Jaime Torres Bodet, el poeta educador

 

Cuando pensamos en Jaime Torres Bodet nos viene a la mente su trabajo como escritor: poesía, ensayo, narrativa. Su carácter como hombre de letras es tan profundo que pareciera que no notamos que siempre fue alguien con dos facetas. De la mano de su labor literaria, su posición como servidor público también estuvo encaminada hacia las letras. No hubo forma de que su trabajo en un cargo público lo alejara de su pasión por la escritura, al contrario, desempeñó cada uno de ellos en pro de lo que consideró importante: la educación.

Es verdad que su faceta como servidor público puede resultar menos atractiva si lo ponemos en perspectiva con el haber formado parte del grupo de Los Contemporáneos. Sin embargo, en ese cargo es posible ver su empeño y atención a la educación en el país, incluso con otros alcances. Torres Bodet tenía 19 años cuando comenzó su carrera como figura pública, con el cumplimiento de tareas administrativas en su primer trabajo como secretario de la Escuela Nacional Preparatoria. “Dos años más tarde, en 1921, sustituyó a Manuel Toussaint en la encomienda de secretario particular del rector José Vasconcelos.”[1] Fue en ese momento cuando comenzaría su trabajo en torno a la difusión de la lectura.

Estuvo al frente de la Jefatura del Departamento de Bibliotecas de 1922 a 1924. En este contexto es cuando sus dotes y capacidades fueron apreciadas. Su interés por la educación fue ambicioso, ya que durante los meses de enero a agosto de 1922 se establecieron 483 bibliotecas nuevas, además de volúmenes que se adquirieron para enriquecer las colecciones de las bibliotecas ya establecidas. Además de ello, supervisó la donación de volúmenes para Centroamérica. La hazaña por cubrir todas las latitudes del país y Centroamérica en cuanto a libros puede parecer un gran trabajo, pero el verdadero reto fue el ambiente de tensión existente en esa época.

La época posrevolucionaria fue una transición de un estado de conflicto a la normalización de una cotidianeidad caracterizada por la inestabilidad política y económica. Con lo anterior, el joven Bodet se encargó de demostrar que “la creatividad y el éxito en el cumplimiento de una tarea son más asequibles en un medio adverso, que en uno predominantemente fácil”.[2] Por lo que a pesar de las quejas que su trabajo recibió, él continuó con su proyecto educativo.

Jaime Torres Bodet influenciado por el trabajo de Vasconcelos decidió continuar su labor con el plan de establecer pequeñas bibliotecas por todo el país, ya que él veía a la biblioteca “como una fuerza importante para el desarrollo general de la cultura del pueblo mexicano”.[3] Siempre existió un ímpetu por atender y promover el interés de lectura, sobre todo en la población trabajadora, la clase obrera y campesina que difícilmente tenían acceso a este tipo de espacios. Inclusive se planearon las bibliotecas ambulantes para las zonas rurales, que curiosamente eran unas bibliotecas con pequeños volúmenes transportados por los medios de la época: mulas.

Una de las cosas que mejor respaldaban el interés de Torres Bodet fue la revista “El Libro y el Pueblo” que, como su nombre lo dice, atendió muy bien sus intereses, pues esto según Billy F. Cowart le dio la oportunidad de “combinar sus intereses literarios, sus deseos de servir a la colectividad y su empeño en promover la difusión de la cultura”.[4] Lo anterior como una manera de abarcar y despertar el interés de una población en específico con el ideal de incentivar su curiosidad en una comunidad que quizá no había sido atendida desde el lado de la cultura en pleno fin de la Revolución.

Por ejemplo, el “acercar” los Clásicos a una parte de la población puede no desencajar con lo que en la actualidad llegamos a ver. Lo que puede llamar la atención es el tipo de perspectiva que se tenía sobre estos títulos, la idea de difundirlos en editoriales de fácil acceso con la intención de compartir los pensamientos de esos autores. Incluso, algo que continuó vigente fue la de distribuirlos en escuelas y bibliotecas para que no existiera ningún limitante para poder leer las ideas de cada uno de los autores clásicos.

Entre el contexto del país y por cómo todo se iba desarrollando, Bodet fue criticado porque se consideró un despilfarro de dinero la inversión en libros en una sociedad donde la mayoría era analfabeta. Él defendió siempre la forma en cómo se le veía a ese sector de la población. Por su parte, Vasconcelos cuestionó el que sólo se entregaran libros sobre agricultura y oficios técnicos, por lo que Bodet puntualizó que la educación no consistía sólo en popularizar lo que no puede ser popular, sino en poner al alcance las mayores reflexiones para quienes merecieran conocerlas.[5]

Uno de los legados que probablemente todos los aficionados a la lectura le agradecemos a Jaime Torres Bodet es la creación de la Feria del Libro. Originalmente se pensó a la Feria como un medio para atraer la atención hacia el importante papel desempeñado por el libro y en particular por la industria editorial, en el desarrollo cultural de la humanidad.[6] Sin embargo, tanto el espacio simbólico que representa un lugar donde los libros son protagonistas y el espacio como lo es el patio del Palacio de Minería fueron tan determinantes para que, hasta la fecha, éste sea uno de los eventos culturales más renombrados año con año.

Esta dinámica de implementar una serie de actividades y hechos en torno al fomento de la lectura se tendría que ver beneficiado por el proyecto de alfabetización. “Jaime Torres Bodet decidió centrar su trabajo como Secretario de Educación Pública en el problema fundamental del analfabetismo, con la esperanza de unir al pueblo de México en una lucha común contra ese apremiante problema social”.[7] Su posición en la SEP en el año de 1943 nos presenta un Bodet maduro, quien era consciente de que si no se atendía el problema del analfabetismo del país no podrían atenderse otros problemas sociales que también eran urgentes. En 1944, su Campaña contra el Analfabetismo buscó generar unidad entre todos con el mensaje moral de que quienes tuvieran la capacidad de leer y escribir le enseñaran a quienes no la tenían; una campaña que buscó interrogar el compromiso social –quizá- de la población.

La Campaña planteó la creación de Centros de Alfabetización, en donde Jaime Torres Bodet tuvo que aprender a solventar los recursos gubernamentales con fondos del sector privado. Una segunda etapa estuvo dedicada a la preparación de una persona hasta que pudiese aprobar un examen, con material escrito en español y en distintos dialectos indígenas. La etapa final se enfocó en evaluar los resultados de los exámenes. Los resultados fueron favorables y ante el escenario para Torres Bodet los logros más significativos no se medían en estadísticas sino en haber depurado la noción de solidaridad;

“…que los iletrados y los letrados se hayan reconocido unos a otros y hayan comprendido el problema de su existencia, viendo en sí propios –y en sus iguales- cómo hay en todos un mismo fondo de júbilo y de dolor, una misma ambición de justicia y un mismo espíritu de bondad, de paz, de progreso humano.”[8]

La despedida de Bodet

Es claro que la vocación de Jaime Torres Bodet fue superior a las adversidades, su compromiso con las letras y la sociedad se vio reflejado en los proyectos impulsados por él o aquellos quienes venían de una tradición anterior que decidió continuar. Para él, había que ser congruente siempre con sus principios, Jaime Torres Bodet fue un funcionario público ejemplar. Es cierto que todo lo anterior procuró mostrar el aspecto más importante de su gestión como servidor público, su deseo por hacer algo por la educación del país. Su trabajo abarcó casi 40 años, cuando entregó su puesto de la SEP a Agustín Yáñez en 1964. A partir de aquí, los últimos días de Torres Bodet fueron reflejados en sus Memorias que es considerada una de sus mejores publicaciones. Con la sensatez que podemos imaginar de él, sus escritos fueron los testigos de cómo su último respiro sería compartido consigo mismo.

Los días previos a su muerte, entregó en Editorial Porrúa la última parte de sus memorias ya corregidas. El 13 de mayo se quitó la vida en su biblioteca con un revólver. En una nota, escribió que prefería buscar la muerte que seguir esperándola. Es sorprendente la normalidad con que algunos pueden continuar aun cuando haya un plan de suicidio en las sombras, o cuando se toma la decisión de dar por terminado un ciclo de vida. Es como si su trabajo como funcionario, en pro de la educación en cada uno de sus cargos fuera parte de un ideal ya concluido. Como lo anterior, su desempeño como escritor y el trabajo que hizo en conjunto en el grupo de los Contemporáneos, al lado de hombres como Xavier Villaurrutia o Jorge Cuesta formaron un ideal en pro de la lectura que con los años parece que también fue parte de un proyecto deseado y concluido.

Ninguna de las dos facetas se vio afectada por la otra, ni su producción literaria se vio reducida ni su trabajo como servidor se vio contaminado por otro tipo de ideales ajenos a los que tenía cuando comenzó a ejercer dicha posición. Por eso es que Jaime Torres Bodet parece fuera de lo común; fiel a sus principios, con una clara responsabilidad social e interés por la educación y con objetivos planeados, cumplidos y necesarios para determinar si lo que vivió fue suficiente para justificar su existencia.

Foto: ArchivoProceso

[1] “Jaime Torres Bodet” en Enciclopedia de la Literatura en México en http://www.elem.mx/autor/datos/1064, consultado el 6 de mayo del 2020.

[2] Billy F. Cowart, “La obra educativa de Torres Bodet: en lo nacional y lo internacional” en Jornadas, Colegio de México, vol. 59, 1966, p. 8

[3] Ibíd., p. 9

[4] Ibíd.

[5] Ibíd., p. 10

[6] Ibíd.

[7] Ibíd., p. 12

[8] Ibíd., p. 14

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