Un eterno canto: sobre Walt Whitman y sus poetas

A Walt Whitman (1819 – 1892) se le conoce como el padre de la poesía moderna. Es tanta su reputación que, si tuviéramos que hacer una lista de los poemas imprescindibles en la historia de la poesía, lo más probable es que en las primeras filas estaría su celebérrimo “Canto a mí mismo”, tantas veces corregido, aumentado, podado y analizado hasta el cansancio junto con todos los demás poemas que conforman su libro insignia: Hojas de hierba (1855). Pero, ¿cómo comenzar un texto sobre Walt Whitman, el poeta que canta por todos y para todos? Tal vez, no por el inicio, porque podría resultar inútil tratar de hacer una breve remembranza de alguien como Whitman, quien –digámoslo desde ahora- sólo tiene la talla de sí mismo, del poeta que canta y alza la voz a sabiendas de que será escuchado con el horizonte de los años.

Por ello, resultaría más atractivo que los mismos poetas, sus herederos de alguna forma, sean aquellos quienes nos den, aunque sea mínima, una idea sobre la importancia de sus letras. Por ejemplo, para León Felipe, uno de los tantos cautivados por las letras del estadounidense, a Walt Whitman no le hace falta una biografía porque su “Song of Myself” es su “verdadera autobiografía”, ya que “Los grandes poetas no tienen biografía, tienen Destino. Y el Destino no se narra… se canta…”[1]

Pero como destino de grandes, el de Walt Whitman se entrelaza y aterriza en las manos de dos grandes maestros de las letras, como lo son el mismo León Felipe y Jorge Luis Borges. Ambos se dieron a la titánica y deleitosa tarea de traducir Hojas de hierba en diferentes años y versiones. Sin embargo, sus visiones como traductores y poetas distaron mucho en el resultado. León Felipe la hizo en 1941, mientras que Borges en 1972, más de 30 años de diferencia que además marcaron perspectivas y búsquedas distintas, ya que cuando Borges realizó su traducción, acusó al trabajo de Felipe de “engreídos grititos de cante jondo”, a lo que el poeta español respondió que la traducción de Borges era obra de “un ciego que no sabe cantar”.[2]

Sin embargo, lo cierto es que cada una de las versiones nos muestra detalles particulares de los poderosos versos de Walt Whitman y deja el vestigio de lo que es en conjunto, independientemente de los ojos que lo lean. Porque para el español, el canto de Whitman es liberador, no sólo del destino propio del poeta, sino de todas las personas; mientras que, para el argentino, el poema conduce al lector a ser abofeteado por la contundente simpleza de sus revelaciones. Para León Felipe, lo importante es el canto, para Borges la revelación. Basta con dar una leída conjunta a las diferentes versiones de la primera parte del poema:

Traducción de León Felipe (1941) Traducción de Borges (1972)
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago… e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.
Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto hasta que me muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es mi misión y no lo olvidaré;
que nadie lo olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada.
Yo me celebro y yo me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.
Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;
me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.

Leídos detenidamente (y en voz alta), veremos los puntos más importantes de las posturas de estos escritores: si bien es cierto que la búsqueda del ritmo es lo que más ocupa el primer texto, en el segundo encontramos una traducción más enfocada en dar el mensaje conciso. Estas disputas de perspectiva sobre la obra de Walt Whitman pueden deberse a la complejidad de traducir sus imágenes poéticas y a la tarea de buscar la simpleza del lenguaje que emplea el poema original; sin embargo, ambos escritores nos han dejado dos visiones que pueden complementarse entre sí para acercarnos a la idea natural del poeta estadounidense.

Pero el arrullo de Walt Whitman en la lengua hispana no termina ahí. También Federico García Lorca encontró en la poesía de Whitman la fuerza para describir el dolor que le causaban los rechazos provocados por su homosexualidad, tanto así, que podríamos marcar un antes y un después en la obra del español. En su “Oda a Walt Whitman”, uno de sus poemas más controversiales, Lorca no sólo describe su sentir, sino que encuentra una figura de apoyo, consuelo y fuerza en la imagen liberadora del mismo Walt Whitman.

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Lorca encuentra en Whitman esa figura que lo dota de fuerza para defenderse ante las acusaciones sociales y descubre, de manera fraternal en los versos del “viejo hermoso”, la manera de compartir una misma voz para llamar “la llegada del reino de la espiga”:

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

También un revolucionario como Rubén Darío, el padre del Modernismo, el príncipe poeta de América Latina, fue influido por las letras de Walt Whitman. En su poema “Walt Whitman”, el nicaragüense compara a Whitman con un emperador debido a su visión única sobre la poesía y lo universal:

En su país de hierro vive el gran viejo,
bello como un patriarca, sereno y santo.
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo
algo que impera y vence con noble encanto.

Su alma del infinito parece espejo;
son sus cansados hombros dignos del manto;
y con arpa labrada de un roble añejo
como un profeta nuevo canta su canto.

Sacerdote, que alienta soplo divino,
anuncia en el futuro, tiempo mejor.
Dice el águila: «¡Vuela!», «¡Boga!», al marino,

y «¡Trabaja!», al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino
con su soberbio rostro de emperador!

Pero este gran canto de profeta no sólo fue influencia para poetas de habla hispana. Si la canción de Whitman nos pertenece a todos, es obvio que a los poetas de su lengua natural, los herederos más cercanos, les toca un puñado más vasto de esos átomos y sangre. De Allen Ginsberg a Hart Crane, de Wallace Stevens a T.S. Elliot y William Carlos Williams, todos ellos comparten, en mayor o menor medida, la semilla vital de la voz whitmaniana, porque, al igual que un padre, sus herederos queman con sus aullidos, puentes e iluminaciones. Basta con recordar los versos de Ezra Pound en Personae para darnos cuenta de esto:

Hago un pacto contigo, Walt Whitman,
te he detestado largo tiempo.
Vuelvo a ti como un niño crecido
que ha tenido un padre terco;
ahora tengo suficientes años como para hacer amigos.
Fuiste tú quien cortaste la madera,
es hora de tallarla.
Tenemos una savia y una raíz,
permite que haya amistad entre nosotros.

Esa madera es la misma que cortaron Borges, León Felipe, Darío y García Lorca. Ese padre terco sentó una sola base para todos ellos: la poesía que canta, revela, defiende, vitaliza, inspira, arroja, ilumina, grita, hermana, quema, consuela… Porque si Walt Whitman nos pertenece, nosotros pertenecemos a él y, por lo tanto, este gran canto que es la poesía es también el nuestro. Escuchemos.

[1] Whitman, Walter, Canto a mí mismo, Akal, España, 2007, pág. 25.

[2] Historia consultada en: www.letraslibres.com/mexico/revista/retorno-fallido-leon-felipe

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