Porno para señoras: una reflexión en torno a las telenovelas mexicanas

 

Los medios de comunicación han sido parte fundamental de la educación contemporánea, pues en ellos se manifiestan diversas perspectivas e informaciones. Desde el hecho que da pie a una noticia hasta la visión moral que se le da a las situaciones. Sin embargo, la cuestión más importante, quizás, sería el cómo influyen en las personas y cuáles son los métodos que los mantienen como parte fundamental de la educación de una generación.

La educación dirigida por los medios se dio desde que se leían periódicos, se escuchaba la radio o, incluso, con la llegada del cine y la televisión. Mucho se ha dicho sobre como uno y otro medio ganó importancia entre las familias y cómo un medio ha desplazado a otro hasta llegar a la inmediatez de la Internet, pero ese no es el ejemplo que nos atañe en este texto, sino aquel en el que la mujer obtiene satisfacción erótica gracias a ciertos programas que en México y varios países de habla hispana se denominan como “telenovelas” o en países anglosajones como soap opera.

Las telenovelas no son más que la adaptación de la novela sentimental decimonónica, pero con los actores que están en tendencia y las actrices más guapas del momento, claro, con un poco de la moral en turno y un toque de fantasía. Recordemos que, en el siglo XIX, muchas novelas sentimentales (y no sentimentales) fueron entregadas en parte en los periódicos de la época, lo cual generaba un creciente interés por saber qué iba a ocurrir.
El problema serio es cómo se convierte una telenovela en “porno para señoras”. La respuesta es sencilla, satisface los deseos eróticos de las mujeres desesperadas e insatisfechas. Según Román Gubern, este tipo de programas apelan a la esfera emocional del individuo más que a la intelectual.

El “porno para señoras” se refiere al hecho de satisfacer nuestras fantasías con aquello que nos haría feliz emocionalmente, es decir, fantaseamos con el cliché de la “cenicienta”, la mujer abnegada que es rescatada por el hombre guapo y gentil, sin olvidar que también es millonario, y con quien se casará y vivirá feliz por siempre. La pregunta es ¿por qué ocurre esto? La respuesta sería porque somos una repetición de Madame Bovary, pues nuestra educación sentimental nos hace mujeres insatisfechas con las relaciones personales ya que, desde niñas, nos educan para esperar al príncipe azul, el cual jamás llegará, y a cambio tendremos un marido que preferirá sentarse frente al televisor a ver partidos de fútbol en lugar de llevarnos a pasear por el mundo y, en el caso de los millennials, seguramente ni a eso llegaremos, pues la Internet nos apartará más del matrimonio por culpa de los juegos en línea.

Las telenovelas operan mediante tres pasos: el primero es situar a los personajes en ambientes hogareños (lugares comunes), el segundo es dotar a dichos personajes de clichés en imagen y carácter (estereotipos) y, finalmente, el flujo biográfico constante. Todo esto ayuda a que el televidente genere empatía con algún personaje y de esta forma se realice un desdoblamiento o proyección, es decir, el deseo de querer ser esa doncella o galán de telenovela literalmente. 

A manera de conclusión, no queda más que apelar al intelecto, mirar hacia la literatura y replantear la forma en la que estamos educados mientras estamos en el zapping para encontrar el mejor programa para masturbarnos emocionalmente.

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