Liliana Blum: Una mirada a lo monstruoso

En la literatura hay novelas, autores y géneros que han sido tachados de inmorales para su época debido a los actos narrados que desembocan en la repulsión y la inmoralidad. Actualmente, las novelas de la mexicana Liliana Blum retratan un par de temas controversiales aún hoy en día: la obesidad como fetiche sexual y la pedofilia. Pandora y el Monstro Pentápodo, son una muestra de la literatura contemporánea perteneciente a la narrativa de no ficción. Estas novelas muestran tanto el cumplimiento de los deseos reprimidos como lo monstruoso gracias a un hilo que conduce y guía sus tramas, el cual se manifiesta en lo físico y psicológico de los personajes.

Un aspecto en común de ambas es que son realistas, lo que las carga de credibilidad y verosimilitud. Así, estas obras son descendientes del género llamado True crime[1], perteneciente a lo designado como No ficion[2]. Este género se caracteriza por retratar la dureza de ciertos acontecimientos y retoma características de las novelas negras del siglo XX, como las obras de Truman Capote y Jhon Fante. Por su parte, la no ficion es un escrito que retrata la realidad con objetividad y trata de evitar ambigüedades o falsas memorias, siendo colindante con el género de la crónica. En este sentido, las obras deberán contar sucesos basados en hechos reales.

Un cuerpo grotesco: Pandora

Para comenzar, hablaremos de Pandora. La historia gira en torno al gusto por las mujeres obesas de Gerardo, uno de los protagonistas de la novela, quien a pesar de estar casado con Abril, una mujer bella según los estándares de belleza convencional, no se siente atraído hacia ella sino hacia Pandora, su nueva vecina con obesidad mórbida y depresión provocada por su apariencia física. La llegada de Gerardo a su vida la renueva, la enriquece. Es hasta que lo conoce cuando descubre que su físico sí puede atraer a cierto tipo de personas, o al menos a una. Por su parte, Gerardo tiene un sueño que resulta ser monstruoso: alimentar a una obesa día con día hasta matarla, hasta que su cuerpo de tanta grasa e inmovilidad no pueda seguir funcionando.

Un aspecto estilístico a resaltar en la obra es el papel del olor y el gusto para la construcción de lo tenebroso y lo monstruoso, lo que desemboca en el horror. Greimas en De la imperfección muestra cómo la semiótica es aplicada para todos los sentidos y no sólo para lo visible, sino también para que el olor o el sabor cobren importancia y sean significativos.

Esto lo podemos ver en una de las escenas finales (y la cual es quizá la de mayor impacto) cuando la protagonista yace sola sin poder moverse en su cama, una suerte de pesadilla en vida como aquel sueño de parálisis que se conoce como “subirse el muerto”. Entonces, la cama se convierte en una prisión grotesca. Sin ayuda y sin nadie cerca, ella tiene que hacer sus necesidades ahí mismo y poco a poco crea un espacio de horror:

“Aquel cuerpo fétido era casi tan ancho como la cama que lo sostenía: la carne deforme y pálida, los pechos y el vientre como gigantescos huevos estrellados, colgado hacia los lados, obscenos, horripilantes. Ella, aquello, era algo grotesco” (Blum, 2015, 234).

Esta imagen retrata con firmeza la situación en la que llega a estar Pandora.

La transformación que sufre es tan impactante que Abril piensa que no es una persona sino un algo: “Aquello no era una mujer sino un monstruo, una visión del infierno” (Blum, 2015, 234). Se convierte en un ser ajeno a lo conocido y esto la hace ver monstruosa para crear una escena que transmite una sensación de desagrado, de repugnancia.

Un deseo que transforma: El Monstruo Pentápodo

En su segunda novela, el Monstruo Pentápodo, Liliana Blum construye lo grotesco por la unión de dos personajes que parecieran estar destinados a colaborar: Aimeé y Raymundo. La primera es una enana y trabaja en una escuela de natación para niñas; mientras que el segundo es un ingeniero con cualidades físicas atractivas, posee belleza física para generar confianza en las personas que lo llegan a tratar, es amable y hasta noble, pero a pesar de esto, guarda un curioso gusto: siente atracción sexual por las niñas y es algo que no reprime y que se da gusto mirándolas en lugares como la escuela de natación.

Como la historia que se nos cuenta está en retrospectiva, se escribe en una regresión. Se relata desde un narrador omnisciente y otro en primera persona. El hecho de que la autora use un estilo epistolar resulta atinado, ya que se nos da información por impresiones directas de uno de los personajes que tuvo un trato cercano al protagonista y que colaboró en sus acciones.

En la semiótica existe un concepto llamado “recorrido modal”, el cual permite conocer la evolución del personaje principal a través de la narración. En este sentido, el sujeto que comienza una historia no es el mismo que la termina, ya que ha sufrido cambios notables que pueden verse en su conducta o en su pensamiento, estos cambios son las llamadas “performancias”. Entonces se nombra a un mismo personaje como inicial o final.

En el caso de El monstruo Pentápodo es Raymundo. Su recorrido modal, unido a la atmósfera que se genera, en ciertos momentos puede dar una idea del pensamiento de este monstruo. Mediante una analepsis, la autora localiza el inicio del gusto de Raymundo con su hermana menor. Esto se describe por la frecuencia con que él la baña:

“Cada vez que le cambiaban el pañal, él estaba allí también, embelesado por la quesadilla lampiña y carnosa entre aquellas piernitas regordetas” (Blum, 2018, 37).

Aquí es importante señalar el lenguaje utilizado que resalta la lujuria de Raymundo en el sustantivo “quesadilla lampiña” que denota la disforia[3] que le produce. Con términos semejantes, la autora crea la personalidad de este monstruo y construye un sujeto virtualizante que más adelante devendrá en un psicópata.

Con esta tensión narrativa, ahora en el presente, ubicamos a Raymundo, quien disfruta ver a las niñas nadar en la alberca de la escuela. Aquí son las palabras del narrador las que recurren al lenguaje poético, pues asocia dos realidades distintas: el pensamiento pedófilo y un hecho de la naturaleza. A partir de la metáfora, demuestra que lo poético es indiferente de la moralidad:

“Miró a varias niñas en el rango de los cuatro a los siete años, que no permanecían en un mismo sitio durante mucho tiempo. Libélulas indecisas. Él, un sapo paciente que se esconde tras un lirio” (Blum, 2018, 39).

Estas imágenes aluden a un estanque. Por medio de ellas, el narrador nos conduce al mundo animal.

El proceso de captura y robo se explica con bastante claridad. Raymundo planea y entiende que para no ser reconocido tiene que cambiar su apariencia, por eso usa disfraces:

Al principio disfrazado de diferentes personajes: un gordito que se pasa trotando vestido con shorts y playera deportiva; un oficinista de pantalón oscuro, camisa blanca y maletín; un trabajador que camina cansado junto a su bicicleta; un señor con sombrero y barba (Blum, 2019 95).

El engaño, la teatralidad, le ayuda a estar cerca de Cinthia y de su madre, las víctimas dentro de la novela, sin que ellas lo noten. Observa para planificar su secuestro. Para concretarlo, utiliza un perro para atraer a la niña y que demuestre que es un tipo de confianza.

Así es como el personaje cambia para lograr su objetivo, es decir, se presenta la performancia para saciar su deseo inicial de querer estar con ella. Lo que en un inicio correspondía a algo lejano, distante, se ve cada vez más próximo.

Como se ha visto hasta ahora, las características de este psicópata son: inteligencia, amabilidad, precisión. La autora plantea la personalidad oculta de Raymundo por medio de sus acciones y mediante él como obra. Es meticuloso, lo que tal vez resalta por su profesión de ingeniero.

Entonces aparece una escena donde Pandora sufre un cambio físico, de persona a animal, una zoomorfización:

“Permanecía meada, cagada, vomitada, hecha todo un asco. Peor que una de esas niñas indigentes que mendigan en las calles. Se había vuelto una especie de animal salvaje. Lo mordía y él tenía que golpearla” (Blum, 2109, 47).

El trato que se le da la rebaja de su condición de humana a animal, lo que nos lleva a entender cómo actúa esta psicopatía en los demás.

Después de esto aparece un personaje importante en la historia, y aunque se sabe de su existencia desde las primeras páginas a través de su narración, ya que es quien cuenta a través de las cartas. Aimeé se convierte en cómplice de Raymundo, pero también en su amante. La relación entre ellos sólo puede ser sostenida mediante la manipulación que él ejerce sobre ella.

Así, la construcción de la personalidad oculta de Raymundo cada vez es más visible. Se nos lleva a conocerlo como es en verdad, por eso las palabras de Aimeé llegan a describir esa parte manipuladora: “Me pediste de rodillas que te ayudara a cuidarla. Me vendiste la historia del abuso infantil en su propia casa y cómo tú la habías rescatado”; esto corresponde a un engaño para atraer la atención y aprobación de Aimeé, esta mujer que de por sí, por su psicología, tiene baja autoestima por su estatura, por lo que ve en Raymundo una esperanza de encontrar el amor.

En este punto vale la pena comentar que existe una clara intención en la autora por mostrar, a través de sus personajes, la dualidad y paradoja que existe como uno de los tópicos más comunes en la literatura: la apariencia de las personas amables y sinceras que encierran problemas y asuntos críticos en sus recuerdos, lo que contrasta con quienes poseen una apariencia física repulsiva para una sociedad estándar y que poseen cualidades y sentimientos plausibles. “Ellas físicamente son anormales, el mundo es cruel con ellas y los hombres, aunque físicamente son normales, su sexualidad es demasiado alterna” (Sin Embargo, 2017). Esta distinción no podría entenderse como una crítica devenida sólo a un género, sino a un comportamiento general.

Después, la autora introduce un aspecto religioso, pues pone en tela de juicio el hecho de la maldad en el mundo:

“Si era verdad que existía un Dios y permitía esto, como lo estaba haciendo ahora, significaba que ese Dios amaba a Raymundo y estaba de acuerdo con sus planes” (Blum, 2019, 58).

Esto alude apenas rozando una postura ateísta del mundo.

El hecho de que Aimeé colaborara con Raymundo en el encarcelamiento de Cinthia hizo que la primera se sintiera parte de esa monstruosidad que su pareja tenía. Como si este aspecto pudiera contagiarse, ella lo expresa: “Yo no sé cómo pude mirarte al día siguiente. Cómo pude ver los meses que vinieron. Eso me vuelve a mí también un monstruo”. Resulta una comparación que nos lleva a pensar que es verdad, no podemos no aceptar esto, como lo expresa el refrán “tanta culpa tiene el que mata a la vaca como el que le agarra la pata”.

Más adelante, y ya con un personaje central desarrollado como lo es Raymundo, tenemos consciencia plena de lo que es capaz de hacer y de que en verdad es un monstruo moderno, pues vemos que él ya ha alcanzado su querer. Pasó por unas performancias que fueron necesarias y está siendo feliz con su objeto de deseo que es Cinthia.

Liliana Blum introduce un concepto de unión, de unificación de novelas, pues representa en el Monstruo Pentápodo una alusión directa a Pandora, su primera novela, y hace, al mismo tiempo, la aparición de la autora dentro de su texto:

“Y presentar a una escritora que venía a hablar de su novela, cuya protagonista es una mujer mórbidamente obesa” (Blum, 2019, 70).

La novela encierra entonces una metaficción que, a semejanza de Unamuno en Niebla, provee al texto de una broma.

La evolución de Raymundo no termina ahí, pues recurre a otra personalidad. Crea, siendo consciente, un alter ego que es su contrario. Esto lo hace con el único fin de engañar a Cinthia. Teniendo ya el objeto de su deseo quiere conservarlo y quiere que ella sienta lo mismo que él. La evolución de hombre a monstruo, de humano a animal se concreta.

Si se piensa con calma, este cambio se dio gradualmente e inició con un deseo: poseer a una niña, a Cinthia. Para conseguirlo tuvo que recurrir a actos que lo transformaron y que, más bien, revelaron sus verdaderas intenciones. Se degradó.

En ambas novelas, Liliana Blum tiene un trato con una monstruosidad que puede ser considerada contemporánea. Pone de manifiesto tópicos relacionados con la mala alimentación en el caso de Pandora y el psicópata en conjunto con pedofilia en El Monstruo Pentápodo. Lo insólito, lo grotesco y lo extraño están presentes. Sus textos muestran comportamientos que llegan a resultar extravagantes o ajenos, pero que están latentes en las calles y las avenidas del mundo.

 

Texto por: José de Jesús López Avendaño

Biografía

  • Blum, Liliana (2015) Pandora, México: Tusquets.
  • Blum, Liliana (2018) El Monstruo Pentápodo, México: Planeta.
  • Greimas, Algirdas (2017) Semiótica de las pasiones, México: Siglo Veintiuno.
  • Greimas, Algirdas (1990) De la imperfección, México: FCE:
  • Sin Embargo (2017) Una novela perturbadora de Liliana Blum: El Monstruo Pentápodo. Recuperado de (Consultado 14 de abril de 2019)
  • Unamuno, Miguel (2003) Niebla, México: Porrúa.

[1] El true crime, o crónica negra, es un género de no ficción que examina un crimen real y detalla acciones de gente real. (La vanguardia, 2018)

[2] Es también conocida como novela de no ficción, se caracteriza por narrar una historia que es verídica.

[3] Este término está relacionado con aquellos sentimientos que producen un efecto negativo en las personas, tal es el caso de la envidia, la codicia o la ira.

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