William Ospina: De la Habana a la Paz y la novela histórica


Toda novela es un testimonio cifrado; constituye una representación del mundo, pero de un mundo al que el novelista ha añadido alguna cosa: su resentimiento, su nostalgia, su crítica.

Gabriel García Márquez[1]


Los sucesos históricos que han acompañado a Hispanoamérica son el resultado de factores socioculturales que terminan por generar una memoria colectiva. Dicha memoria determina el accionar de los individuos en los sectores económicos, sociales, culturales y políticos, que a su vez genera posturas críticas y propositivas de los mismos.

De ese universo de recuerdos emergen voces como las del escritor y periodista colombiano William Ospina, quien establece: “la razón es hija de la poesía”[2] es decir, que la poesía es el eje principal de los eventos que posesionan a los sujetos y, en esa misma línea, la novela se convierte en una alternativa de mundo:

 “Todos vivimos novelas fabulosas, porque vivir en un cuerpo mortal sobre un planeta que flota en el espacio lleno de mares y selvas, de lenguas y de milenios, es un hecho fantástico”[3]

Esto pone en claro que la poesía es un universo de posibilidades para los seres humanos y que puede convertirse en un mecanismo esencial a la hora de escribir novelas.   

El hijo de Padua (municipio pequeño del departamento del Tolima en Colombia) nació el 2 de marzo de 1954. Ha estado influenciado por grandes pensadores y maestros entre los que destaca Estanislao Zuleta de quien aprendió que:

El saber debe acercarse a la vida y el lenguaje —nacido y vivificado siempre en los labios iletrados de las multitudes— puede dar razón del mundo por vías más cálidas y elocuentes que la jerga árida de los especialistas.[4]

Lo anterior ha permitido que William Ospina se instaure como un sujeto sentipensante en el mundo de las letras, mismo en el que Padua es convertido en fuente de inspiración:

Yo había tenido alguna vez un sueño. Soñé que los peñascos de Cerro Bravo, del volcán que está arriba de mi pueblo natal, en las cumbres de la cordillera Central de Colombia, en el páramo de Letras, eran una inmensa catedral. Algún artífice demente había escalado esos riscos y había tallado en ellos arcos y columnas. La catedral se fundía con el peñasco, de sus paredes frotaban árboles que destilaban un agua incesante, sus raíces se perdían abajo en la niebla de los abismos y sus bóvedas se perdían arriba en el gris de las nubes de invierno. Lo que estimulaba ese sueño era sin duda la contemplación frecuente de un altar a la virgen que los camioneros habían hecho, adornado de flores y de farolas de camión, en el paso más vertiginoso de la montaña, donde un río de piedras enormes parece suspendido del cielo, donde la niebla acecha y pierde a incontables viajeros y donde la vegetación es más salvaje y el abismo más negro.[5]

En el curso de esta búsqueda de inspiración, en 2016 aparece su último libro de ensayos De la Habana a la Paz en el que aborda la situación actual de Colombia frente a la paz. Al inicio, William Ospina muestra una ofrenda poética a su madre Ismenia, extrañándola y admirándola así:

“Ahora necesitaré más que nunca, madre, que me acompañes como lo hiciste siempre. A través de los días y de los mares, en esas estaciones lejanas, en esas ciudades, en esas montañas perdidas.”[6]

La idea es que la madre de William Ospina es una fuente de inspiración como lo ha sido Padua.

El libro se presenta en dos partes que abordan los tiempos del Caguán y los tiempos de la Habana. La primera parte es el resultado de conversaciones universitarias, seminarios, proyectos, conferencias internacionales y reflexiones de William Ospina, trabajo que en un principio fue publicado en el 2001 en el libro Lo que se gesta en Colombia. La segunda parte es una selección de textos publicados entre octubre de 2010 y marzo de 2016 en la columna del periódico colombiano El Espectador, donde el escritor participa semanalmente. La tercera y última parte es un diálogo de paz que el autor estableció con el maestro de la cátedra Manuel Ancizar de la Universidad Nacional de Colombia y un grupo de estudiantes en 2015.

Esta descripción estaría incompleta si no se acude a una de las ideas centrales del libro: la carencia de cultura en Colombia.

Los colombianos hemos valorado ampliamente, durante mucho tiempo, algunas de nuestras legendarias virtudes. La viveza ha sido considerada prueba suprema de inteligencia. La capacidad de hacer trampa, una condición de supervivencia. La competitividad que supone el triunfo ostentoso sobre el otro, una prueba de superioridad, incluso cuando la astucia ayuda a inclinar la suerte. El humor es considerado como una potencia saludable, incluso si se lo utiliza exclusivamente para burlarse de los débiles, para ridiculizar a los desvalidos y para perpetuar prejuicios inhumanos. La laboriosidad y la capacidad para hacer industria son unánimemente admiradas, aunque su fondo sean la codicia y la depredación, aunque supongan una privación efectiva de los goces del mundo. El éxito es una virtud absoluta, aunque se logre a expensas del fracaso de muchos. Y finalmente la riqueza material es la virtud máxima, aunque haya sido preciso envilecerse en su búsqueda. Sin embargo, todas esas virtudes han ido convirtiéndose en nuestros verdugos, hasta el punto de que se han vuelto a llenar de sentido las famosas palabras del filósofo: “Perecerás por tus virtudes.”[7]

Además, el autor considera que el nacimiento de personajes tan violentos como Marulanda, Tirofijo y Escobar son reflejos de la injusticia social:

Yo no me alegro. No me alegra la muerte de nadie. Pienso que todos esos monstruos no fueron más que víctimas de una sociedad injusta hasta los tuétanos, una sociedad que fabrica monstruos a ritmo industrial, y lo digo públicamente, que la verdadera causante de todos estos monstruos es la vieja dirigencia colombiana, que ha sostenido por siglos un modelo de sociedad clasista, racista, excluyente, donde la ley “es para los de ruana”, y donde todavía hoy la cuna sigue decidiendo si alguien será sicario o presidente.”[8]

Esto me lleva decir que las injusticias sociales son el reflejo de los comportamientos de individuos a partir de los sectores políticos, sociales, culturales y económicos de una nación y el mundo.

Ospina finaliza el texto con la advertencia de que uno de los principales obstáculos del proceso de paz en Colombia es el esquema burocrático, conservador y hostil frente al cambio social, debido a su carencia de una verdadera reconciliación que permita convertir los sueños de paz desde lo rural y lo urbano, es decir, el juego de polifonías que constituyen a Colombia desde la diversidad.

De la Habana a la Paz es la representación de los hechos que han determinado un proceso de paz en Colombia, el cual acude a diálogos desde la academia y zonas de conflicto para ofrecer la posibilidad de un proceso de paz desde la reconciliación, la memoria y la justicia social. La carta de invitación queda abierta para leerlo y entender el accionar historico de los colombianos.

[1] Escritor, novelista, editor, guionista y periodista colombiano.Autor deCien años de soledad (1967), Relato de un náufrago (1970), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985) y Noticia de un secuestro (1996).

[2] Ospina, W. (2015). El año del verano que nunca llegó. Bogotá. Literatura Random House, pp. 90- 91.

[3] Ospina, W. (2013). La escuela de la noche. Bogotá. Mondadori, p.75.                         

[4]  Ospina, W. (2016).  El dibujo secreto de América Latina. Bogotá, Semana Cultural, p.17.

[5] Ibidem, p. 243.

[6] Ospina, W. (2016). De la Habana a la Paz. Bogotá, Me gusta leer.

[7] Ibidem, pp. 19-20.

[8] Ibidem, p. 133.

 

Cibergrafía

Imagen tomada de: https://www.escritores.org/biografias/113-william-ospina

Imagen tomada de: https://www.megustaleer.com.co/libros/de-la-habana-a-la-paz/MCO-0015

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