Pedro Salinas: el inventor del amor atemporal


Uno de los rasgos que podrían unir a los poetas de la Generación del 27 (recordemos que la crítica aquí ubica a Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, entre otros) pese a los estilos, temas y estructuras distintas de cada pluma, es el aprendizaje conjunto para crear y sugerir contenidos poéticos originales, que asimilaron los recursos del surrealismo (nótese Poeta en Nueva York de Lorca) como la libre asociación de ideas y de palabras, la renovación métrica con el verso libre, el verso blanco y la metáfora irracional, pero también, recuperando formas clásicas como el cancionero o el romance (Alberti en “El niño de la palma” utiliza la canción popular, la rima consonante y expresiones andaluzas).

José Ricart (2014) clasifica los temas abordados por esta generación en hechos banales, lo erótico y lo amoroso (el homoerotismo se va dibujando en los versos de Lorca y Cernuda), la conciencia social y el exilio. A su vez, agrupa sus tendencias poéticas en cuatro: poesía neopopular, poesía impura, poesía de vanguardia y, lo que finalmente nos interesa en este texto, la poesía pura, aquella que cultivaron Pedro Salinas y Jorge Guillén, maestros de la Generación.       

De tal manera esta poesía pura funge para exaltar una obra intimista, propia e inherente a la palabra, basamento de la operatividad lírica. Este es el caso de Pedro Salinas (1891-1951): traductor, ensayista, docente y, sobre todo, poeta de la limpidez y la claridad, principio cúspide que lo guiará a construir no sólo bellos poemas de amor de una calidad sonora y plástica apoyada en versos blancos de arte menor y omitiendo la opulencia verbal, sino un sistema vital filosófico-poético de cariz epistemológico.

¿Cómo se conoce al ser amado? ¿Con el tacto o el recuerdo? ¿Con las categorías temporales o el sueño? ¿Cómo? El primer movimiento del amor, en la obra de Salinas, comienza con la carne, lo visible, temporal y mutable; lo que es cercano a la mano y a los ojos, así pues, a lo más empírico posible que acontece en la tierra:

 Sus pies pisaban el suelo
este que todos pisamos (p.53)

El segundo movimiento se efectúa en lo inmaterial, lo invisible, atemporal e inmutable; lo que no requiere la vía sensitiva para ser sentido, lo que estando ausente, sigue presente, aunque no se le pueda tocar:

 Tu presencia y tu ausencia
sombra son una de otra (p.8)

Pese a ciertas variaciones de tono, desde su primer poemario Presagios (1924) hasta la póstuma Memorias (1955) Salinas concibió lo que expresó en el ensayo Reality and the Poet in Spanish Poetry:

El poeta añade sombras al mundo; brillantes y luminosas sombras, como nuevas luces. Toda la poesía opera en una realidad en aras de crear otra.

Se parte de la materialidad terrenal, de la que nunca se termina de desprender, para verter lo amado a la esfera poética, justamente, la nueva realidad a la que se refiere la cita previa. Lo que estriba en una percepción sincera, a veces doliente de la transformación del objeto querido, su paso de un estado a otro:

Tengo que vivirlo dentro,
me lo tengo que soñar (…) Y así, cuando se desdiga
de lo que entonces me dijo,
no me morderá el dolor (pp.53-54)

Siempre hay una constante búsqueda de este espacio que se evidencia en una isotopía fluida, de invención y cobijo de la nueva dimensionalidad. El quiebre del tiempo es reemplazado por la intemporalidad, en otras palabras, la transición del acto amoroso, ya no en la tierra que habitamos día a día, sino en el acto poético:   

Amor, amor, catástrofe (…)
quiebra columnas, tiempos;
los reemplaza por cielos
intemporales (…)
(las negritas son mías) (p.64)

El tiempo no tenía
sospechas de ser él (p.66)

En la que incluso la muerte es desterrada:

de que este vivir mío no era solo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte (p.69)

Lo que demuestra la argumentación planteada: la unidad de lo terrenal con esta nueva realidad que en el locus poético se eleva al amor no regido, a saber, por el tiempo, pero que es consciente de su devenir, y donde precisamente el modus vivendi creado, atemporal y eternizador, no deja de contraponerse al primer orden empírico:

Nada en ese milagro
podría ser recuerdo:
porque el recuerdo es
la pena de sí mismo,
el dolor del tamaño,
del tiempo, y todo fue eternidad: relámpago (p.89).

En la poesía de Pedro Salinas, por tanto, la ausencia física es una constante, ya que lo amado una vez que se le ha conocido con el primer movimiento sensitivo, se posee en la perennidad de este mundo poético. Una de sus puertas de acceso es el sueño. De ahí su recurrencia a lo onírico, no de carácter surrealista, antes bien, la que parte de la necesidad de contacto con lo que no está corporalmente:

al lado nuestro, aunque sin verse.
Se sueña
que en la esperanza del silencio oscuro
nada nos falta (p.98)

Un sueño me eligió desde sus ojos,
que me parecerán siempre los tuyos (p.123)

Regreso a lo anterior sobre la isotopía que responde a la dinámica de una búsqueda que termina en una invención. En el poema “¿Cómo me vas a explicar?” de Razón de amor (1936) se halla en una misma disposición estrófica “buscándolo” (‘buscar’ es el verbo habitual en Salinas) que termina en “inventaban”, es decir, la búsqueda termina en la invención.

En otros poemas las palabras laten: “fabricando, indestructible”, “encontrarte”, “inventado”, “rompiendo”. Sugiere, pues, un yo lírico que en su afán eternizador, sabiendo que no le servirá el tiempo ni lo llanamente empírico, procede a crear una manera de hilarse con ese otro anhelado. Para Ontañón de Lope (1965) la búsqueda del amor sereno y espiritual se consigue con la salvación, no obstante:

solo la intuye (…) la siente, pero aunque el único hecho concreto sea esta búsqueda, es suficiente para proporcionar alivio y alegría a su alma (p.139)    

Los versos lo comprueban:

Para sentirte a ti
no sirven
los sentidos de siempre,
usados con los otros. (p.70)

y las figuras retóricas como la hipérbole:

un minuto era un siglo,
una vida, un amor (p.81)

Elemento operante para afirmar que cerca o no de lo querido en el plano físico y tangible, la atemporalidad es la casa de un vínculo construido en lo ingrávido, en la espera. Por consiguiente, con la obra de Salinas se sabe que el amor no se desvincula del dolor, la pérdida o la sombra; pero tampoco de la dicha, la recuperación y la luz. La memoria de lo amado, en síntesis, no se esfumará por la tenacidad del olvido (referenciando a Salvador Elizondo), pues el poema es el sitio donde se le recuerda y configura, donde la eternidad tiene medida.    

Que permanezca como axioma que:

Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía. (p.85)

Autora: Dayana Campillo

 

Referencias:

Ricart, J. (2014). Introducción. En La generación del 27 (pp.11-27). Ediciones Cátedra.

Salinas, P. (2022). Poemas esenciales (ed. García Sánchez, J.). Editorial Salvat.

Salinas, P. (1940). Reality and the Poet in Spanish Poetry. The Johns Hopkins Press. 

Ontañón de Lope, P. (1965). Tres aspectos de la poesía de Pedro Salinas. Anuario de Letras. Lingüística y Filología, 5, 123-140. https://repositorio.unam.mx/contenidos/tres-aspectos-de-la-poesia-de-pedro-salinas-10054?c=LPQQ0p&d=true&q=*:*&i=1&v=1&t=search_0&as=0   

Déjanos tu comentario
Tags:

Tal vez pueda interesarte...