Rafael Alberti: el poeta que pinta la poesía

Hay un verso de Rafael Alberti (1902-1999) que sentencia: “hay puertas al mar que se abren con palabras”, algo que puede recordarnos la fuerza creadora de sus versos. Sobre esa misma línea, el poeta tiene una impresión parecida por la imagen, más específicamente por la pintura:

A la pintura

A ti, lino en el campo. A ti, extendida 
superficie, a los ojos, en espera.
A ti, imaginación, helor u hoguera,
diseño fiel o llama desceñida.

A ti, línea impensada o concebida. 
A ti, pincel heroico, roca o cera, 
obediente al estilo o la manera,
dócil a la medida o desmedida.

A ti, forma; color, sonoro empeño
por que la vida ya volumen hable,
sombra entre luz, luz entre sol, oscura.

A ti, fingida realidad del sueño. 
A ti, materia plástica palpable. 
A ti, mano, pintor de la Pintura.

La pintura, como sus versos lo señala, es “la fingida realidad del sueño”, es decir, la representación de lo que el artista imagina o anhela, pero crea de forma limitada como “materia plástica palpable”.

Tal vez sea imprescindible abordar al Alberti heredero del verso gongorino, el del fervor por la métrica y quien dota de paisajes salinos a sus lectores o les presenta un ejército de ángeles para toda situación. Pero lo cierto es que, a la sensibilidad del primer Alberti, aquel de antes de 1920, le debemos uno de sus trabajos más interesantes.

La pintura fue la primera vocación del poeta, pero después de la muerte de su padre, él decide dedicarse de lleno a la poesía:

“El clavo oscuro que parecía pasarme las paredes del pecho me lo ordenaba, me lo estaba exigiendo a desgarrones. Entonces, saqué un lápiz y comencé a escribir. Era realmente mi primer poema […]. Desde aquella noche seguí haciendo versos. Mi vocación poética había comenzado. Así, a los pies de la muerte […]

Me prometí olvidarme de mi primera vocación. Quería solamente ser poeta. Y lo quería con furia […]”[1]

Es claro que para Alberti la poesía es un remedio, lo que puede hacer más clara su referencia del mar que se revela con las palabras y lo que éste conlleva: la calma, la tempestad de emociones, los nuevos inicios o hasta las purificaciones que sólo el agua puede ofrecer. Sin embargo, en A la pintura (primera edición de 1948), un libro de poemas trabajados durante su exilio, el poeta español recuerda su primera sensibilidad artística para ofrecer un ejercicio que va más allá del acto poético.

A pesar de que para el Alberti poeta la imagen se limita al lienzo, busca una revolución de ésta por medio de la palabra. Es así como Rafael Alberti consolida un ejercicio ecfrástico en el que evoca sus recuerdos y anhelos de juventud, lo cual puede verse desde el poema que abre su obra dedicada a la pintura:

1917

Mil novecientos diecisiete.
Mi adolescencia: la locura
por una caja de pintura,
un lienzo en blanco, un caballete.

Felicidad de mi equipaje
en la mañana impresionista.
Divino gozo, la imprevista
lección abierta del paisaje.

[…]

Llueve la luz y sin aviso
ya es una ninfa fugitiva
que el ojo busca clavar viva
sobre el espacio más preciso.

Clarificada azul, la hora
lavadamente se disuelve
en una atmósfera que envuelve,
define el cuadro y lo evapora.

Diérame ahora la locura
que en aquel tiempo me tenía,
para pintar la Poesía,
con el pincel de la Pintura.

El antes y el después de Rafael Alberti se marca a partir del exilio y la Segunda Guerra Mundial, pues es en 1945 cuando el español vuelve a su país para rememorar esos espacios de su adolescencia.

Es entonces cuando Alberti reencuentra la vehemencia pictórica necesaria para “pintar la Poesía con el pincel de la Pintura” y homenajear lo que para él ha sido su primera gran vocación, la gran belleza del arte que atraviesa su mirada y lo obliga a hacer minuciosos análisis para aterrizar ambas expresiones en un nuevo método de expresión.

Lo curioso de la labor de Alberti en este libro no sólo radica en la manera en que se expresa de la pintura y los elementos que la conforman, sino que además rinde homenajes específicos a artistas y sus obras.

Es aquí donde el punto de encuentro entre el arte poético y el arte pictórico se hace más evidente, pues Rafael Alberti constituye un grado de écfrasis importante al adaptar algunas técnicas de pintura a la propia estructura de los poemas.

Por ejemplo, los poemas dedicados a diferentes pintores describen algunos aspectos relevantes de sus técnicas, así como de sus temas recurrentes.

En el caso de Camille Corot, el poeta español se encarga de resaltar la importancia de la luz en los cuadros del pintor francés y, de igual manera, utiliza la formación de sus versos para ejemplificar los efectos de la misma, que caracterizaron los paisajes del artista y sirvieron como base para el impresionismo.

Corot

Tú, alma evaporada,
tú, dulce luz de sol desvanecida,
álamo de cintura más delgada
que la paleta que en tu mano anida.

Hojas a tu pincel en cada aurora
le nacen. Brisas juegan
con sus verdes cabellos florecidos.
Tu pincel a la hora
en que los sonrosados de la tarde navegan
se te duerme de pájaros dormidos.

Espejo develado
de aguas que cantan quietamente quedas,
déjame que me sueñe ensimismado
por tus estremecidas y húmedas alamedas.

Por ti las ninfas últimas, los trajes
desceñidos, bailando, a los pastores,
en guirnaldas se ofrecen.
Por ti mueren los viejos músicos paisajes
y con nuevos colores por ti más modulados amanecen.

Pintor de la sonrisa feliz y del aliento
desfallecido de los humos vagos,
silfo del bosque, morador del viento,
hilo azul de la virgen de los lagos:
viera yo por los ojos tranquilos de tus puentes
el fluir encantado de la vida,
viera desde tus montes y valles inocentes
mi arboleda perdida.

Dame tu gracia, tu infantil dulzura,
el amor que no tiene el tiempo en que he nacido,
dame la más humilde rama de tu pintura,
y no me des la pena de tu olvido.

En el poema de Rafael Alberti se puede ver una clara mención al preámbulo del impresionismo cuando se menciona “Por ti mueren los viejos músicos paisajes y con nuevos colores por ti más modulados amanecen”.

De igual manera, es evidente que una de las principales imágenes del poema tiene que ver directamente con el paisaje. Si recordamos algunas de las obras más importantes de Corot, podremos percatarnos que su uso de la luz en los atardeceres y amaneceres se volvieron un sello característico del artista.

Su manejo de colores fríos y cálidos también tiene su cabida en el poema, incluso desde el inicio, cuando Alberti lo nombra como “alma evaporada” o “dulce luz de sol desvanecida”, por lo que la imagen poética no sólo se limita al plano lingüístico, sino que el poeta ofrece una nueva manera de ver un poema y leer una o varias pinturas.

Camille Corot – Pastor italiano

De esta manera, Rafael Alberti hace un recorrido por los grandes temas de la pintura, los nombres y obras que fueron importantes para él, cuyo principal hilo conductor es la sensibilidad doble del poeta: el que escucha y ve el interior de una experiencia estética personal y a la vez colectiva, como es común en el arte.

En realidad, no es fácil hablar del ejercicio que Rafael Alberti desarrolla en A la pintura y seguir ahondando en el tema resultaría una tarea de más de unas cuantas cuartillas. No obstante, la experiencia que queda después de leer su obra es la prueba de que los límites del arte siempre son cambiantes, como la palabra que recorre un cuadro o la línea que se dibuja en cada poema.

Tal vez Rafael Alberti conocía cómo abrir la puerta al mar por medio de las palabras, pero, ¿qué nos espera detrás de la puerta que devela la pintura hecha con el pincel de la poesía?

[1] Consultado en https://www.researchgate.net/publication/324409720_Ut_pictura_poesis_A_la_pintura_by_Rafael_Alberti y retomado de Alberti, R. La arboleda perdida, 1. Primero y Segundo libros (1902 – 1931), Madrid, Alianza Editorial, 1998.

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