Manuel Acuña y Laura Méndez de Cuenca, una relación entre poesía

Si es preciso nombrar a dos autores cuya obra literaria haya marcado de forma determinante el siglo XIX en México, Manuel Acuña y Laura Méndez de Cuenca serían, desde mi punto de vista, la dupla ideal. El primero, reconocido especialmente por su “Nocturno a Rosario”, fue motivo de discusión en diferentes esferas sociales como consecuencia de su caótica vida. Desde su juventud estableció relaciones con renombrados hombres de letras, entre los que se encuentran Ignacio Manuel Altamirano, Juan de Dios Peza y Agustín F. Cuenca.

Conoció a Laura Méndez —también miembro de este círculo—, escritora, intelectual y precursora feminista, precisamente en una de tantas veladas literarias. Ambos comenzaron una relación amorosa intermitente y poco estable hasta la muerte del poeta en 1873, poco antes del deceso de su hijo con Méndez.

Alrededor de estas fechas fueron publicados en diferentes periódicos algunos versos que se dirigieron el uno al otro; Acuña le dedicó a su ex amante “Resignación”, “Hojas secas”, y “Adiós”, a lo que Laura Méndez respondió con un poema homónimo. Estas composiciones serán, en lo sucesivo, mi objeto de estudio.

Para comenzar, es justo rescatar la cita de Romero (2008) que, basándose en el estudio de Marco Antonio Campos, expresa respecto de estos dos literatos:

“Hay quien opina que en esa época Laura y Manuel eran ‘los dos poetas jóvenes más dotados de su generación’” (p. 8).

Sea o no verdadera esta aseveración, lo cierto es que su literatura, aun la perteneciente a su etapa más temprana, fue motivo de elogio en múltiples ocasiones. Su relación, asimismo, dio de qué hablar, sobre todo luego de que Acuña presuntamente descubriera que Laura y el poeta Agapito Silva mantenían un amorío. La separación fue rotunda, pese a que la escritora llevara en su vientre al hijo de Acuña. Este último escribió los poemas mencionados en lo previo y poco después se suicidó por medio de la ingesta de cianuro.

Entre febrero y septiembre de 1873, Acuña escribió dos versiones de “Adiós”. La más difundida comienza así:

Después de que el destino
me ha hundido en las congojas
del árbol que se muere
crujiendo de dolor,
truncando una por una
las flores y las hojas
que al beso de los cielos
brotaron de mi amor.

Después de que mis ramas
se han roto bajo el peso
de tanta y tanta nieve
cayendo sin cesar,
y que mi ardiente savia
se ha helado con el beso
que el ángel del invierno
me dio al atravesar.
Después… es necesario que tú también te alejes

(Acuña, 1890, p. 160)

Resulta curiosa la forma de representar un yo destrozado por medio de la imagen de un árbol moribundo. En “Hojas secas”, también dirigido a Laura Méndez, Acuña se refiere a él mismo como un árbol seco y triste que alguna vez experimentó el amor. Esta misma imagen fue de igual manera utilizada por la escritora en “Nieblas”, uno de sus poemas más célebres, en el que señala que del mundo solo quedan “agrio tronco y escuálida hojarasca”[1].

De acuerdo con otras interpretaciones del poema, como la de Sánchez Mosqueda (2014), al hablar del árbol, Laura en realidad pretende decirnos que Dafne, personaje mítico griego que, como se indica al inicio de los versos, florece con los besos de Febo, dios del sol, ha terminado en un estado agonizante. Un motivo que podemos encontrar en la obra de ambos autores y que, en esencia, se traduciría como el paso del amor a la pérdida de este.

Más adelante, Acuña escribe:

Yo estaba solo y triste
cuando la noche te hizo
plegar las blancas alas
para acogerte a mí,
entonces mi ramaje
doliente y enfermizo/ brotó sus flores todas
tan solo para ti.

En ellas te hice el nido
risueño en que dormías
de amor y de ventura
temblando en su vaivén,
y en él te hallaban siempre
las noches y los días
feliz con mi cariño
y amándote también. […]

Es fuerza que te alejes…
rompiéndome en astillas;
ya siento entre mis ramas
crujir el huracán (p. 160)

A partir de este verso empieza a describirse el proceso de separación del poeta con su amada, a la que podemos identificar con la imagen de un ave; para ser específicos, una paloma. Puede o no ser gratuito el hecho de que el autor se haya inclinado particularmente por este animal para describir a Méndez, aunque es bien sabido que, como símbolo, las palomas representan el romance y la fidelidad.

Casualmente, en su “Canto segundo” ya había realizado una antropomorfización de la paloma. En este nos narra la trágica historia de Pablo, quien es traicionado por su gran amor, Elena. Hundido en el sufrimiento, y aún sin poder concebir la situación, exclama:

Con la vergüenza horrible de sí misma;
Buscar en otro pecho las dulzuras
De que mi pecho rebosaba lleno,
Sin dejar á mi amor salvar del cieno
Sus alitas tan blancas y tan puras.
¡Ay! cuando yo por alfombrar su huella,
Si para alzarse al cielo hubiera sido,
Con la paloma deshaciendo el nido
Hubiera dado el corazón por ella

(Acuña, 1890, p. 276).

Hecho interesante es que más tarde el poeta aparentemente también experimentaría un desengaño que no llegaría a perdonar. Algunos autores señalan que incluso el verso siguiente: “mañana que termine /mi vida oscura y breve /ya solo tus recuerdos /palpitarán sobre él” (p. 163) es de alguna forma un preludio de la desgracia que sucedería a finales de 1873. Esta teoría, por supuesto, contradice la más afamada, que cuenta que la muerte del poeta se debió a Rosario Peña, una mujer a la que cortejaba, pero con la que nunca mantuvo una relación.

El caso de “Resignación” es especial. Es cierto que en este poema se recuperan algunas imágenes de “Adiós”, como lo es la figura del ave —que en este caso es un cisne— y las flores de un árbol que Acuña describe envenenadas, pero precisamente aquí es donde se establece el binomio ruptura = cadáver o muerto.

Igualmente, se configura un espacio particular cuando el saltillense relata:

O si quieres
que hagamos, ensayando nuestro aliento,
un nuevo viaje a esa región bendita
cuyo sólo recuerdo resucita
al cadáver del alma al sentimiento,
lancémonos entonces a ese mundo
en donde todo es sombras y vacío

(Acuña, 1890, p. 106)

Para finalizar expresando que ambos serán duendes en ese lugar cuyo cielo está lleno de sombras. Es necesario remarcar que en este poema Acuña se refiere por primera vez al “libro de la vida” que más tarde retomaría en el último poema que escribiría.

Después de “Adiós” y “Resignación”, “Hojas secas” fue el tercer poema que le dedicó a Laura antes de su muerte en diciembre de 1873. Esta composición, constituida por quince partes, es la despedida definitiva. Acuña narra, como si de una anécdota se tratase, cómo luego de un encuentro con Laura, se dirige a casa y le escribe una carta a su madre.

Esa misma noche tiene un sueño en el que, de nuevo, su amante es un ave, y entre sus alas encuentra un crespón —un símbolo de luto—. “Otro tal vez, te hubiera aborrecido /delante de aquel cuadro aterrador” (Acuña, 1890, p. 255), confiesa el poeta, pero él no hace más que llorarle a su madre y amar a Laura aún más.

Un punto en el que me gustaría hacer énfasis es que justamente en este texto se menciona una vez más el tema del ‘libro’. Este libro del que se habla es el que fue realizado a partir del árbol sobre el que, según el autor, ambos habían depositado su amor: “Cada hoja es un recuerdo tan triste como tierno/ de que hubo sobre ese árbol /un cielo y un amor” (p. 247). Laura hace suyo ese libro y lo convierte en el “libro de mi vida, en el cual las hojas del pasado, aquellas ya ignoradas, de acuerdo con la poeta, fueron en las que Acuña fijó su atención” (Fernández, 2013).

Es posible que en esos versos Laura refiera a la relación que tuvo con Agapito Silva, a quien, por cierto, le escribió algunos poemas con dedicatoria “A. A. ***” (Fernández, 2013). Acuña, sin embargo, no perdona a su enamorada; al contrario, le dedica un poema final, el cual funge perfectamente como reproche:

Cómo quieres que tan pronto
olvide el mal que me has hecho,
si cuando me toco el pecho
la herida me duele más!
Entre el perdón y el olvido
hay una distancia inmensa;
yo perdonaré la ofensa;
pero olvidarla… ¡jamás! (p. 256).

La escritora, como una especie de respuesta a Manuel Acuña, durante su proceso de gestación, escribió su propio poema titulado “Adiós”. Se presume que, por medio de este, el poeta se enteró de que tendría un hijo con Méndez. No obstante, ellos no convivieron y el bebé, de tan solo tres meses, murió en enero de 1874. El texto de Laura, como veremos en lo subsecuente, posee algunos elementos en común con el texto de Manuel.

Adiós: es necesario que deje yo tu nido;
las aves de tu huerto, tus rosas en botón.
Adiós: es necesario que el viento del olvido
arrastre entre sus alas el lúgubre gemido
que lanza, al separarse mi pobre corazón[2].

El poema prosigue narrando el dolor y la pesadumbre que siente Laura a causa su ruptura. Se vale de metáforas y demás recursos literarios para intentar dar cuenta del término de la relación. Al igual que Manuel, crea en varias ocasiones la imagen poética de un sepulcro en el que se entiende que enterrarán el amor que un día los unió.

Casi al final, Méndez hace una clara referencia al “libro de la vida” sobre el que hablé anteriormente. Aquí el libro, ya mencionado en “Resignación”, concluye definitivamente, tal como lo expresó Manuel estos versos: “Del libro de la vida, /la que escribimos hoy es la última hoja/ …cerrémoslo en seguida/ y en el sepulcro de la fe perdida/ enterremos también nuestra congoja” (Acuña, 1890, p. 105).

Después del suicidio de Manuel Acuña, Laura continuó escribiendo, e incluso dedicó un poema al hijo que perdió. Tuvo siete hijos más con Agustín F. Cuenca, pero únicamente dos sobrevivieron. Pese a las desgracias que vivió, siempre mantuvo el carácter que Manuel le atribuye en su texto “A Laura”, y gracias a su quehacer literario logró consolidarse como una de las autoras más importantes del siglo XIX.

Autora: Camila Ferreiro

Referencias

Acuña, M. (1890). Poesías de Manuel Acuña. Garnier.

Romero, L. (2008). Laura Méndez de Cuenca: el canon de la vida literaria decimonónica en México. Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol 29 (n° 113), 107-141. Recuperado de: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S01853929200800010017

Sánchez, L. E. (2014). Imágenes en torno al constructo de lo femenino de Laura Méndez de Cuenca. Del yo al nosotros a través del mito de Prometeo. Mosqueda, L. E. (2014). Tesis de maestría. Recuperado de: https://repositorioinstitucional.buap.mx/handle/20.500.12371/6229

Fernández, A. J. (2013). Ensayo de una poética para Laura Méndez de Cuenca. Literatura mexicana, vol. 29 (n° 1), 15-63. Recuperado de: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S01882546201300010003

 

[1] Poema recuperado de https://www.poemas-del-alma.com/laura-mendez-de-cuenca-nieblas.htm

[2] Poema recuperado de http://web.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena40/Libros/Raul.html

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