, en el recién estrenado México independiente. Al ser hijo de los comerciantes Tomás Cordero y María Dolores de Hoyos y Mier, creció en una familia acomodada que pudo canalizar sus estudios cuando notaron las capacidades y habilidades en el dibujo de Juan, pues desde temprana edad demostró ser un excelente dibujante[1].

Posteriormente, Juan Cordero se trasladó a la Ciudad de México para comenzar su educación artística formal en la Academia de San Carlos (también conocida como la Escuela de Bellas Artes), la cual era famosa y renombrada para ese entonces. Ahí comenzaron sus estudios dentro de la tradición pictórica clásica que se impartía en la institución y que predominaba en México, con lo cual logró obtener una beca de intercambio para estudiar en una de las academias más prestigiosas de Europa donde tuvo una larga estancia y perfeccionó todas sus habilidades, las cuales evidenció a su regreso al país.

Juan Cordero, además de ser recordado como un genio artístico, también lo es debido a su gran temperamento y abierta inclinación política liberal, la cual le generó algunos conflictos tanto personales como profesionales y que aumentaron su amargura hasta que el 28 de mayo de 1884 falleció en su residencia del entonces pueblo de Popotla, hoy una colonia popular de la Ciudad de México.

Cordero entre academias

Como se había comentado en líneas anteriores, Juan Cordero comenzó sus estudios formales en la Academia de San Carlos y debido a sus grandes aptitudes artísticas, en junio de 1844  se trasladó a Italia para matricularse en la Academia de San Lucas de Roma donde permaneció hasta 1853 que regresó a México para asentarse de manera permanente[2]. Cabe destacar que, durante su estancia en Roma, recibió apoyo del general Anastasio Bustamante ya que éste logró ver el gran potencial y futuro prometedor que Cordero auguraba.

En este punto, quizá surja la pregunta de por qué es necesario hablar de su estancia o formación académica en dos escuelas relativamente diferentes ya que, como se ha mencionado, fue y es reconocido hasta ahora, pero su importancia radica en que en su estancia en Roma no sólo perfeccionó la parte técnica que ya poseía, sino que lo vinculó de primera mano con las corrientes artísticas y estilísticas que predominaban en Europa, aunado a que conoció las diferentes ciudades europeas y con ellas, sus museos y galerías.

Asimismo, hay que recordar que su permanencia en el viejo continente fue de casi 10 años y, por ende, su producción artística fue conocida y ampliamente reproducida allá. Otro aspecto importante de mencionar es que su estilo se perfeccionó al máximo, por lo que algunas de las obras que realizó en Roma también fueron conocidas en México y, en la actualidad, algunas se encuentran exhibidas en el Museo Nacional de Arte.

Dentro de las obras más famosas de Cordero se encuentra su Autorretrato, una obra de mediano formato en la cual se observa a Juan Cordero vestido con atuendo como caballero y con una pose semifrontal. Dentro del género del retrato, también se encuentra el de sus compatriotas quienes también estudiaban en Roma en el departamento de Escultura, Tomás Pérez y Felipe Valero, titulado Retrato de los escultores Tomás Pérez y Felipe Valero (1847)[3].

Cordero también hizo obras en gran formato con temática histórica de corte mitológica o religiosa como lo fue el caso de las dos obras que más se reprodujeron en toda Europa gracias a su magistral ejecución técnica y, en gran medida, por el tratamiento de las temáticas que abordó: el Moisés (1850) y Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católicos (1851).

En este punto, sólo se hará referencia al cuadro de Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católico ya que, ése fue enviado a México desde Roma y por ello se realizará un pequeño análisis de la obra y de su contenido. En esta obra se aprecia la presentación de Cristóbal Colón ante la corte de los reyes católicos españoles Fernando de Aragón e Isabel de Castilla tras haber regresado de lo que, en ese momento, se creía eran las Indias orientales. Al centro, se observa a los actores principales de la obra: Cristóbal Colón y los reyes. El primero se encuentra de pie con una postura ligeramente inclinada hacia los reyes mientras apunta con su mano derecha a un pequeño grupo de indígenas que se encuentra en la parte inferior izquierda de la obra. Por su parte, el rey Fernando, de pie y asombrado, empuña su espada con la mano izquierda mientras observa al grupo de extraños que presenta Colón. La reina Isabel permanece sentada en su trono mientras observa con asombro al mismo grupo de personas.

El general de la pintura es una imagen compleja en la que se observan pequeñas escenas que la conforman. También se aprecia que el tratamiento de telas, el manejo de luz y sombra, así como el arduo trabajo que imprimió en cada uno de los 18 rostros que se encuentran en la obra demuestran la alta calidad del trabajo que, para 1850, Juan Cordero había desarrollado en Europa.

Esta obra muestra uno de los episodios históricos más representado durante el siglo XIX y que, gracias a corrientes pictóricas como el romanticismo, se pudieron explotar ampliamente con ciertas licencias. Asimismo, es importante mencionar que esta obra tenía una doble intención, la primera, dar a conocer las grandes capacidades que había desarrollado y, la segunda, es que gracias a la magnificencia de su trabajo podría obtener un buen cargo como la Dirección de Pintura de la Academia de San Carlos en México, pero eso no ocurrió.

Del retorno a la amargura

Juan Cordero volvió a México en 1853 tras una larga estancia en Europa, pero su regreso no fue lo que esperaba, pues deseaba contar con la titularidad de la Dirección del departamento de Pintura de la Academia de San Carlos, sin embargo, para ese momento, dicha dirección le pertenecía al reconocido pintor catalán Pelegrín Clavé y, con ello, comenzaría una profunda rivalidad entre él y Juan Cordero.

Cabe destacar que, aunque Juan Cordero envió su mejor pintura producida en Europa para competir por la Dirección de Pintura, Pelegrín Clavé también lo hizo y presentó en Roma la obra La demencia de Isabel de Portugal (1855), la cual le valió el puesto. Dicha situación sólo generó que Cordero desarrollara una rivalidad con Clavé, pues consideraba que el director de Pintura de la academia mexicana debería ser mexicano y, por ello, no concebía que se le diera la titularidad a un extranjero español.

En este punto es pertinente mencionar que Juan Cordero se denominaba a sí mismo como un hombre de ideas liberales, las cuales se vieron evidenciadas en sus futuras posturas en México, pues además de ser un abierto rival de Clavé profesionalmente, también lo fue en cuanto a sus posturas políticas ya que, Pelegrín era de ideas conservadoras.

De esa manera, Juan Cordero comenzó una ardua competencia en contra de Pelegrín Clavé ya que Juan tenía la necesidad de probar que era la mejor opción para la Dirección de pintura de la academia y que su trabajo siempre era mejor, lo cual desembocó en que se crearan bandos de apoyo entre los dos artistas. Para el momento, Clavé no sólo se dedicaba a dictar cátedra en la Academia de San Carlos, también realizaba retratos para personalidades de clase alta como lo fueron el Retrato de Lorenzo de la Hidalga (1851), Retrato de Ana García Icazbalceta (1951) y Retrato de Andrés Quintana Roo (1851), por mencionar algunos.

Por su parte, Juan Cordero también realizó retratos de gran formato como el Retrato ecuestre del General Antonio López de Santa Anna y el Retrato de doña Dolores Tosta de Santa Anna (1855), esposa del expresidente Santa Anna, o el Retrato de Doña María de los Ángeles Osio de Cordero (1860), su esposa. También se dedicó a realizar otro tipo de trabajos que no hacía Clavé como fueron los frescos (pintura mural) en iglesias como los que hizo en la Iglesia de Santa Teresa la Antigua, actualmente Museo Ex Teresa Arte Actual, en la Iglesia del ex convento de Jesús María y en la cúpula de la Parroquia de San Fernando que formó parte del Colegio Apostólico de Propaganda Fide. Lamentablemente, en la actualidad, no se pueden apreciar los frescos de San Fernando pues, durante una restauración, el párroco dio la indicación de taparlos porque desconocía el valor de los mismos y sólo se argumentó que estaban en mal estado.

Tristemente, ninguno de sus trabajos logró su cometido inicial, destituir a Pelegrín Clavé,  y aunque en 1868 dejó la dirección y regresó a España, la titularidad de la cátedra pasó a manos de uno de los alumnos destacados de Clavé, José Salomé Pina sin considerar en ningún comento a Juan Cordero. Dicha situación, sólo generó que su apatía y amargura por el gremio artístico creciera. Esto no implicó que dejara de producir obras, sin embargo, sí hizo que su círculo de allegados disminuyera y que se dedicara a buscar la aceptación de personalidades de otros ámbitos, muestra de ello fue su amistad con el filósofo e impulsor del positivismo en México, Gabino Barreda.

Gracias a su amistad con Barreda, Juan Cordero realizó uno de los murales más icónicos que se hayan hecho en una institución laica, pues dicha obra la hizo para la Escuela Nacional Preparatoria (hoy San Ildefonso), el mural Los triunfos de la ciencia y el trabajo sobre la envidia y la ignorancia (1874)[4], el cual estuvo inspirado en temas filosóficos. Sin embargo, el mural no pasó para la posteridad, pues en 1900, por indicación de Vidal Castañeda y Nájera se destruyó para colocar un vitral en su lugar y lo único que sobrevive de él es un bosquejo que da muestra de cómo debió ser[5].

Como se pudo apreciar en esta breve reseña, el calificativo de gran artista que suele dársele a Juan Cordero es completamente justificado, pues, aunque la lista de obras que se revisaron en este texto fue contada para ejemplificar y dar a conocer los ramos en los que incursionó, no se compara con el basto trabajo que hizo a lo largo de su vida, además de que buena parte de su obra es mundialmente conocida. En la actualidad, es una pena que no se conozca mucho sobre este Juan Cordero ya que muchas de sus pinturas de fácil acceso no han llegado hasta nuestros días, mientras que algunas de ellas están resguardadas en galerías privadas o en el Museo Nacional de Arte, MUNAL. Por fortuna, Juan Cordero no vio la destrucción de muchas de sus obras, pues ello sólo hubiera incrementado su amargura.

Referencias          

García Barragán, Elisa. (1984). El pintor Juan Cordero. Los días y las obras. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/8754/Juan%20Cordero

https://www.informador.mx/Cultura/Juan-Cordero-el-primer-mexicano-en-voltear-a-la-pintura-heroica-20120527-0052.html

http://artevisualmexico.blogspot.com/2011/01/vida-y-obra.html

https://www.milenio.com/opinion/victor-bacre-parra/de-neblinas-don-goyo/juan-cordero

[1] Tomado en buscabiografias.com/biografia/verDetalle/8754/Juan%20Cordero

[2] Tomado en https://www.informador.mx/Cultura/Juan-Cordero-el-primer-mexicano-en-voltear-a-la-pintura-heroica-20120527-0052.html

[3] Tomado de http://artevisualmexico.blogspot.com/2011/01/vida-y-obra.html

[4] Ibíd

[5] Tomado de https://www.milenio.com/opinion/victor-bacre-parra/de-neblinas-don-goyo/juan-cordero

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