¡Que viva Andrés Caicedo!

El camino a la obra de Andrés Caicedo muchas veces comienza por el final. Ya sea a través de sus cuentos, obras de teatro, novelas o críticas cinematográficas, resulta inevitable pensar en el otro Caicedo, el escritor que es elevado a la categoría de lo (o)culto por la atípica historia de su muerte y la publicación de su novela ¡Que viva la música!

En 1977, cuando el imaginario literario de Colombia aún se nutría de los pasajes del realismo mágico de Gabriel García Márquez y de las reminiscencias del boom latinoamericano, un joven Andrés Caicedo daba los últimos toques a su primera novela. Para el 4 de marzo de ese mismo año y después de recibir una copia de su novela, fiel a su consigna de que «vivir más de 25 años es una insensatez», el joven escritor caleño tomó sesenta antidepresivos para cerrar su capítulo final.

Lo más probable es que las razones que llevaron a Caicedo a suicidarse queden sin aclararse y, quizá, eso sea lo mejor. Para Valeria Luiselli, por ejemplo, al caleño lo envuelve la misma aura mítica de autores como John Kennedy Toole o Cesare Pavase, o como Kurt Cobain en el lado de la música. Sin embargo, lo que hace diferente la situación de Caicedo es que, la mayoría de las veces, la historia en torno a su muerte es el primer aspecto extraliterario que influye en la manera de leerlo.

Pero tratar de entender la obra de Andrés Caicedo a partir de este aspecto parece dejar de lado lo que su obra desata. Al igual que una advertencia de «prohibido el paso», sus nuevos lectores parecen lanzarse directo a sus textos para, de alguna u otra forma, encontrar algún indicio sobre la realidad que superó su ficción. Tal vez sea una decepción acercarnos a su obra de esta manera, porque ésta no parece revelar más que los temas que siempre le interesaron: la adolescencia, las drogas, el sexo, la clase media en Colombia durante los 60, pero, sobre todo, la música. 

¡Que viva la música! - Andrés Caicedo

De la misma manera que José Agustín para las letras mexicanas, Andrés Caicedo marcó ese hito que transformó al rock, la salsa y la música popular en algo más que un sonido de fondo para sus relatos. Incluso muchos años antes de que las playlists o los soundtracks se pusieran de moda, Caicedo ya había construido toda una lista de canciones que acompañarían y darían más sentido a ¡Que viva la música! Por ello, la experiencia de su novela no se limita a lo meramente literario. Tal vez influido por su pasión por el cine, Caicedo también concibió su obra para que compartiera varios aspectos del lenguaje cinematográfico, como la manera en que imagen y sonido se entremezclan para crear sentido en cada escena de una película. 

La música en la obra de Andrés Caicedo es fundamental, pues no sólo sirve como testigo de las voces marginadas en la Colombia de los 60, sino que también ayuda a crear el ritmo narrativo de ¡Que viva la música!, el cual en su mayoría es frenético y sin pausas, parecido a un primer baile sin cadencia, pero con la pasión de alguien que se deja llevar por la música.

Si nos enfocamos en este aspecto, su obra más bien parece alegar por la vida y la intensidad de la misma. María del Carmen Huerta, la protagonista de su novela, ingresa a una fiesta eterna, sin sosiego, donde lo único constante es la música. Su iniciación al mundo marginado y sin descanso que promete la fiesta eterna poco a poco va cambiando su aspecto al punto de deslavar su deslumbrante cabellera rubia de la que tanto se enorgullece.

Cuando María del Carmen va cayendo y adentrándose más en el mundo de la rumba que Caicedo plantea, en realidad se construye a partir de los despojos de su vida pasada: el abandono de la casa familiar, el anhelo por una lengua que no comprende y la ruptura con sus círculos de estudios. Es entonces cuando la protagonista no sólo comienza a transformarse, sino que tantea los límites de su nueva vida, todo a partir de un registro y una voz narrativa que no da tregua para las reflexiones. Cada acción es tan frenética como su antecesora, de ahí el gran acierto de imaginar a los personajes sin un minuto de descanso, tal y como si de una película se tratara.

Sin duda, comprender el vasto universo literario de Andrés Caicedo requiere adentrarnos por otros caminos, como el que lleva a sus primeros relatos El atravesado o la compilación de cuentos Destinitos fatales, cuya visión y registro infantil complementan la entregada visión del autor sobre las problemáticas y cambios adolescentes. Pareciera que para Caicedo la juventud era el anhelo más preciado, incluso dentro de su producción literaria. Esto, sin dejar de lado esa característica que devela la transformación de los valores sociales a partir de lo popular y lo cotidiano en la clase media.

En 1975, dos años antes de su muerte, Andrés Caicedo tuvo un intento de suicidio parecido, pero en esa ocasión pudo retractarse en el último momento. No obstante, antes de tratar de ingerir sus antidepresivos, el caleño le escribió una carta de despedida a su madre, en la cual se puede leer una voz atormentada, cansada de tanta vida y que reconoce la importancia del amor materno:

Mamacita: Cali, 1975.

Un día tú me prometiste que cualquier cosa que yo hiciera, tú la comprenderías y me darías la razón. Por favor, trata de entender mi muerte. Yo no estaba hecho para vivir más tiempo. Estoy enormemente cansado, decepcionado y triste, y estoy seguro de que cada día que pase, cada una de estas sensaciones o sentimientos me irán matando lentamente. Entonces prefiero acabar de una vez.

De ti no guardo más que cariño y dulzura. Has sido la mejor madre del mundo y yo soy el que te pierdo, pero mi acto no es derrota. Tengo todas las de ganar, porque estoy convencido de que no me queda otra salida. Nací con la muerte adentro y lo único que hago es sacármela para dejar de pensar y quedar tranquilo.

…Acuérdate solamente de mí. Yo muero porque ya para cumplir 24 años soy un anacronismo y un sinsentido, y porque desde que cumplí 21 vengo sin entender el mundo. Soy incapaz ante las relaciones de dinero y las relaciones de influencias, y no puedo resistir el amor: es algo mucho más fuerte que todas mis fuerzas, y me las ha desbaratado.

…Dejo algo de obra y muero tranquilo. Este acto ya estaba premeditado. Tú premedita tu muerte también.

Es la única forma de vencerla.

Madrecita querida, de no haber sido por ti, yo ya habría muerto hace ya muchos años. Esta idea la tengo desde mi uso de razón. Ahora mi razón está extraviada, y lo que hago es solamente para parar el sufrimiento.

Probablemente la obra de Andrés Caicedo tenga más vida que la que él pudiera imaginarse, no sólo por el frenetismo y la pasión con la que está escrita, sino por el arrebato de realidad que nos brinda en cada página. Al final pareciera que Caicedo logró vencer a la muerte de la única manera que a lo mejor se lo imaginó: bailando solo con un ritmo difícil de seguir y de igualar. 

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