El coqueteo con la Santa Muerte

La muerte es una de las compañeras más fieles. Ella es infalible y el culto a la Santa Muerte se ha convertido en una religión pese a lo que algunos cultos puedan decir. Si bien, en el caso de México y su historia antigua, la relación con la muerte siempre ha estado presente, no es el mismo entendimiento que, por ejemplo, con el pensamiento occidental.

“En la época prehispánica se rendía culto a la muerte como interpretación de un ciclo natural de la vida, necesario e inevitable, donde la dualidad vida-muerte era indispensable para el sostén del ciclo de la naturaleza”.[1]

La comprensión de la muerte era entonces parte de la cosmología de los pueblos mesoamericanos, misma que también se representó con figuras como Mictlantecuhtli (señor del lugar de los muertos) y que fue similar a la representación de la muerte por parte de Europa.

Nos podemos detener en la figura del esqueleto, misma que ha sido asociada desde el siglo XIII con la muerte[2], lo anterior, a partir de la imagen que se comenzó a formar de ella durante la Edad Media ya que es en dicha época donde surge este entendimiento y “coqueteo” con la muerte a la par de las enfermedades que aquejaban a la población, un hecho que terminó por convertirse en todo un espectro.

“Al llegar los españoles a tierras mexicanas trajeron consigo la imagen de la muerte representada por un esqueleto, que se remonta al periodo entre de los siglos xiii y xvi. En estos siglos en la mayor parte de Europa hubo guerras y hambruna por falta de cosechas, lo que provocó que aparecieran las epidemias, siendo la más terrible la peste bubónica”.[3]

Es así como la imagen de la muerte que tenemos más presente en la actualidad es aquella posterior al encuentro entre españoles y mesoamericanos. Con el proceso de evangelización y catequización de las comunidades indígenas, esta comprensión de la muerte perduró hasta nuestros días y se podría decir que fue esa imagen en específico la que se concibió y posicionó como la representación de la muerte para los años posteriores. Fue en el siglo XIX cuando las manifestaciones relacionadas con la “herejía” se comenzaron a apropiar de esta figura para los cultos que desearían profesar algo más allá de la religión católica.

De manera popular circularon, a fines del siglo XIX y principios del XX, unos cuadernillos u hojas sueltas llamados “corridos”, los cuales recogían, ilustraban y comentaban cuentos, canciones, rezos y toda clase de sucesos (augurios del fin del mundo, temblores, incendios, milagros, epidemias, motines).[4]

Los grabados de José Guadalupe Posada actualizaron además la tradición medieval de las danzas de la muerte para llevar a cabo una crónica visual e irónica de la época.

El nacimiento del culto a la Santa Muerte

No existe una fecha exacta sobre el nacimiento del culto a la Santa Muerte, sino aproximaciones. Se puede ubicar quizá durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El culto a la Santa Muerte es de corte popular, el cual  nace de manera clandestina ante la desaprobación de la Iglesia Católica, pero, más que nada, es un recurso espiritual para enfrentar la condición de vulnerabilidad de los devotos; da respuesta a sus seguidores ante la crisis económica, social y religiosa que pervive en nuestro país. En el ritual del culto no existe sermón y los fieles aseguran que la Santa no juzga ni castiga; es pareja con todo.

Lo anterior, que nos recuerda un poco uno de los diálogos de la película Macario, cuando el personaje principal le dice a la Muerte que a ella sí le convidará de su guajolote, “porque es pareja con todos”, nos pone a pensar un poco en esa afirmación. Es justamente la idea del porqué el culto a la Santa Muerte es tan fuerte, por sus devotos. Ellos afirman la capacidad de la Muerte para hacerles “milagros” y, en ese sentido, coincido que ante las penas que puede traer la vida cotidiana, un recurso siempre es la fe. No necesariamente en un plano religioso, sino más bien espiritual.

Cuando se piensa en el culto a la Santa Muerte nos referimos a la devoción de cualquier otro tipo. Se le ofrendan las mismas cosas que a otro santo, con la diferencia de su particularidad, por supuesto. En este caso, y como cualquier otra religión, hay un sentimiento de pertenencia hacia él mismo por sus devotos. Por curioso que pueda parecer, es la muerte lo que termina por identificar a este grupo de personas que ha hecho de dicha figura la protectora de sus vidas.

Uno de los aspectos más peculiares puede ser la forma en que lo público y lo privado convergen. Por un lado el sincretismo de encomendarse a la muerte sucede en lo privado, en los hogares, en las comunidades, pero es también la manifestación en público de acudir a los altares o de convivir con otros fieles, de atender o de encomendarse a ella antes del trabajo, la escuela o el día a día, de procurar su vestimenta e incluso de asistir a las peregrinaciones del culto.

El “problema” radica en la confianza en la muerte para la realización de favores, en su entendimiento como el de los santos, sin embargo, las peticiones que se le hacen son las mismas que podríamos hacerle a cualquier otra imagen. Probablemente, la diferencia radique en que aquellos que se encuentran en mayor desventaja “socialmente” son quienes recurren a estos favores o peticiones, “causas difíciles”, como se les puede nombrar, pero que responden a las situaciones cotidianas de sus fieles.

Desde la prosperidad de un negocio, el ascenso en un trabajo o hasta el fin de una condena de cárcel, los favores son infinitos. El pago de los mismos tiene que ser puntual y acordado con “la Niña Blanca” como también se le conoce.

Al igual que otra devoción, el desdoblamiento hacia la imagen de la Santa Muerte responde en ofrecerle presentes para que se sienta a gusto, en forma de agradecimiento por los favores cumplidos o por la fe, que en su mayoría es el principal motor para el engalane de los altares. Existe un ejercicio que si bien es curioso, no es más que la muestra del sincretismo que la fe católica puede tener con una adoración “pagana” como mal acostumbran a llamar, y es la lectura del Rosario como un ejercicio del cuidado a los altares.

Sin embargo, el miedo pierde dicho carácter para la época actual, pues en estos días, las celebraciones de Día de Muertos son un encuentro con la muerte, con la convivencia, las tradiciones y un acto de candor en medio de la situación actual.

Aun con todo y lo irónico que pueda resultar, sigue siendo un acto necesario “festejarle” a los muertos, y me parece que por ese lado, el culto a la Santa Muerte no debería ser entendido como algo tan distinto, sino como una devoción particular, como un favor por parte de la muerte. Que si bien se utiliza la palabra “pagano”, no debería recurrirse a tal, ya que al no pertenecer a una Institución, el culto se rige por sí solo.

El ritual en sí es la protección que los pobladores le dan, el hecho de convivir en un mismo espacio con el fin de demostrar su gratitud por la presencia de la Santa Muerte no es más que la posibilidad de compartir experiencias y de agradecer por los “paros” que se realizaron.

“Es difícil narrar las actitudes hacia la muerte como la historia de una colectividad única”,[5] porque si se nos ha planteado una idea de ella, en el caso del culto, éste nos deja claro que las manifestaciones serán distintas, pero conservarán ese afán por la muerte. El guiño a la muerte tendrá esas aristas donde, por un lado, existe la devoción y por el otro, una cara de miedo, usual a la misma y a su encuentro con los vivos.

 

[1] Reyes Ruiz, Claudia, Historia y actualidad del culto a la Santa Muerte, en El Cotidiano, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia: Escuela Nacional de Antropología e Historia, núm. 169,  ENAH, 2011, p. 51

[2] Ibíd., p. 52

[3] Ibíd.

[4] Ibíd., p. 53

[5] Senderos de una historia social, cultural y política de la muerte, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” Córdoba (Argentina), año 13, n° 13, 2013, pp. 77-92. ISSN 1666-6836, p. 86

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