Ray Bradbury: 100 años del cronista interespacial

En el prólogo de Jorge Luis Borges para las Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury, el escritor argentino recuerda las obras de Luciano de Samosata, Ludovico Ariosto y Kepler. Entre descripciones de seres capaces de sacarse los ojos, viajes a la luna en pleno siglo XVI o manuales leídos en un sueño sobre las costumbres de serpientes lunares, Borges destaca estas obras por su capacidad imaginativa y de anticipación y no duda en colocarlos como las bases para la science fiction norteamericana.

Tal vez esto no puede ser, por lo menos, el doble de significativo viniendo de Borges. Ray Bradbury, fiel a la magna idea del astonishing o el amazing de la literatura de ciencia ficción es, precisamente, esa otra cara de la tradición latinoamericana de lo fantástico o lo maravilloso.

La capacidad de asombro, en ambos casos, va hacia el mismo resultado: el destanteo del frágil suelo sobre el que se construye “lo humano”, “lo real”, con todo y sus límites. Mientras que para la tradición del relato latinoamericano lo esencial es dudar y encantar, para el estadounidense lo esencial es imaginar. En este sentido, Ray Bradbury es el hombre que se ilustra a sí mismo.

A lo largo de sus crónicas, Bradbury no sólo construye el relato premonitorio de la conquista de Marte, también nos infunde ese gran miedo a la soledad que sienten los hombres (y seguramente los demás seres) cuando pierden su hogar y su propia identidad. Sus relatos no se contentan sólo con mostrar al lector la peligrosa incursión hacia lo desconocido, también procuran someter a juicio qué tanto podemos reconocer bajo el velo de “lo humano” cuando éste busca nuevas tierras para expandir sus fronteras.

Los personajes de Ray Bradbury no pierden ese matiz de duda ante lo inefable, lo incierto y lo maravilloso. Por un lado, los habitantes de Marte disfrutan sus paisajes llenos de fulgores rojos, hogares de cristal y vehículos tirados por aves gigantes. Pero presienten y hasta sueñan con la llegada de la raza humana como amenaza desconocida. Por el otro, las cuatro tripulaciones humanas tienen fatídicos desenlaces en la superficie del planeta rojo por ese gran paso hacia lo desconocido. En ambos bandos, la idea de resguardo de un statu quo se convierte en un enfrentamiento desesperado por mantener la poca tranquilidad en una atmósfera enrarecida.

A diferencia del relato convencional fantástico, la voz narrativa de Bradbury se encarga de voltear el tablero y colocar lo conocido, lo “real”, lo terrestre, como el elemento extraño que llega a poner en jaque a la realidad galáctica. Los conquistadores que propone el escritor estadounidense son aquellos capaces de sorprenderse, de ser abatidos más de una vez, sentir miedo ante la presencia marciana y, muy a su pesar, regresar con furia para someter a los extraños. Tal vez este aspecto dote de un tono elegíaco a las travesías terrestres (como bien apunta Borges), pero no deja de lado que la visión literaria de Ray Bradbury plantea una escabrosa idea de nuestro progreso.

La fuerza humana triunfa por la propia naturaleza caótica de su ser. He ahí el mensaje codificado que el autor nos plantea con algo de desdén. Porque también sus miedos, incluso los trascendentales y metafísicos, se vuelven un arma contra la nación extraterrestre. Poco a poco se nos devela el secreto del gran planeta rojo y, quizá, su más profunda y dolorosa debilidad: su parecido con los otros, los terrestres, sus incómodos huéspedes.

Si bien las Crónicas marcianas apuntan a un lugar alejado en el espacio y tiempo, no dejan de ser el perfecto testigo ficticio para identificar tanto los miedos como las aspiraciones que uno posee, ya sea en el bando invasor o en el conquistado.

Con lo difícil que resulta la tarea de rastrear el verdadero devenir de la ciencia ficción latinoamericana (tarea que no dudo se haya hecho ya en un libro y espero encontrar pronto), la literatura de Bradbury se torna en esa pequeña llama que prepara la combustión de un primer lanzamiento espacial y que termina por hacernos partícipes de premoniciones en mundos que ya imaginamos nuestros.  

Tal vez, la apuesta más grande de Ray Bradbury no fue dejar un vasto imaginario para crear series, películas o cómics, como hace todo buen autor entregado a la literatura más pura (¿verdad, Julio Verne y Franz Kafka?); sino alentarnos a alzar la mirada en la noche más clara y preguntarnos, de una vez y para siempre, ¿quiénes son realmente los antiguos? ¿Los cronistas con visión de profetas o los lectores incrédulos de las grandes luces que nos devuelven la mirada?

Lee aquí el prólogo de Jorge Luis Borges para Crónicas Marcianas.

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