Janis Joplin o de cómo decir adiós

One of these mornings
You’re gonna rise, rise up singing
You’re gonna spread your wings, child
And take, take to the sky

Janis Joplin

 

—¿Crees en el destino? —Pregunta Naoufel de la película I lost my body. Pensar en el destino como algo trágico por la imposibilidad de cambio es quizá lo primero que nos viene a la mente cuando nos lo cuestionamos. Pero es el mismo anhelo de vivir algo mágico que nos impulsa a creer en él, lo que nos lleva a sospechar que podemos evadirlo. La pregunta parece ridícula en nuestro contexto, pero Naoufel matiza la idea con la naturaleza impredecible e irracional del ser humano que rompe y obliga a encontrar en las grietas de la ruptura algo único.

Por ejemplo, en la muerte. Una de las más trágicas para el mundo del rock es la de la Perla del blues, la Bruja cósmica, Janis Joplin, quien toda su vida luchó por escapar de un destino profano, cuya cruz más pesada fue el cuerpo y la soledad que en él habita. Nunca hizo lo que se esperaba de una mujer, no fue bonita según parámetros convencionales ni fue recatada o un modelo de rectitud; fue, en cambio, una artífice de la música, con la cual pudo conocer la libertad en carne propia.

Durante su infancia sufrió por no ser como los demás, fue rechazada por tener una apariencia distinta y a pesar de que esas heridas dejaron en ella una cicatriz muy profunda, pudo sobreponerse y llegar a alturas que todavía hoy nos cuesta comprender. Vivió el amor sin prejuicios o ataduras, experimentó lo que quiso, subió a los escenarios a morir frente a miles de personas, dejó que todos vieran cómo era atravesada por el dolor del mundo, consumió y se agotó en cientos de noches solas, justo como aquella de la que ya no pudo salir. A pesar de que el costo fue alto, pudo decir adiós desde la cima, evitando la caída.

Nadie esperaba que Janis Joplin se fuera tan precipitadamente, justo antes de casarse y de ver el éxito de su más grande disco, Pearl. Su muerte fue impredecible, fue irracional. Como a Naoufel la vimos en esa relación dolorosa que establecemos con el cuerpo, en la búsqueda de lo imposible, en el ámbito más mundano y en el más sagrado; la vimos llegar hasta el último piso de un edificio, correr hacia el precipicio, llegar al borde, tomar un último impulso y lanzarse al vacío. Y como a Naoufel, la vimos atravesar el cielo y llegar intacta al otro lado, donde un piso firme la esperaba.

Engañar al destino es romper ciclos a los que parecemos predeterminados, es desviarse del camino para seguir el rumbo que dicta nuestra naturaleza, es llegar a un sitio impredecible. Y para mí, Janis Joplin es la prueba de que eso es posible. Me gusta pensar que de verdad era una especie de bruja y que en su legado hay mucha de su magia, una energía capaz de transformar y animar cada milímetro de nosotros, así como me gusta pensar que una vez que muera seré mis manos tanto como el eco de mi voz.

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