5 poemas de Manuel Gutiérrez Nájera

Manuel Gutiérrez Nájera fue uno de los principales poetas e intelectuales de México durante el siglo XIX. Aunque también cultivó la narrativa y la crónica (llegando incluso a ser considerado como el primer gran cronista de la Ciudad de México), lo cierto es que la poesía fue su principal ocupación literaria. Los poemas de Manuel Gutiérrez Nájera se centran en la exploración de la belleza y los sentimientos. Es recurrente encontrar influencias de la poesía simbolista en sus versos, ya que su intención, en sus propias palabras, era “expresar pensamientos franceses en versos españoles”. Es por esto, y por su visión cosmopolita de la cultura, que Gutiérrez Nájera es considerado como el primer modernista de México.

Para ofrecer un breve panorama de su obra, te compartimos 5 poemas de Manuel Gutiérrez Nájera:

A un triste

¿Por qué de amor la barca voladora
con ágil mano detener no quieres
y esquivo menosprecias los placeres
de Venus, la impasible vencedora?

A no volver los años juveniles
huyen como saetas disparadas
por mano de invisible Sagitario;
triste vejez, como ladrón nocturno,
sorpréndenos sin guarda ni defensa,
y con la extremidad de su arma inmensa,
la copa del placer vuelca Saturno.

¡Aprovecha el minuto y el instante!
Hoy te ofrece rendida la hermosura
de sus hechizos el gentil tesoro,
y llamándote ufana en la espesura,
suelta Pomona sus cabellos de oro.

En la popa del barco empavesado
que navega veloz rumbo a Citeres,
de los amigos el clamor te nombra,
mientras, tendidas en la egipcia alfombra,
sus crótalos agitan las mujeres.

¡Deja, por fin, la solitaria playa,
y coronado de fragantes flores,
descansa en la barquilla de las diosas!
¿Qué importa lo fugaz de los amores?
¡También expiran jóvenes las rosas!

Hojas secas

¡En vano fue buscar otros amores!
¡En vano fue correr tras los placeres,
que es el placer un áspid entre flores,
y son copos de nieve las mujeres!

Entre mi alma y las sombras del olvido
existe el valladar de su memoria:
que nunca olvida el pájaro su nido
ni los esclavos del amor su historia.

Con otras ilusiones engañarme
quise, y entre perfumes adormirme.
¡Y vino el desengaño a despertarme,
y vino su memoria para herirme!

¡Ay, mi pobre alma, cuál te destrozaron
y con cuánta inclemencia te vendieron!
Tú quisiste amar ¡y te mataron!
Tú quisiste ser buena ¡y te perdieron!

¡Tanto amor, y después olvido tanto!
¡Tanta esperanza convertida en humo!
Con razón en el fuego de mi llanto
como nieve a la lumbre me consumo.

¡Cómo olvidarla, si es la vida mía!
¡Cómo olvidarla, si por ella muero!
¡Si es mi existencia lúgubre agonía,
y con todo mi espíritu la quiero!

En holocausto dila mi existencia,
la di un amor purísimo y eterno,
y ella en cambio, manchando mi conciencia,
en pago del edén, diome el infierno.

¡Y mientras más me olvida, más la adoro!
¡Y mientras más me hiere, más la miro!
¡Y allá dentro del alma siempre lloro,
y allá dentro del alma siempre expiro!

El eterno llorar: tal es mi suerte;
nací para sufrir y para amarla.
¡Sólo el hacha cortante de la muerte
podrá de mis recuerdos arrancarla!

La duquesa Job

                                                              A Manuel Puga y Acal

En dulce charla de sobremesa,
mientras devoro fresa tras fresa
y abajo ronca tu perro Bob,
te haré el retrato de la duquesa
que adora a veces el duque Job.

No es la condesa que Villasana
caricatura, ni la poblana
de enagua roja que Prieto amó;
no es la criadita de pies nudosos,
ni la que sueña con los gomosos
y con los gallos de Micoló.

Mi duquesita, la que me adora,
no tiene humos de gran señora;
es la griseta de Paul de Kock.
No baila «boston «, y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres del «five o’clock».

Pero ni el sueño de algún poeta,
ni los querubes que vio Jacob,
fueron tan bellos cual la coqueta
de ojitos verdes, rubia griseta
que adora a veces el duque Job.

Si pisa alfombra no es en su casa,
si por Plateros alegre pasa
y la saluda Madame Marnat,
no es, sin disputa, porque la vista,
sí porque a casa de otra modista
desde temprano rápida va.

No tiene alhajas mi duquesita,
pero es tan guapa y tan bonita,
y tiene un cuerpo tan «v» lan «, tan «pschutt»,
de tal manera trasciende a Francia,
que no le igualan en elegancia
ni las clientes de Hélene Kossut.

Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.

¡Cómo resuena su taconeo
en las baldosas! ¡Con qué meneo
luce su talle de tentación!
¡Con qué airecito de aristocracia
mira a los hombres, y con qué gracia
frunce los labios! ¡Mimí Pinson!

Si alguien al alcanza, si la requiebra,
ella, ligera como una cebra,
sigue camino del almacén;
pero ¡ay del tuno si alarga el brazo!
Nadie le salva del sombrillazo
que lo descarga sobre la sien.

¡No hay en el mundo mujer más linda!
¡Pie de andaluza, boca de guinda,
«esprit» rociado de Veuve Clicot;
talle de avispa, cutis de ala,
ojos traviesos de colegiala
como los ojos de Louise Theo!

Ágil, nerviosa, blanca, delgada,
media de seda bien estirada,
gola de encaje, corsé de ¡crac!,
nariz pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el coñac.

Sus ojos verdes bailan el tango;
nada hay más bello que el arremango
provocativo de su nariz.
Por ser tan joven y tan bonita
cual mi sedosa blanca gatita,
diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah! Tú no has visto, cuando se peina,
sobre sus hombros de rosa reina
caer los rizos en profusión.
¡Tú no has oído qué alegre canta,
mientras sus brazos y su garganta
de fresca espuma cubre el jabón!

¡Y los domingos! …iCon qué alegría
oye en su lecho bullir el día
y hasta las nueve quieta se está!
¡Cuál se acurruca la perezosa,
bajo la colcha color de rosa,
mientras a misa la criada va!

La breve cofia de blanco encaje
cubre sus rizos, el limpio traje
aguarda encima del canapé;
altas, lustrosas y pequeñitas
sus puntas muestran las dos botitas,
abandonadas del catre al pie.

Después, ligera, del lecho brinca;
¡oh, quién la viera cuando se hinca
blanca y esbelta sobre el colchón!
¿Qué vale junto de tanta gracia
las niñas ricas, la aristocracia,
ni mis amigas de cotillón?

Toco; se viste; me abre; almorzamos;
con apetito los dos tomamos
un par de huevos y un buen «beefsteak»,
media botella de rico vino,
y en coche, juntos, vamos camino
del pintoresco Chapultepec.

Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.

Bicicletas

Es fuerza que se conformen
Ciertos señores sportmen
Flacos, medianos o gordos,
A escuchar, si no son sordos,
Este grito: — ¡Que los hormen! 

Lo digo con claridad,
Y también por caridad:
Estas clubmen mis paisanos
Moviéndose a cuatro manos
Son una calamidad. 

No les miro buenas piernas
Para Skating, para Hipódromo…
Serán para escenas tiernas,
Para dijes o mancuernas,
Pero no para el velódromo. 

Se constipan; estornudan;
Quieren mucho a sus mamás;
Si corren un poco, sudan…
¡Hombre, cuando los desnudan
Se ven huesos nada más! 

En las regatas, las patas
Y los patos y… ¡la mar!
Los vieron salir cual ratas…
¡No estamos para regatas
Sino para regatear! 

¡El biciclo es una rueda
Con otra ruedita… claro!
Y el biciclista remeda
Al niño que en la Alameda
Va jugando con el aro. 

Pero si es hombre proyecto,
Como dije en otro artículo,
Cambia la cuestión de aspecto;
Un pretérito perfecto
En bicicleta, es ridículo. 

¡Y los que van sonriendo…!
Y los que van muy formales
Sus dos piernitas moviendo…!
Esos señores, entiendo
Que no están en sus cabales! 

Al que monta en bicicleta
No lo insulto ni denigro:
Que toque bien la trompeta
Y que pierda la chaveta…
Pero ahora es un peligro. 

Ya lo dijo muy tronante
El Sr. Mastella Clarck:
No es justo ni edificante
Hacer la calle de Gante
Una especie de Hyde-Park. 

Frente a Palacio, de noche,
Señores, hay un derroche
De biciclos que da horror…
Y luego, el wagon… el coche…
¡Maldiga Dios el Sport! 

Las piernas buenas y listas
Por fuerza hemos de tener
Y hasta de ruedas provistas:
Para andar, los biciclistas;
Los otros, para correr.

Para entonces

Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo,
donde parezca sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz, triste, retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.

Seleccionar sólo 5 poemas de Manuel Gutiérrez Nájera para hacer un breve esbozo de su obra fue una tarea compleja. No obstante, desde un juicio limitado y personal, estos poemas muestran los principales temas que el autor desarrolló en su poesía: el amor, el olvido, la muerte, la soledad y la urbanidad. 

Curiosamente, los poemas de Manuel Gutiérrez Nájera han sido complejos de recopilar en una sola obra debido a los cientos de textos con los que colaboró en suplementos y revistas, tal como lo señala Fernando Tola de Habich en su prólogo para el material de lectura de la UNAM. A pesar de ello, siempre vale la pena volver a su poesía y encontrarse con creatividades poéticas como la rima de “bistec” con “Chapultepec” que dedicó a la duquesa Job. Esta es una invitación abierta a leer los poemas y la poesía de Manuel Gutiérrez Nájera.

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