Delmira Agustini y los fragmentos eróticos

Yo te diré los sueños de mi vida en lo más hondo de la noche azul…[1]

Han transcurrido más de cien años desde el asesinato de la poeta Delmira Agustini, quien inmersa en una sociedad destrozada por el cambio del siglo XX, enfrentó sucesos como la marginalidad, el peso de la tradición y la muerte como una reprensión simbólica y real a su accionar. 

En ese sentido, su vida no es demasiado larga, pero sí le permitió relatar con demasiada intensidad y a contrapelo sobre la literatura oficial de Uruguay, una literatura en la que las mujeres jamás tendrían un papel más allá del tradicional que la sociedad les asignaba. Sin embargo, el sentir y pensar implicaba la renuncia a cánones establecidos. De esa forma Delmira inauguró la ley de divorcio en Uruguay a sólo dos meses de matrimonio, lo que llevó a que su exmarido terminara asesinándola.

Resulta que, cuando se habla de ese renunciar es a la educación femenina de la época e ir más allá de lo permitido al género en espacios como la literatura lo que lleva a las escritoras a arriesgar su propia vida, como es el caso de Delmira Agustini. En una sociedad que negaba derechos civiles y políticos a la mujer, cuando éstas logran tomar decisiones referentes a su proceder, siempre termina en tela de juicio la literatura que provenía de ellas.

Lo anterior indica que era y es una lucha constante de arriesgarse a escribir cómo siente y piensa la mujer. Es decir, ponerle letras a ese mundo femenino que en muchas ocasiones ha originado soledad, discriminación y muerte.

Ante todo, en ese escenario hay que rectificar la idea sabida que Delmira sigue siendo una de las voces precursoras de la mujer en América. Una voz que continúa invisible ante esa falta de reconocimiento a su maravillosa escritura, a tal punto que su nombre es mencionado en historias correspondientes al Modernismo de la literatura hispanoamericana o en antologías, lo que evidencia una vez más esa discriminación ante las letras de la mujer en un mundo literario dominado por el género masculino.

Dicho dominio se muestra en autores reconocidos como, por ejemplo, José Asunción Silva, Horacio Quiroga, Rubén Darío, mientras que las autoras son poco mencionadas como Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, y la propia Delmira Agustini.

Agustini podría ser catalogada en la lista de las poetas “malditas” o “raras” por su postura rebelde que da la bienvenida a algunas características vanguardistas, sobre todo enfocadas al Surrealismo con elementos como la libre asociación de la imagen, la esencia de lo onírico y la liberación del deseo como fuerza mental a través de la poesía. En esa dinámica, temas como la violencia, la demencia, la enfermedad y la muerte recorren su poesía con la esencia de erotismo que culmina en marginalidad.

De esa manera, la literatura de Delmira Agustini es un ítem de la literatura femenina y su referente es el erotismo. Un erotismo que asume una voz poética establecida en un yo sexual femenino, es decir, que mientras el Modernismo determinaba que la poesía era el poeta, el hombre, Dios, y la mujer como el objeto del poema, la poesía de Delmira es una búsqueda constante de identidad que necesita decirse y escribirse en ese deseo del yo a través del erotismo. En un momento en que la mujer es el referente de la casa, del “buen comportamiento”, la escritora uruguaya nos describe ese deseo erótico o femenino, desafiando los patrones establecidos por la sociedad.  Por ejemplo, el poema Día Nuestro nos cuenta las comparaciones sexuales que causa el erotismo:

    …-Pleno sol. Llueve fuego. Tu amor tienta, es la gruta / Afelpada de musgo, el arroyo, la fruta, /_la deleitosa fruta madura a toda miel. //_El Ángelus. Tus
manos son dos alas tranquilas_/ Mi espíritu se dobla como un gajo de lilas, /_Y mi cuerpo te. envuelve…_tan sutil como un velo. //_El triunfo de la Noche. De tus manos, más bellas, /_fluyen todas las sombras y todas las estrellas, /_Y mi cuerpo se vuelve profundo como un cielo![2]

Elementos que ocasionaron el rechazo de una sociedad represiva y con patrones de moral victoriana ante la gran Delmira, pero causantes de seguir describiéndole al mundo sobre esa poesía erótica, como en su poema «Otra estirpe», esa necesidad de entrega y creación.

…_Así tendida soy una surco ardiente /Donde pueda nutrirse la simiente,_/_de
otra Estirpe sublimemente loca![3]

Sí, ya lo sabemos, que toda esa poesía erótica presentada por la fabulosa Delmira Agustini son los ecos de ese Feminismo que se posesionó como movimiento social de desigualdad y discriminación hacia las mujeres, sobre una sociedad de patriarcado dominada por el género masculino en sectores sociales, culturales, políticos y económicos determinados como superiores a los que sólo podían acceder los hombres y que consideran los sentimientos, la debilidad, y los campos domésticos como “características” de las mujeres.  (Viejo, Cabezas & Martínez, 2013).

Se diría, pues, que en ese modelo se instauran dos vertientes: lo masculino y lo femenino que desglosa los espacios socioculturales y el actuar de hombres y mujeres en estos.

Esta descripción estaría incompleta si no se hablara que a partir de la obra Cantos de la mañana, las relaciones amorosas de los personajes femeninos y masculinos son agresivas. Los hombres se instauran como sujetos de poder y sentimientos fríos, mientras que las mujeres son seres que manifiestan su frustración e imposibilidad ante el comportamiento del hombre. 

Esto hace que Delmira Agustini se niegue a poetizar sobre palomas y flores volviendo agresivo su impulso erótico, inclinado más al mordisco que a los besos y la inauguración de animales salvajes como culebras y buitres. Un ejemplo está en su obra Los cálices vacíos:

…Y era mi mirada una culebra / Apuntada entre zarzas de pestañas, / Al cisne
reverente de tu cuerpo. / Y era mi deseo una culebra / Clisando entre los riscos
de la sombra / A la estatua de lirios de tu cuerpo!/

Todas estas manifestaciones son el resultado permanente de una sociedad represiva ante el pensar y sentir de la mujer a través de la mirada de Agustini y valiéndose de los animales.

Dentro de este marco ha de considerarse la historia de amor de Delmira Agustini y el escritor, político y socialista argentino Manuel Ugarte. Una relación que se caracterizó por una cantidad de impedimentos, como que Delmira era mujer comprometida, y la política, que era el otro gran amor de Ugarte, un amor con el que tenía una cantidad de luchas. 

Sin embargo, los dos establecen un diálogo constante desde la correspondencia con temas como el amor, la política y la escritura. En una carta de 1910 que será incluida en la obra Los cálices vacíos se puede apreciar la admiración que Ugarte sentía por la poesía de Delmira. A su vez, esta amistad se fortaleció en la literatura y la distancia hasta concluir en una historia de amor.

Su encuentro se daría en un viaje que realizó Manuel Ugarte a Montevideo con Rubén Darío, quien fuera su gran amigo, pero es a partir de 1913 que Manuel visita constantemente a la escritora pese a que ésta mantiene una relación con Enrique Job Reyes, quien se convierte en su esposo ese mismo año después de una relación de cinco años.

Es prudente advertir que esas cartas son el reflejo del amor que hay entre Agustini y Ugarte, pero al mismo tiempo esa desilusión de no estar juntos.  Es por ello que Manuel al ser testigo del matrimonio de Delmira y el impedimento de estar juntos, le manifiesta su inconformidad haciéndole saber que utiliza la literatura como un antifaz para ocultar sus sentimientos, a lo que la escritora respondiera así: 

Su carta me ha hecho casi más mal que su silencio. Yo creía que usted me
interpretaba mejor. Estoy cierta de no haberle dicho en mi «arabesco literario»
una sola cosa que no fuera verdad, y que no fuera, eso sí, más pálida que la
verdad. Y lo más raro del caso es que protesto de sus palabras y, en el fondo, tal vez, le doy la razón. Es que hay sinceridades difíciles. Ese ligerísimo velo
artístico era casi necesario. Piense usted que yo debo adivinar y decir. Piense
usted que todo lo que yo le he dicho se podría condensar en dos palabras. En
dos palabras que pueden ser las más dulces, las más simples, o las más difíciles
y dolorosas. Piense usted que esas dos palabras que yo pude en mi conciencia
decirle al otro día de conocerle, han debido ahogarse en mis labios ya que no
en mi alma. Para ser absolutamente sincera, yo debí decirlas; yo debí decirle
que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de
miel…_Lo que pudo ser, a la larga, una novela humorística, se convirtió en
tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la
sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería.
Mientras me vestían, pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría
contarle todos mis gestos aquella noche…_La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié, fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció en un momento que usted me miraba y me
comprendía. Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente
molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del
retrato…_y después sufrir; sufrir hasta que me despedí de usted y después sufrir más, sufrir lo indecible. Usted, sin saberlo sacudió mi vida. Yo pude decirle que todo esto era en mí nuevo, terrible y delicioso. Yo no esperaba nada. Yo no podía esperar nada que no fuera amargo de este sentimiento, y la
voluptuosidad más fuerte de mi vida ha sido hundirme en él. Yo sabía que usted venía para irse, dejándome la tristeza del recuerdo y nada más. Y yo prefería eso, y prefiero el sueño de lo que pudo ser, a todas las realidades en que usted no vibre. Yo debí decirle todo eso, y más, para ser absolutamente sincera.
Pero, entre otras cosas, he tenido miedo de descubrirme muy en el fondo, una
de esas pobres almas débiles, enteramente tendidas al amor. Imagine usted esa miseria frente a su sonrisa, un poquito irónica, de poderoso. Y yo, que he
sabido sonreír tan irónicamente como usted… Ya está dicho. Si después de todo esto usted vuelve a acusarme de engañadora y sutil, yo lo acusaré simplemente de mal intérprete sentimental. Nunca le acusaría de nada peor. Ni esperaría a que «la brisa de primavera me trajera el perfume de allá» para escribirle «sin saber por qué». Y conste que me siento íntimamente herida. Delmira 

No es de olvidar que ese “disfraz” literario al que acude Agustini es el espejo de una mujer desamparada por un sistema social que no soporta los sentimientos y pensamientos con posturas críticas.

Paralelamente a todo lo que se ha venido contado es imposible negar que hasta el día de hoy sigue siendo un misterio la muerte de Delmira Agustini. Un misterio analizado y discutido a través de mucha información que aborda que ese último año de vida estuvo marcado por un proceso de emancipación, pero acompañado de un gran sufrimiento, a pesar que algunos críticos lo han querido hacer ver como una etapa de gozo.

Según García Gutiérrez (2013):

 […] es difícil creer que los últimos meses de Agustini fueran de sexo placentero, desinhibido y libre, como sostienen festivamente sus últimos estudiosos, sino de confusión, acoso, chantaje emocional, compasión, miedo, culpa y soledad ante la creciente hostilidad ambiente. […] Basta contemplar las últimas fotografías de Agustini, tomadas por su padre días antes del asesinato, ojerosa, desaliñada, de negro, con la mirada ausente o escondida hacia abajo, refugiada en lo que está leyendo. pp. 26-27

Lo cierto es que Delmira Agustini no pasaba por un momento de plenitud sino de una lucha constante de supervivencia en medio de tanta imposición.

Así pues, el Modernismo siempre será un movimiento literario que acompañe los diferentes sucesos que enmarcaron el siglo XIX y XX desde la realidad, pero aún se encuentra incompleto sin ese reconocimiento a voces como la de Delmira Agustini, las cuales posesionaron una consciencia del deseo femenino interior y exterior. Consciencia en la que la mujer no es solamente un objeto de satisfacción sexual sino un ser sentipensante. La invitación es a leerla como esa voz de poesía erótica que define a la mujer.

 

Bibliografía

Agustini, D. (1997). Los cálices vacíos. México: Ed. Fredo Arias de la Canal de Frente de Afirmación Hispanista. Print.

García Gutiérrez, R. (2013), “Introducción”, en García Gutiérrez, Rosa (ed.), Los cálices vacíos. Delmira Agustini. Sevilla, Point de Lunettes.

Viejo, C. M., Cabezas, I. L., & Martínez, M. D. J. I. (2013). Las redes de académicas en la docencia universitaria. Revista Interamericana de Investigación, Educación y Pedagogía, RIIEP, 6(2). DOI: https://doi.org/10.15332/s1657-107X.2013.0002.03

 

[1] Escritora, poetisa y activista feminista uruguaya, autora de «El libro blanco» (1907), «Cantos de la mañana» (1910), «Los cálices vacíos» (1913), «El rosario de eros» (1924), «Los astros del abismo» (1924), «Correspondencia sexual» (1969).

[2] En «Los cálices vacíos», P.C., pp.285, op.cit.

[3] En Los cálices vacíos, bajo el subtítulo «Lis púrpura», PC, pp.295, op.cit.

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