José Saramago y la reivindicación humana

Hay escritores que mueven conciencias desde la infancia. Uno los conoce por casualidad o porque se vuelven gustos adquiridos a través de otras personas. Lo cierto es que una se encuentra con ellos y reconoce la existencia de los escritores empáticos. Asimismo, se reconoce en ellos algunas virtudes que, como personas, todos deberíamos tener; por ejemplo, la tenacidad de alguien como José Saramago. Él fue un escritor desde su juventud, “acostumbrado a decir lo que pensaba y a meditar lo que decía”, capaz de señalar las injusticias, los horrores y la incapacidad humana por respetar al otro, pero también, ingenioso para transformar todo ello en novelas, ensayos y escritos de ficción mezclada con realidad.

José Saramago fue un portugués preocupado por su país, nació en 1922 en Azinhaga (una región al norte de Lisboa). Su infancia se desarrolló en el seno de una familia dedicada al campo que posteriormente tuvo que mudarse. Comenzó a estudiar en una escuela industrial donde se acercaría a los Clásicos por medio de los libros con visión humanista que rondaban en la escuela. Sin embargo, tuvo que dejarla porque sus padres no podían pagarla y comenzó un trabajo como herrero. Esta visión de la vida influyó buena parte de su pensamiento, pues Saramago fue un escritor que entendía la vida desde una visión política.

“Su capacidad de ponderación y de penetración en el sentido oculto de las cosas supo desplazarse de la escritura para ponerse al servicio de la indagación”[1], fue un hombre que no dudó al dar opiniones, alguien leal a sus ideas y como prueba de esa indagación están todas sus novelas en las que cuestionó la Historia, al ser humano y su supuesta forma de ser, desarticuló los mecanismos de poder desde su pluma para demostrar cómo es que cada uno de esos temas estaba roto y mostró, hasta cierto punto, una realidad de la que todos somos conscientes pero que poco se enfrenta.

La obra de José Saramago nos muestra que no somos humanos compasivos como algunas ideologías nos han hecho creer, sino que somos una raza aprovechada, ventajosa quizá. “Controvertido y racionalista, sentencioso e imaginativo, original y provocador, político y combativo…” son algunos de los adjetivos que distinguieron al autor, quien siempre mantuvo alineada su profesión con la de su faceta pública, una faceta que desarrolló a través de sus obras, sus opiniones y, por supuesto, de su pensamiento.

Exámenes de conciencia

A José Saramago le tocó vivir un país en dictadura, donde sufrió la censura y la persecución, motivos por los cuales fue un fiel participante de la Revolución de los Claveles en 1974. Para esa fecha ya era un afiliado al Partido Comunista Portugués (1969) pero sus ideales venían de años atrás, desde que comenzó a trabajar a una edad temprana profesiones de obreros, las mismas que lo llevarían a ir desarrollando poco a poco otras labores como el periodismo y, de su mano, su vocación como escritor.

Todos los elementos que reconocemos en sus obras no son una casualidad, son la proyección de sus experiencias y cómo fue que a través de ellas fue generando un concepto del mundo. De igual manera, mostró cada una de las cosas que son necesarias para una sociedad, para la convivencia, para el crecimiento, pero a veces innecesarias ante la ineptitud de algunos.

El ideal o la creencia de la democracia fue uno de los aspectos abordados por José Saramago. La dictadura en la que tuvo que vivir fue la muestra de cómo veía a la democracia como un vaciamiento de cosas negativas. Es por eso que la celebración por el término de dicha época de terror fue la muestra de cómo bastaron 17 horas y cuarenta y cinco minutos para abatir un régimen que oprimió y duró 47 años, 10 meses, 24 días y algunas horas.

José Saramago siempre fue un ciudadano preocupado por Portugal pero, antes de la Revolución, la censura fue un limitante para todos aquellos dedicados a las letras. No se podía hablar más de lo que  estaba establecido, temas que no permitían arremeter contra nada. Una vez que el país encontró su libertad, Saramago dijo que “las posibilidades de creación en la novela se ampliaron tremendamente. Y me parece importante que los escritores más viejos, los de mi generación, estén dispuestos a renovarse”.[2]

En ese sentido, uno de los libros más conocidos que se escribió en torno a la dictadura fue El año de la muerte de Ricardo Reis, donde Saramago rindió homenaje a su antecesor, Fernando Pessoa. Esta historia es una ofrenda a la melancolía del poeta. Hay que tener presentes que Ricardo Reis fue uno de los tantos (pero de los más conocidos) heterónimos que Pessoa utilizó para firmar parte de su obra.

En la novela, Reis debe regresar a Lisboa después de que Álvaro de Campos (otro heterónimo) le llama para informarle sobre la muerte de Pessoa. La novela está ubicada en la década de los años 30, en “vísperas” de la dictadura de António de Oliveira Salazar, por lo que Reis debe volver a un Portugal que es nuevo para él, ya no es el Portugal de Fernando Pessoa, sino que ahora hay una atmósfera tensa previa al desastre, donde todo lo que conocía está a punto de desbaratarse.

El libro se vuelve un diálogo entre tres personajes; Pessoa, Reis y Saramago y, como siempre, estas conversaciones no son más que la muestra de la forma en que Saramago miraba al mundo. Pessoa fue su extensión para hablar del ciudadano portugués, pero, ¿quién es él? En palabras de Saramago:

“Hay en la obra de Pessoa un retrato bastante claro y completo del hombre portugués, con sus contradicciones, el misticismo, un tanto mórbido, propio de nuestro pueblo, esa capacidad de esperar, que no es más que un deseo de aplazar. La esperanza es una actitud activa, pero para los portugueses es una forma cómoda de proyectar a un futuro cada vez más distante lo que deberíamos hacer ahora”.[3]

En algún momento podría pensarse que el escritor tuvo una actitud confrontante con Portugal, no obstante lo cierto es que el sentimiento era de dolor. A José Saramago le dolía Portugal, por el pasado pero también por el presente. Una actitud que se repite en más de un país, un país como el nuestro inclusive que se encuentra en la misma situación que Saramago criticó en 1999, al decir que le afligía la apatía e indiferencia del egoísmo en que vivía la sociedad portuguesa pero que, sin duda, había más de un país que vivía dicho sentimiento. Se habló muchas veces de la inexistencia de una idea de futuro para toda la colectividad, algo que no suena ajeno para los mexicanos.

La realidad es que el autor de El viaje del elefante fue un pesimista. José Saramago aseguraba que la humanidad no había alcanzado grandes progresos en términos de bondad y respeto a la dignidad de la vida y fue ese pesimismo el que le ayudó a imaginar ideales. Un poco disfrazadas, probablemente, pero sus reprobaciones públicas y la vinculación al comunismo pueden interpretarse como actitudes que alimentaban la posibilidad de una esperanza no confesada.[4] Quizá todos tenemos algo de Saramago en nuestras vidas cuando creemos que no hay esperanza para nada más, aunque nos dé miedo admitir que se tiene fe en que las cosas cambien.

“¿Cómo se puede ser optimista cuando todo esto es una extensión de sangre y lágrimas? Ni siquiera vale la pena que nos amenacen con el infierno, porque ya tenemos infierno. El infierno es esto.”[5]

Es probable que ante las circunstancias en que nos encontramos actualmente, la desesperanza sea uno de los sentimientos más recurrentes. La pandemia en México no pudo sino evidenciar (más) la desigualdad en que vive el país. Uno de los libros que incluso se volvió un “hit” en esta época fue Ensayo sobre la Ceguera. Cuando se disparó la emergencia, parte de las recomendaciones que podrían parecer sencillas se recalcaron como fundamentales para combatir este virus, un virus altamente contagioso y cuyas medidas giraron en torno al aislamiento.

En el libro se habla de una enfermedad que de un momento a otro dejó ciego a un hombre, una ceguera blanca, que lo dejó varado en su auto en medio de la avenida. El hombre es llevado a su casa y, posteriormente, todas las personas que mantuvieron contacto con él pierden la vista. Debido a que todas las personas comenzaron a contagiarse, terminaron por ser aisladas en un manicomio abandonado. Aislados, encerrados, contagiados. Al inicio de la cuarentena, ese fue el mantra que teníamos claro y a estas alturas cada día es más complicado. Quizá en ese sentido, el descuido siempre ha sido un arma letal para muchos.

En obras como Ensayo sobre la Ceguera, José Saramago deja ver parte del carácter humano que dista mucho de lo que podría considerarse “humano” como tal. La novela es el reflejo de cómo la ficción no siempre está tan alejada de la realidad. Se habla de un grupo de ciegos que pese a las circunstancias demostraron crueldad, violencia e indiferencia hacia otros. Como en toda situación de riesgo, es posible encontrar gente que se aprovecha de esto.

¿Hay remedio?

Sí, es cierto, parecía que para José Saramago (tanto como para muchos de nosotros), la humanidad no tiene remedio. No hay manera de que cambien sus actitudes, aunque existe un afán por querer conocer la condición de los individuos, del ser humano contemporáneo.

Las reflexiones de Saramago nos dejan ver que no importa cuándo sea leído, cada una de sus reflexiones cobran sentido en cualquier momento. Es increíble pensar cómo el desastre humano sólo cambia de forma. “A lo mejor, todos somos los otros”[6], dijo una vez muy en el tono de Todorov. Fue una desgracia, posiblemente, que Saramago haya fallecido sin ver ni un solo ápice de bondad en los humanos. Es probable, sin embargo, que tuviera, aún con eso, momentos que le hayan brindado cierta lucidez esperanzadora.

Su creencia de no separar jamás al escritor del ciudadano fue parte de sus bondades. Era consciente de que no debía ocultar sus obligaciones como ciudadano. Es por eso que, a pesar del pesimismo que lo abordaba, sabía que había algo que podría darle cierto optimismo a su estar en el mundo. Lo puso en práctica militando en el Partido Comunista Portugués, solidarizándose y contribuyendo a causas humanitarias, siendo partícipe de ellas y conociéndolas todos los días. Sus convicciones estaban vertidas en un materialismo extremo del aquí y ahora[7] con el cual creía que había que actuar siempre sobre las acciones del presente.

A la penetración y aceptación de sus novelas e ideas, no resulta ajeno el signo de sus opiniones políticas ni la sensibilidad social que impregnan sus pronunciamientos.[8] José Saramago fue un firme valedor de los derechos humanos. Se implicó de llenó en el movimiento zapatista de Chiapas, donde reprobó la discriminación, demandó la igualdad de las mujeres, rechazó el narcotráfico y condenó el secuestro y asesinato de los grupos guerrilleros como en el caso de Colombia.

“Si alguna vez hubo en la historia de la humanidad una guerra desigual, no la hubo nunca como ésta [de Chiapas]. Es una guerra de desprecio, de desprecio hacia los indígenas. El Gobierno esperaba que con el tiempo se acabaran todos, simplemente eso”.[9]

Saramago sabía sobre el desprecio, sobre la represión, para el pueblo portugués. El 25 de abril de 1974 fue un hito histórico, una fecha que amalgamó en un único y gran suspiro, el alivio de los largos años de sufrimiento, represión y silencio, una lucha por los derechos de la vida de los pueblos. Para él no había diferencia en estas luchas, era como la suya en Portugal, sabía que los oprimidos eran él y él era parte de ellos.

En 1995 recibió el Premio Camões, equivalente al Premio Cervantes en lengua portuguesa. El 8 de octubre de 1998, la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura “por su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”, como lo dijo su secretario. Fue el primer escritor portugués en recibir dicho premio y aseguró que eso no produciría ninguna ruptura con sus convicciones comunistas ni con sus posiciones públicas de compromiso. José Saramago supo moldear su perfil con el del Premio: cercano, solidario, generoso, visible.

“La Academia Sueca ha otorgado el Premio Nobel de Literatura a un escritor que literalmente hace lo mejor que puede, y que humanamente entiende que tiene una responsabilidad por el hecho sensible de estar vivo y que ese deber lo asume todos los días y en todas las circunstancias”.[10]

El 18 de junio de 2010 murió a causa de la leucemia que lo venía persiguiendo. Después de haber tenido una mañana tranquila, las intermitencias de la muerte decidieron hacer una interrupción en su vida.

 

[1] Fernando Gómez Aguilera, José Saramago, en sus palabras, México, Alfaguara, 2010, p. 19

[2] Ibíd., p. 110

[3] Ibid., p. 111

[4] Ibid., p. 155

[5] Ibid., p. 160

[6] Ibid., p. 168

[7] Ibid., p. 381

[8] Ibid., p. 444

[9] Ibid., p. 447

[10] Ibid., p. 372

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