San Juan de la Cruz: literatura y cristianismo

 

No hay ámbito de la vida humana en que no quepa la literatura, sea como inspiración, como medio o como fin en sí mismo para construir algo mucho más grande y para acceder a otros mundos. No siempre terrenales, puesto que la posibilidad del lenguaje literario escapa a toda frontera humana que le podamos imponer. Un gran ejemplo de ello es el misticismo y su expresión literaria en San Juan de la Cruz.

Al investigar sobre este personaje encontramos un sinfín de bibliografía de corte religioso por las grandes obras de su vida que impactaron en el desarrollo del cristianismo, sin embargo, su importancia va más lejos porque logra desarrollar una de las grandes obras poéticas místicas de España. Él junto a Santa Teresa de Jesús y Fray Luis de León conforman el referente más importante del misticismo español.

Pero ¿qué es el misticismo? Podemos definirlo como el modo de hacer “real” la experiencia de encuentro entre la divinidad y el hombre, es decir, de hacer presente con palabras una experiencia inefable. Sin duda, algo tan fascinante como paradójico, pero justo en ello reside su grandeza. Lo místico es también una ruta de acceso a lo infinito que no necesariamente se queda en lo religioso. De hecho, ese es uno de los grandes desacuerdos a la hora de estudiar la obra de San Juan de la Cruz, ¿debe leerse únicamente a la luz de la cristiandad?    

De lo que nos habla su poesía es de una suerte de absoluto que, en muchos sentidos, trasciende explicaciones fijas y mezcla lo que por naturaleza parece inconciliable. Lo vemos muy bien en el poema “Noche oscura del alma”, en el cual se habla de la unión entre el espíritu, el cuerpo y el alma: la hipóstasis. Una triada que difumina todo límite (incluso entre lo femenino y lo masculino, pues ¿quién es esa voz femenina que habla?) y tiende hacia lo eterno:

¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada:
oh noche que juntaste
Amado con Amada.
Amada en el Amado transformada!

Incluso podríamos decir que es también erótico en el sentido de que se acerca a lo sagrado sin tocarlo, es decir, en su inefabilidad. Y en ese afán sobrehumano también se asienta la búsqueda esencial de unión con lo más recóndito del universo. El resultado no podría ser otro que un poema, pues toda esta relación de lo terreno con lo divino recae en la creación y en el lenguaje poético.

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía. 

El lenguaje que utiliza San Juan de la Cruz en este y en otros poemas es una suerte de idioma nuevo y trascendental que habla no solo para nombrar o comunicar algo, sino para sí mismo, es decir, es el umbral y la experiencia mística, el viaje, pero además ese estado final de abandono que no alcanzamos a comprender, quizá la experiencia estética de lo literario…

En una noche oscura         
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.                

[…]

Quedeme, y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.   

Sea que creamos o no en un dios cristiano o de cualquier otra religión, definitivamente experimentaremos algo al leer la poesía de este autor. ¿Por qué no verlo como otra clase de misticismo, como la unión entre lo más cotidiano de la experiencia humana y eso a lo que, quizás, podamos aspirar?

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