En la guerra de Jarhat Pacheco

He tenido una vida más llena que otras. Al ser poeta, la he vivido intensamente.

                                                                                                                                 Anthony Burgess[1]

La poesía es un instrumento histórico de palabras al que han acudido diversas voces para declamar sus sentimientos y sus pensamientos en contextos determinados. Una declamación que ha permitido evidenciar el accionar de los seres humanos en esos ires y venires que son la misma vida, pero con fragmentos de continuidades o de resiliencias a pesar del crudo invierno.

En medio de esa escenografía, la poesía colombiana de las dos últimas décadas del siglo XX, y rastros del siglo XXI, es la representación urbana de los hechos violentos que permean al país, así como las voces de las mujeres, las poetas, las excluidas que resaltan su sentir y su pensar de acontecimientos sociales, políticos, económicos y culturales del mundo que las rodea.

Siguiendo a Octavio Paz (1956):

Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro. P.8.

De esta manera, la poesía se vuelve un encuentro con momentos o personas que suelen hacerla placentera o decadente. Es decir, el proceso de lectura siempre será un adentramiento a mundos posibles.

Además, no es un secreto que las mujeres en Latinoamérica, y específicamente en Colombia, siempre han escrito, pero sus voces no han sido tenidas en cuenta como en el caso de los hombres. Colombia ha mostrado en sus estudios literarios los grandes imaginarios nacionales en letras de autoras que, desafortunadamente, no presentan un reconocimiento en la historiografía del país.

Con todo lo anterior, la poesía testimonial escrita por mujeres florece como la necesidad de mostrar, desde la memoria, que las autoras están y no están.. Dicha memoria recurre a la palabra como fuente de sucesos que transcienden las barreras del tiempo, pero desde el encuentro con seres humanos y la historia. Algunos ejemplos sobre esta poesía testimonial aparecen en Piedad Bonnett (2018) y su poema:

Cuestión de estadísticas

Fueron veintidós dice la crónica
diecisiete varones, tres mujeres
dos niños de miradas aleladas
cuarenta y cuatro pies con sus zapatos
cuarenta y cuatro manos desarmadas. P. 82.

De esta manera, la poesía declama capítulos de la historia. 

Asimismo, es evidente que con demasiados años de silencio, de miedo, los poetas comprenden la necesidad de cambios artísticos en la poesía como lo señala el ensayista colombiano Omar Ortiz (2015) en La violencia en la poesía colombiana :

Comienza a señalar nuevos caminos para la creación poética y a participar hombro a hombro de las angustias de una sociedad que necesita construir imaginarios que le permitan espacios de reconciliación y convivencia. P. 94.

La idea es que la poesía ayuda a crear caminos reales que permean el accionar de los individuos.

Para concluir estos ejemplos, se podría decir que la poesía testimonial, en palabras de María Zambrano (2016), es aquella que:  

Se quedó a vivir en los arrabales, arisca, desgarrada, diciendo a voz en grito todas las verdades inconvenientes. P. 16.

En otras palabras, la poesía testimonial abarca aquellos versos testimoniales que alegran u entristecen al alma del lector.

Habiendo realizado este breve recorrido, hablaremos de la poeta colombiana Jarhat Pacheco[2] con su poemario La guerra que aposté en mi contra, un testimonio real de las heridas que tienen las mujeres contemporáneas en el amor, el ámbito laboral, una exigencia por ser otra, y, finalmente, una reconciliación con ellas, con sus cuerpos, que son legados históricos.

Para este proceso, la autora expone sus sentimientos y sus emociones sin reservas, pero invitando a los lectores que a partir de las guerras personales para contarle al mundo hechos de sanación, de historias que es la poesía.  

Aquí un ejemplo:

Yo,
que he sido
arma
bala
herida cuerpo
y curandera,
quiero escribir un libro
que no hable de mi
sino de todas las mujeres
que fui,
que soy,
que seré.

Quiero escribir un libro
no para explicar el dolor,
sino para contarlo,
para visibilizarlo.

Yo,
que fui guerra,
escribo un testimonio
de cómo firme la paz conmigo misma. P.38.

Para concluir, la invitación es a leerla como una referente de la poesía colombiana que declama versos históricos, como lo define Jorge Teillier[3]:

Yo escribía lo que me dictaba mi verdadero yo, el que trato de alcanzar en esta lucha entre mí mismo y mi poesía, reflejada también en mi vida. Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre.

Referentes bibliográficos

Bonnett, P. (2018). Cuestión de estadísticas. La casa sin sosiego. La violencia y los poetas colombianos del Siglo XX. Comp. Juan Manuel Roca. Taller de Edición Rocca.

Pacheco, J. (2020).  La guerra que aposté en mi contra. Bogotá: Editorial Planeta.

Paz. O.  (1956). El arco y la lira. México: Fondo de Cultura Económica.

Ortiz, O.  (2015). La violencia en la poesía colombiana. Bogotá: Cuadernos Culturales Nº 6, La ciudad, la pintura, la violencia, el erotismo y el humor en la poesía. Universidad Externado de Colombia.

Zambrano, M. (2016). Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económica.

[1] Fue escritor, novelista, poeta, ensayista, profesor, traductor, periodista y compositor inglés.

[2] Poeta colombiana. Desde niña cultivó el gusto por la literatura, pero en especial, por la poesía. A la edad de quince años escri­bió su primer poema y fue publicado por el periódico escolar. Ese acontecimiento fue tan significativo en su vida que, desde entonces, quiso ser escritora. Estudió Administración Hotelera y ha combinado su trabajo en áreas administrativas con su pasión por los libros y la escritura. En redes sociales es conocida como como escritora y bloguera.

En julio del 2014, a sus veintidós años, y empujada por la necesidad de desahogo, abrió una página en Facebook para publicar de forma anónima sus escritos. Fue tal su éxito que en menos de un año llegó a los diez mil seguidores. Para celebrar decidió mostrar su cara por primera vez para sorpresa de sus lectores, quienes la creían mayor.

Desde entonces la difusión de sus letras ha sido masiva, y el cariño de cientos de lectores crece cada día. Ha auto publicado los libros Te amo, y no es metáfora Mi mundo no se rompió. Este es su primer libro con Editorial Planeta.

[3] Fue escritor, poeta, ensayista y profesor chileno y galardonado con numerosas e importantes distinciones literarias.

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