La voz ausente de Manuel Puig

Casi siempre que se habla de Manuel Puig se hace referencia a su profundo gusto por el cine, cuestión que puede abordarse desde una perspectiva biográfica como buscando rastros de esa relación en sus letras. Se puede decir, por ejemplo, que en su narrativa hay una marcada influencia de la forma de contar una historia mediante una cámara, sin intervenciones de ningún tipo de un director, narrador o autor.

En la estructura de algunas de sus obras es evidente un rasgo innovador que en su contexto marcó una diferencia importante con el resto de la literatura de la época: el dialogismo y la ausencia de narrador. La voz de los personajes domina en El beso de la mujer araña, pero ¿con qué finalidad?

La preponderancia de los diálogos propicia la apertura de sentidos que puede tener un texto cuando se realiza en la lectura, más aún cuando no hay rastro de una voz que sugiera o determine un sentido último.

Roland Barthes en “La muerte del autor” propone que “la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen” y que esa destrucción implica la independencia del texto de su autor, el cual es un personaje de la modernidad que se centra en el individuo y su prestigio.

Esta visión, según Barthes, hace que la crítica se empobrezca y se quede solamente en un plano histórico y anecdótico al buscar sentidos en un texto, cuando es el lenguaje el que habla y posee una cualidad performativa o de ‘hacer’. Otro argumento que apoya esta tesis es que el texto literario está hecho con signos lingüísticos y en lingüística no se estudia al hablante como persona, sino como sujeto vacío.  

Si consideramos que esto es posible, proponer que el dialogismo y la ausencia de narrador en algunos textos de Manuel Puig no responde solamente a un afán de innovación o a una influencia de la narrativa cinematográfica, sino también a una cuestión relativa a la supresión de la figura del autor en el texto.

Las características anteriores no son los únicos indicios para afirmar que no estamos frente a la presencia de un autor, sino frente a una escritura sin fondo, como afirma Roland Barthes. También es necesario considerar el corte popular en ciertos textos de Puig y la polifonía que alude a la oralidad y a la tradición anterior a la modernidad donde nace el autor.

Pero aún más significativo puede ser el cambio de estilo de Manuel Puig en otros textos en los que cambian los temas, escenarios y personajes populares a otros modernos, citadinos y burgueses. Justamente porque el escritor, no el autor, es un cruce de sentidos múltiples que pueden ser incluso opuestos, pues: “el escritor moderno nace a la vez que su texto”.

En este sentido, refiere Barthes, el escritor imita escrituras anteriores y mezcla referencias culturales que se realizan no en él, sino en el lector. “Darle a un texto un autor es imponerle un seguro, proveerlo de un significado último, cerrar la escritura”. Quizá cuando un escritor se apega a un estilo está creando su propio autor y, con ello, está cerrando las posibilidades que tiene para  crear desde otras perspectivas.

Hace unos días leí en un artículo de El confidencial que Juan Carlos Onetti, cuando leía a Manuel Puig, podía reconocer las voces y estilos de los personajes, pero no sabía cómo era él ni conocía su estilo. Creo que es precisamente en ese vacío donde reside la grandeza de esos textos: en la infinita cantidad de sentidos, formas, voces, estructuras, referencias, palabras, sonidos, ideas, lugares y recuerdos que nacen justo cuando los leemos.

Referencias

Barthes, Roland. (1987). “La muerte del autor” en El susurro del lenguaje (pp. 65-82). Paidós.

Castillo, Carolina. (2004). Manuel Puig y la novela de la conversación. “El gesto de un narrador vanguardista”. Espéculo. Revista de estudios literarios. http://webs.ucm.es/info/especulo/numero28/narvang.html 

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