Una jaula para José Revueltas

 

Cuando pienso en la obra de José Revueltas, no logro evitar asociarla con una jaula. De alguna manera, el encierro se convirtió en un referente para hablar de él como persona y como autor. Además de sus conflictos con el Estado Mexicano, pienso, por ejemplo, en la famosilla frase que vaticino el camino de Paco Ignacio Taibo II hacia la dirección del Fondo de Cultura Económica: “Menos Paz y más Revueltas”. Una imagen cargada de ironía, sí, pero también mordaz, como cualquier ancla ideológica, porque para Taibo, la obra de José Revueltas no significa otra cosa que ideales políticos y sociales. Sin embargo, con esto sólo logró identificar otra jaula a la que Revueltas y su obra parecen ya estar destinados a cadena perpetua.   

A resumidas cuentas, la idea de Taibo era atraer lectores a la obra de José Revueltas señalando a Octavio Paz como el enemigo, pero ¿enemigo de quién? José Revueltas y Octavio Paz tuvieron una amistad muy cercana desde 1933 cuando ambos estaban afiliados a la Unión Estudiantil Pro-Obrero y Campesino. Incluso años más tarde, en 1938, publicaron textos juntos en la revista Taller.

A mí José Revueltas frente a Octavio Paz me remonta a la carta que el primero le escribió al segundo desde Lecumberri en 1969. Entre sus muros, Revueltas reconoce la importancia de la lucha estudiantil y a su vez la influencia que la obra de Paz tiene sobre ella.

Martín Dozal lee a Octavio Paz; tus poemas, Octavio, tus ensayos, los lee, los repasa y luego medita largamente, te ama largamente, te reflexiona, aquí en la cárcel todos reflexionamos a Octavio Paz, todos estos jóvenes de México te piensan, Octavio, y repiten los mismos sueños de tu vigilia.

[…]

Hemos aprendido desde entonces que la única verdad, por encima y en contra de todas las miserables y pequeñas verdades de partidos, de héroes, de banderas, de piedras, de dioses, que la única verdad, la única libertad es la poesía, ese canto lóbrego, ese canto luminoso.

Vino la noche que tú anunciaste, vinieron los perros, los cuchillos, “el cántaro roto caído en el polvo”, y ahora que la verdad te denuncia y te desnuda, ahora que compareces en la plaza contigo y con nosotros, para el trémulo cacique de Cempoala has dejado de ser poeta. Ahora, a mi lado, en la misma celda de Lecumberri, Martín Dozal lee tu poesía.

Con ello, Taibo se aventó una pelea de gallos gratuita, cuyo origen venía de otro lado. Echó a pelear al gallo rojo contra el gallo negro por lo que representa cada uno desde su esquina ideológica. Mientras que Revueltas fue señalado como el responsable intelectual del movimiento estudiantil del 68, Octavio Paz seguía siendo el estandarte intelectual de México.

Cualquiera que haya sido el objetivo de su estrategia, Paco Ignacio Taibo II logró algo que quizá en términos literarios puede resultar injusto para algunas obras: encasillarlas y clasificarlas por las ideas políticas de sus autores. Al menos para nuestro gallo rojo (José Revueltas) parece injusto (y hasta irónico) meterlo a una jaula después de ganar una pelea inventada por la rechifla del público en contra de su adversario, un gallo negro de nombre Octavio Paz.

Resulta curioso darnos cuenta que el encierro de esa jaula fue algo presente en varias etapas de la obra literaria de José Revueltas. Quizá El apando (1969) sea la culminación de esa idea debido a su capacidad para transformarla en estructura narrativa. Sin embargo, en “Dios en la tierra” podemos encontrar los cimientos de lo que marcaría gran parte de su estilo como escritor, no sólo por el tema del encierro, sino también por la idea que presenta sobre las barreras que separan a las personas.

El cuento narra un episodio de la Guerra Cristera, pero su enfoque corresponde a la tarea de un narrador omnisciente. Desde el inicio, esta voz narrativa parte de la imagen general de la creación, del establecimiento de las primeras piedras y las primeras leyes, es decir, el primer encierro:

La población estaba cerrada con odio y con piedras. Cerrada completamente como si sobre sus puertas y ventanas se hubieran colocado lápidas enormes, sin dimensión de tan profundas, de tan gruesas, de tan de Dios.

Las imágenes del odio y del encierro son constantes a lo largo del relato. En muchas ocasiones se hace hincapié en la permanencia de las puertas cerradas, incluso para el diálogo entre los personajes, el cual queda prácticamente fuera del relato. Sobre esto, Seymour Menton comenta:

Casi nunca figuran las conjunciones subordinadoras. Esta falta de interdependencia estilística refleja los grandes muros que separan a los hombres unos de otros. […]

Escasea casi totalmente el diálogo. Las pocas palabras pronunciadas por los personajes, sean anónimas o tengan nombres sin individualizarse, quedan sin contestación para reforzar la impresión de los muros entre los hombres.[1]

Esto nos lleva a pensar en otro problema que representan las mismas jaulas: la desaparición de la individualidad. La barrera que impide el diálogo y cierra la esperanza. Al menos en el relato, esa visión creadora de Revueltas transita de lo general a lo individual, pero sólo para ilustrar cómo todo ese odio puede reducirse a un pobre y desafortunado desenlace.

El autor no da tregua a sus personajes, los presenta como seres imperfectos, terrenales y vacíos. No tienen escrúpulos al castigar a quien busca salir de la misma jaula. La voz narrativa, al igual que Dios, hace caso omiso al sufrimiento de sus grupos, se vuelve sordo ante el deseo de agua de los federales y ciego ante la tortura al pobre profesor pueblerino. Dios ha muerto, diría Nietzsche, pero José Revueltas en “Dios en la tierra”, nos dice que está más presente que nunca.

Como este cuento, varios de los relatos de Revueltas cuestionan los principios morales y éticos de la sociedad. Como ya lo sabemos, desde joven el escritor tuvo que enfrentarse cara a cara con la precariedad y las injusticias de un sistema desigual, pero en sus textos deja sembrada la semilla de la duda para cuestionar y criticar las ideas sobre las que se erige la sociedad.

Probablemente José Revueltas no quería ser recordado como un mártir literario, pero es más sencillo para las editoriales promocionar a un escritor revolucionario que a un escritor de izquierda. Tal vez no sería congruente para sus objetivos de marketing. ¿Pero no es precisamente esa cualidad lo que nos atrae de la obra de José Revueltas, la congruencia con la que vivió y escribió?

El lector de hoy en día busca ideas sólidas que se sostengan con la forma de vivir de los autores, es decir, sus valores. Por su parte, Revueltas puede seguir gozando de ese apoyo del ideario popular que tanto defendió en vida. En dado caso, la invitación sería a no ver a José Revueltas como ese gallo rojo de pelea que victorioso o derrotado debe volver a cualquiera de sus dos jaulas: la de metal o la de tierra. Abramos la jaula para que este gallo revoltoso cante, pues lo que anuncia siempre es el amanecer.

 

[1] Menton, Seymour, El cuento hispanoamericano, Fondo de Cultura Económica, México, 1992, pág. 266.

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