Sobre Maradona en Sinaloa

Como millones de aficionados al futbol, vi el documental Maradona en Sinaloa. Recordaba los dos subcampeonatos del Dorados, el maltrato de los aficionados del San Luis, las burlas, los memes: Culiacán, cocaína y Maradona. ¿Qué podría salir mal? Nada, porque ver a los héroes caer siempre es atractivo y sobre todo redituable. Además, al Diego no sólo le gustaba caer, se volvió adicto a la caída; era un suicida fuera de la cancha, de ese rectángulo verde en el que fue feliz y en el que llevó a cuestas la felicidad de tantos. No sabía que ganarse el corazón de la gente era también empezar una larga caída, grotesca y absurda. Después de una copa del mundo y un subcampeonato ya qué importa cómo caer. Parecía tocar fondo en Sinaloa, parecía la muerte definitiva del héroe que retorna al país que lo vio brillar. Pero no fue así. En la cancha, siempre hay milagros, proezas caricaturizadas en la televisión, hazañas telenovelescas, melodramas, derrotas estrepitosas, triunfos gloriosos. La cancha siempre estuvo hecha a la medida de Maradona y en Sinaloa no fue la excepción.

Casi un año estuvo con Dorados, casi logró el ascenso, casi fue feliz.  El documental lo retrata en los entrenamientos gritando, en los partidos celebrando, en los vestidores repartiendo besos, en el palco mentando madres por sus expulsiones y en los eventos de marketing, como un autómata, firmando autógrafos. Vemos a un hombre que apenas puede caminar y hablar. El dios del futbol se convirtió en un achacoso cincuentón que balbuceaba y cojeaba. La fama y el tiempo le cobraron factura hasta al mejor jugador de todos los tiempos. Pero se quiebra el hombre mas no la figura. Y, por supuesto, la pelota no se mancha. Hay algo de Maradona que hace creíble al Diego, es esa figura que carga con el mejor gol de la historia. En Sinaloa, la revolución maradoniana no sólo fue la de los reflectores y patrocinios, la de las porras y las mentadas, también fue la del futbol. Sacó a un equipo del fondo de la tabla y lo metió a dos finales.

Aunque el culichi prefiere el beisbol; ni futbol ni Dorados, el beisbol. Aunque los Tomateros se llevan las lágrimas y los aplausos del culichi. Aunque propios y extraños de este deporte (hasta los jugadores del Dorados) van a ver a sus Tomateros. Aunque Maradona tuvo sus reflectores y difícilmente rompería una tradición tan arraigada. Aunque esto, eso y aquello, al hincha más apasionado del mundo poco le importó. Siempre fue un imán de gente y flashazos. El Diego fraternizó con sus jugadores desde el primer día. Intentó formar una familia y por un tiempo la formó. Era el padre de once hijos y algunos más seguramente no reconocidos hasta que se hacían notar en la cancha. El trabajo táctico sin duda estaba presente, el trabajo físico también, pero lo importante para el espectador, para el director e incluso para Maradona era verse, ver a ese cincuentón carismático en el final de su vida (¿quién diría que sólo le quedaban menos de dos años para inmortalizarse?) sufriendo y disfrutando y hasta bailando por lo que sus once hijos hacían en la cancha.

En la miniserie de siete capítulos, vemos a jugadores marcados por las palabras del Diego, fórmulas trilladas (“nadie nos dio nada”, “hay que meterle huevos”, “tú puedes”, “quedan noventa minutos”, “vamos, carajo”) son expuestas en innumerables ocasiones por el profe Maradona, fórmulas que no dependen del qué, sino del cómo y lo más importante del quién. Maradona se cree sus palabras, siempre las creyó, los jugadores también le creen. El San Luis pudo más en la cancha y en la afición, pero las lágrimas y el coraje corrieron a cuenta del diez y eso pudo más en la pantalla.

Admirado por muchos y odiado por otros más, Maradona dejó huella en su paso por Culiacán. Como buen predicador del futbol encomendó a sus súbditos el hábito de gozar el balón. En todas partes donde pisó la cancha, la ovación y los abucheos lo distinguieron como el peor tramposo y el enorme jugador que fue. Nunca se anduvo con medias tintas. En Sinaloa, quedó como un buen entrenador, pero sobre todo como un auténtico fanático. Gracias a Maradona sabemos que el verdadero futbol es el que nos vuelca del aplauso a las lágrimas en un instante, el que cantamos y lamentamos desde que la pelota comienza a rodar, el que tanto sufrió y gozó el Diego como espectador y como jugador, el que, así como da, quita. El futbol, juego simple, mató al Diego fuera de la cancha, pero inmortalizó a Maradona dentro de ella. Maradona en Sinaloa está hecho para aquellos que antes de pensar el futbol, lo sienten. Siempre vale la pena ver a una leyenda tullida gritando un gol más.

Autor: Missael Contreras

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