Gabriel García Márquez: realidad, literatura y cine

Cuando Gabriel García Márquez comenzó a escribir su obra cumbre Cien años de soledad ya tenía tres novelas publicadas: La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962). Él mismo comentó que su cálculo inicial de terminar la novela en seis meses fue un disparate triplicado, ya que en total le tomó dieciocho y diversas historias, tanto graciosas como dramáticas, que terminaron por darle a la obra un aura de misticismo digno del mismísimo Melquiades.

Una de ellas (quizá la más importante) fue cuando García Márquez se dirigía hacia Acapulco con su familia después de escribir el guion para Tiempo de morir (1966) de Arturo Ripstein. A más de la mitad del recorrido en carretera “El Gabo” decidió dar vuelta en U y regresar a su departamento para trabajar. ¿El motivo? No quería sacar de su cabeza el inicio de la novela:

Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aurelio Buendía habría de recordar la remota tarde en la que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Así que después de un disgusto con su esposa Mercedes, el escritor colombiano comenzó a escribir una de las obras más trascendentes e importantes de la literatura latinoamericana. Pero, ¿qué podríamos agregar sobre la importancia de esta obra que no suene trillado y repetido hoy en día? ¿Qué se puede decir de una obra que seguramente ya comparte un lugar especial en los libreros de los lectores (y de los que, probablemente, comenzarán a ser sus lectores en unos días)?

La lengua de la magia

Probablemente, el gusto de boca en boca, ese que se propaga como los chismes de una pequeña comunidad como Macondo y terminan por hacerse verdades inamovibles en cuestión de días, es uno de los principales motivos por los que encanta este libro. Porque, si nos detenemos a revisar, Cien años de soledad sufre el mismo contagio de Pedro Páramo: ser un rencor vivo que recorre y muestra las voces de los ignorados, de los locos, de los fantasmas, de los poblados donde se resguarda la magia para los que aún creen en ella y están dispuestos a entenderla.

En una entrevista, Carlos Monsiváis dijo que lo importante de la obra fue “su visión del narrador como algo que pertenece a la naturaleza de la sociedad y no estrictamente de la literatura”. Asimismo, su compatriota, Álvaro Mutis, comentó que “sabía que sus libros habían puesto una verdad humana demasiado sólida”, lo que nos lleva a pensar que quizá el mayor mérito de Gabriel García Márquez haya sido esa manera tan encantadora y desaforada de deformar la realidad, de usar la lengua y llevarla a los puntos límites de la imaginación de Macondo.

Pero esto, en gran medida, se debe al acierto narrativo de García Márquez. Su gran aporte a la literatura universal fue una propagación del realismo mágico que autores anteriores como Juan Rulfo o Miguel Ángel Asturias trabajaron en sus novelas. Sin embargo, “El Gabo” se atrevió a dotar a su narrador de esa verosimilitud innegable de la voz popular.

Cada vez que intentaba Cien Años de Soledad, yo mismo no me lo creía. Entonces me di cuenta que la falla estaba en el tono y busqué y busqué hasta que pensé que el tono más verosímil era el de mi abuelita que contaba las cosas más extraordinarias, más fantásticas, en un tono absolutamente natural, que yo creo es lo fundamental de Cien Años de Soledad, desde el punto de vista del oficio literario.[1]

Si algo nos dejó la literatura de García Márquez, además de las advertencias de no tener una descendencia con cola de puerco y las fórmulas fallidas para convertir los objetos en oro, fue un fragmento de las voces de América Latina y, por consecuencia, la idea de que hay un rincón del mundo al que pertenecemos.

La literatura de ninguna manera fue la única forma en la que Gabriel García Márquez trató de expresarse. Bien es sabido que el escritor colombiano tenía cierto cariño por el periodismo y la publicidad. Sin embargo, fue el cine su “matrimonio mal avenido”. Es por ello que en una entrevista realiza lo que se podría denominar “su propia poética” y hace algunas aseveraciones sobre el quehacer del escritor y el del guionista.

Limitaciones

La primera distinción entre Literatura y Cine expuesta por García Márquez es una diferencia de tipo mecánica. A lo que se refiere es a una limitante específicamente del Cine -en mayúscula para diferenciarlo del recinto, el cual sería con minúscula- ya que la producción cinematográfica requiere de toda una maquinaría industrial para llevarse a cabo. Ante ello, la Literatura no necesita algo más que papel y tinta.

Quizás esta primera aseveración resulta obvia para todos, pero al nombrarla nos sitúa detrás de la creación, es decir, al lado del escritor y del director, quienes deben conocer los medios disponibles para la realización de su obra. En este sentido, el Cine resulta más complejo para lograr sacar a la luz un filme. No obstante, más allá de lo mencionado por el colombiano, del lado de la Literatura no hay que perder de vista que para la publicación de un texto es necesaria la labor editorial y las trampas que hay en ella.

Verosimilitud y ficcionalidad

La verosimilitud es aquella “ilusión de coherencia real o de verdad lógica producida por una obra que puede ser, inclusive, fantástica. Dicha ilusión proviene de la conformidad de su estructura…”[2] Aquí, podemos decir que cuando se hace Literatura o Cine atendemos a la construcción de un mundo que tanto el lector como el espectador consideren lógico pese a que se nos expongan hechos paranormales o maravillosos:

El realismo literario no descansa sobre la veracidad de lo que se enuncia, sino sobre su verosimilitud. La obra de ficción * obedece a convenciones distintas de las de la realidad «in vivo» (Todorov) y «hace parecer verdadero» (Greimas). En ella no se persigue la «adecuación con el referente, sino la adhesión del destinatario[…].[3]

Una vez que se explicó esta particularidad de las obras, podemos atender a lo que Gabriel García Márquez explica, es decir, que la Literatura requiere de diversos instrumentos para generar que el lector, por una parte, crea en que es posible elevarse en dirección al cielo sin más ayuda que uno mismo y, por el otro, identificarse con el hecho de tal modo que pueda aceptarlo como verdadero. Todo esto es gracias a la forma en que se nos cuentan las cosas y “Gabo” lo manifiesta con ese “llegarle a la gente”.

La imagen

En esta búsqueda de “llegarle a la gente” tenemos a la imagen que es el medio por el cual, tanto el Cine como la Literatura, generan el efecto en los lectores y espectadores, pero cada uno opera a su modo. En el Cine, la imagen es la atracción permanente y en ello se nos presenta al personaje con la cara de algún famoso actor. Esto es algo que le critica “Gabo” al arte cinematográfico, ya que las letras permiten imaginarnos a un José Arcadio Buendía o al coronel Aureliano.

La verosimilitud de la escritura y el hecho de que la imagen en los libros sea de tipo “mental” en el lector provocan que sea más sencillo “llegarle a la gente”. García Márquez menciona que al no tener a un actor representando al personaje, éste se puede volver más familiar y se asocia con un primo, un abuelo o una tía.

La afrenta contra el Cine

Gabriel García Márquez no sólo se divorció del Cine, sino que le hizo una afrenta: Cien años de soledad. Esta obra no sólo le valió el Nobel en 1982, sino que representa la imposibilidad del Cine para poder representar lo escrito. El realismo mágico es un imposible para la imagen. Una afirmación como ésta la dio Arturo Ripstein cuando Hari Camino[4] lo cuestiona sobre la vigencia del realismo mágico:

H.C.—¿Está vigente el realismo mágico para el cine?

A.R.—Sigue siendo una especie de estigma de la literatura latinoamericana. En los últimos años nunca ha dejado de haber una serie de seguidores de García Márquez, tal vez porque contiene muchas de las cuestiones y obsesiones de la literatura del continente, que luego han sido vistas a través de una gran variedad de enfoques. […] Como el realismo mágico determina muchas cuestiones visuales, hay escenas que despiertan la imaginación del lector y que llevadas a imágenes no funcionan tan bien. Creo que el realismo mágico es infilmable, porque su elemento frontal es la hipérbole que le sugiere al lector una construcción cien por cien visual: si yo digo «aquella mujer tan fea con bigotes de tres metros», los elementos contenidos en esta exageración provocan inmediatamente una idea y una carga tan personales para cada lector, que no hacen nada viable traducirla al lenguaje del cine.

Éste fue un breve repaso sobre la concepción de uno de los escritores más importantes del siglo XX en lengua española quien, más allá del Nobel, se distinguió por la adaptación de la forma no líneal en su obra y tópicos que escritores como Rulfo o Asturias ya habían desarrollado porque conocer la tradición también forma a los buenos escritores.

 

 

 

[1] Citado de la entrevista “Gabriel García Márquez: Diez mil años de literatura” de Manuel Pereira (1979).

[2] Beristáin, H. 1995. Diccionario de Retórica y Poética. 7ª Ed. México: Porrúa p208

[3] Ibid, p 209

[4] Camino, H. <<El realismo mágico de García Márquez es infilmable: Ripstein>> https://cvc.cervantes.es/actcult/garcia_marquez/obra/cine/realismo_magico.htm

 

Autores: Norma Aguilera y Dorian Huitrón

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