Fernando Pessoa y las glorias del hombre común

Resulta difícil hablar de uno y muchos escritores, como lo fue el portugués Fernando Pessoa (1888-1935). Desde su apellido (Pessoa significa “persona” en portugués), pareciera que el escritor estaba destinado a albergar diferentes voces que hicieran tan amplia y plural su obra, como en realidad lo ha sido. Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares, entre otros, han sido los “otros yos” de Fernando Pessoa, los cuales, más allá de la complicidad de un pseudónimo, sirvieron para desdoblar las tantas voces, sentimientos, pensamientos, anhelos, decepciones, miedos, tedios, reflexiones y más, que puede albergar el alma humana.

Si quisiéramos abarcar, aunque fuera un poco, los aspectos fundamentales de la obra pessoana, tendríamos al menos unas decenas de libros dedicados plenamente a los heterónimos que usó. Tan sólo en Pessoa múltiple, Jerónimo Pizarro reconoce que existen alrededor de 136 autores ficticios en su obra, sin embargo, aún hay casi 30,000 documentos que el portugués dejó sin terminar o clasificar, lo que deja una clara muestra del compromiso del autor con las letras, su labor y su eterna búsqueda literaria y humana.[1]

Es por ello que este texto tratará de dar una ligera visión sobre la idea literaria de Fernando Pessoa, enfocándose plenamente en su estilo. Con esto, no se intenta decir que la vida de Pessoa carezca de importancia o emoción, sino que es un intento por ofrecer una nueva ruta de viaje a través de la literatura y reflexionar sobre los qués y por qués de los yos pessoanos.

Para no ser he nacido

Como un crisol, el estilo de Fernando Pessoa parte hacia muchas direcciones desde un mismo punto: primero lo humano y todo lo que esto conlleva, sobre todo, sus sueños. Pero para esto es necesario, como escribe en la pluma de Álvaro de Campos, no ser nadie:

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.[2]

Es evidente que para Pessoa la voz va más allá de lo mero ficticio para volverse un artificio que piensa y palpita en cada texto y lo vuelve diferentes poetas para mostrarnos los múltiples moldes del hombre común.

Si quisiéramos encontrar la piedra angular en la obra de Fernando Pessoa, tal vez deberíamos remitirnos al Libro del desasosiego (1913-1935), obra que se define como la propia “autobiografía sin acontecimientos” de Bernardo Soares y en el que se compilan una serie de reflexiones que acompañaron durante toda(s) su(s) vida(s) al escritor portugués.

Desde el inicio del libro, es el mismo Fernando Pessoa quien nos advierte la existencia del autor original, a quien describe como “un hombre que aparentaba treinta años, delgado, más alto que bajo, exageradamente encorvado cuando estaba sentado, pero no tanto cuando estaba de pie, vestido con cierto desaliño no del todo descuidado”.[3] Esta descripción más que definirlo, arroja una imagen que puede dar pauta a lo que veremos desde el inicio del libro: el autor-personaje es más bien un tipo mediocre, mediano en todos sus aspectos fundamentales como la edad, la altura e incluso su vestimenta. Pero es realmente la descripción de su carácter lo que nos da una mejor idea de su posición como hombre común:

“Nunca perteneció a una multitud. Se dio en él el curioso fenómeno que en muchos otros–bien mirado, quién sabe si en todos–se da, de que las circunstancias accidentales de su vida se habían ido tallando a imagen y semejanza de la dirección de sus instintos, todos de inercia, de distanciamiento”.[4]

Con esto, Fernando Pessoa se mira a sí mismo (y a sus otros yos) y reconoce el mismo tedio de los versos de “Tabaquería”. En ambos textos se presenta la noción de la “no presencia” o la impersonalidad de la voz para dar paso a la idea general de “todos los sueños del mundo”.

Si tuviéramos que clasificar de alguna manera al Libro del desasosiego, seguramente tendríamos que pensar en una especie de diario de múltiples ficciones o un manual de supervivencia para el hombre común, ya que abarca desde presuntas cuestiones filosóficas como la soledad, el tedio, la saudade y el absurdo; hasta postulados y fragmentos para desentrañar la poética pessoana, por lo que puede ser considerado como el libro clave de sus múltiples voces.

La gran multiplicación del sueño

El recurso de la polifonía de autores dentro de la obra de Fernando Pessoa va muy de cerca de otro tema recurrente: el sueño. En el Libro del desasosiego, el autor nos muestra, en repetidas ocasiones, el papel que juega el sueño en la creación de nuevos autores:

“Creé en mí varias personalidades. Creo posibilidades constantemente. Cada sueño mío pasa a encarnarse de inmediato nada más aparecer soñado, en otra persona que pasa a soñarlo y que ya no soy yo.

Para crear me destruí. Tanto me exterioricé dentro de mí que en mi interior no existo sino exteriormente. Soy la escena desnuda por donde pasan varios actores representando diferentes obras”.[5]

En este fragmento podemos ver cómo se retoma la idea central de la no-personalidad de Pessoa. El autor menciona que para crear debe destruirse, sin embargo, deja en claro que el sueño es un recurso tanto literario como imaginativo para ficcionalizarse; es decir, el sueño (que siempre es interior) sobrepasa al propio autor (el exterior) y son los heterónimos quienes toman posesión de la obra. De esta manera, podemos establecer una relación un tanto más clara en la serie de dicotomías dentro de la poética pessoana: interior/exterior, sueño/realidad, creación/destrucción y ser/no ser. Esta última idea se refuerza al llegar al fragmento 382, donde la voz narrativa habla abiertamente de las múltiples personas que él mismo es y cómo esto sirve como ficción:

“He llegado a ese punto en el que el tedio es ya una persona, la ficción encarnada de mi convivencia conmigo mismo”.[6]

Siguiendo esta misma línea, debemos rescatar la idea de Fernando Pessoa para justificar su propio libro. Bajo la pluma de Bernardo Soares, el autor buscó “escribir la apoteosis de una incoherencia nueva, que permaneciera como si fuera la constitución negativa de la nueva anarquía de las almas”.[7] Para el autor, “el soñador no es superior al hombre de acción porque el sueño sea superior a la realidad” sino porque “soñar es más práctico que vivir, y en que el soñador extrae de la vida un placer mucho mayor y mucho más variado que el del hombre de acción”.[8]

Esta toma de conciencia de las almas en una sola persona va de la mano con la idea que plantea sobre el eterno ir y venir entre el soñador y el ser que vive realmente. En el fragmento 326 de su libro, el propio Soares escribe:

“Por lo demás, yo no sueño, no vivo. Sueño la vida real. Todas las naves son naves de sueño, siempre que tengamos el poder de soñarlas. Lo que mata al soñador es no vivir cuando sueña; lo que hiere al que actúa es no soñar cuando vive. Yo fundí en un solo color felicísimo la belleza del sueño y la realidad de la vida”.[9]

Este punto de encuentro entre el sueño y la vida es la propia literatura, cuyo impacto trasciende lo suficiente para mirar las posibilidades casi infinitas dentro del arte como expresión.

El arte, un remedio común

Pero, ¿es el arte realmente un remedio para sobrellevar los embates de la vida y las decepciones de los sueños? Lo más seguro es que el propio Fernando Pessoa (por medio de sus distintas voces) nos diría que sí, pero a reserva de ver al arte como un refugio en el que convergen tanto la belleza de la vida, como las posibilidades de los sueños.

En una de las primeras secciones del libro, el autor argumenta sobre la importancia de la creación artística más allá del mero reconocimiento, la calidad o el éxito, ya que las obras pueden ser una parte fundamental de las almas de las personas, tanto de los creadores, como para los espectadores:

“Saber que será mala la obra que no se ha de hacer nunca. Peor, no obstante, siempre será la que nunca se haga. La que se haga, al menos, queda hecha. Será pobre, pero existe, como la planta raquítica en el único jarrón de mi vecina tullida. Esa planta es su alegría, y a veces también la mía. Lo que escribo y reconozco que es malo, puede también ofrecer unos momentos de distracción peor a algún que otro espíritu afligido o triste. Eso me basta, o no me basta, pero de algún modo es útil, y así es toda la vida”.[10]

Es así como el arte es el remedio de muchos otros que buscan en su interior las voces de los diferentes estados del alma. Por ello, para Pessoa la literatura es el medio más eficaz para dejar un legado útil a aquellos que así lo necesiten y quienes, por supuesto, aceptan las limitaciones de la condición humana con todo y sus dolores y errores:

“Lloro sobre mis páginas imperfectas, pero quienes vengan mañana, si las leen, sentirán más con mi llanto de lo que sentirán con la perfección, si yo pudiera conseguirla, porque me privaría de llorar y por ello incluso de escribir. El que es perfecto no se manifiesta. El santo llora, y es humano. Dios está callado. Por eso podemos amar al santo, pero no podemos amar a Dios”.[11]

Si el arte es para Pessoa ese medio de consuelo por el que los humanos nos reconocemos por nuestros malestares, entonces podríamos entender a la obra como un conjunto de voces, lecturas y consejos del autor y de aquellas voces que lo habitan, lo envuelven y lo orillan a la expresión. Esto, en el mejor de los casos, resultará en esa alternancia entre personas, en un diálogo inmenso, porque cuando leemos también somos múltiples personas.

Tal vez adentrarnos en la obra de Fernando Pessoa sea la excusa ideal de repensar esa estrecha área entre el sueño, la realidad y nuestra conciencia. Porque si algo encontramos en sus cientos de páginas, tanto en prosa como en poesía, es, indudablemente, los consuelos medianos de la vida.

[1] Pessoa, Fernando, Pessoa Múltiple Antología Bilingüe, Fondo de Cultura Económica, Colombia, 2016. Pág. 9. (Traducción, complicación y notas a cargo de Jerónimo Pizarro).

[2] Fragmento del poema “Tabaquería” traducido por Octavio Paz.

[3] Pessoa, Fernando, Libro del desasosiego, Acantilado, España, 2019, pág. 9.

[4] Ibíd. Pág. 11.

[5] Ibíd. Pág. 307.

[6] Ibíd. Pág. 380.

[7] Ibíd. Pág. 328.

[8] Ibíd. Pág. 105.

[9] Ibíd. Pág. 331.

[10] Ibíd. Pág. 28.

[11] Ibíd. Pág. 78.

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