El autosinceramiento frente a la pantalla o de cómo Rocketman desafía tus emociones

Elton John es una de las figuras más icónicas de la música de los años setenta. Es también un ícono de la moda y, dentro del espectáculo, ha sido objeto de los reflectores por un sinfín de causas. Sin dudarlo, es un símbolo del éxito musical pues no importa el tiempo que pase, siempre existirá una canción de él que nos recuerde un determinado momento de nuestras vidas.

Rocketman (2019) del director Dexter Fletcher es el ejemplo de que las biografías y los musicales pueden ser un buen ejercicio para tocar las fibras más sensibles de nuestros cuerpos. ¿Por qué? Cada una de las intervenciones a nivel emocional de Elton John (interpretado por Taron Egerton) están acompañadas de las canciones más emblemáticas y representativas del cantante. La parte musical es el fuerte de la película (y debe serlo), pues acompaña las confesiones del cantante sobre los hechos de mayor impacto en su vida.

Desde el inicio del filme aparece un Elton John decidido que porta un vestuario extravagante y que camina aparentemente hacia un escenario, pero su entrada campal está dirigida hacia una sesión de terapia. Es aquí donde comienzan a reconstruirse los testimonios de su vida, en la intimidad de un círculo con personas a quienes las une un problema en común.

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El relato se genera de forma cronológica con los recuerdos de su infancia, en un núcleo familiar donde la única figura interesada en él es su abuela, mientras que sus padres son mostrados como las personas menos paternales. En este rebobinar vemos el temprano descubrimiento de sus excepcionales aptitudes en el piano, lo que da paso a su ingreso en la Royal Academy of Music como niño prodigio.

Su ascenso se intercala con episodios musicales que van convirtiendo a Elton John en el artista que conocemos. Hasta aquí no parece que haya nada excepcional en su camino al escenario musical, incluso podría parecernos un cliché del drama, pero el punto nodal de la película es cuando se rompe con esto y se inicia una constante reflexión interna en la que el protagonista nos hace partícipes.

Una secuencia importante del filme, y que además llama la atención, es el momento de su primer presentación en Nueva York ya como un artista reconocido. Se transmite el temor del cantante ante el público que asiste a verlo y al final de la crisis éste decide salir al escenario e interpretar Crocodile Rock (1991) con un entusiasmo particular. En esta presentación, Elton John eleva los pies (y con ellos buena parte de su cuerpo) sobre la altura del piano; lo único que lo mantiene en contacto con el instrumento son sus manos, como si el mismo impacto generado entre el público y él lo hiciera levitar.

Sin embargo, el punto clave de la obra es cuando el personaje comienza a despedazarse a partir de los excesos y comienza a ser sincero consigo. A partir de esto, la producción se vuelve desafiante para el público porque reta de forma emocional con reflexiones que van desde las decisiones que hemos tomado, sobre lo que estamos dispuestos a hacer por aquello que nos gusta, el temor a enfrentarnos al desastre y, claro, el reconocimiento del amor pero también el de su ausencia. Esto es un pilar de la película.

El sentido anecdótico permite que nos veamos reflejados en las digresiones de un cantante porque puede parecernos que ese sentido de vivir difiere del nuestro. Ese es el encanto de Rocketman, pues se vuelve tan común que todo lo que ocurre nos conmueve y nos detiene para volvernos partícipes de las decisiones que acontecen.

Las biopics en ocasiones condicionan lo que esperamos, ya que a través de ellas formamos una idea de lo que deseamos ver proyectado en la pantalla. Es cierto que muchas parecen ser similares entre sí, quizá por el tipo de dificultades que los artistas consagrados atraviesan antes de tener un nombre que es conocido aquí y en el otro lado del mundo.

¿Será que en parte mucho de esta estrategia va en que concretemos héroes o heroínas de quienes decidimos, en ocasiones, tomar como estandartes de superación? Rocketman puede que no sea la excepción, pues en los créditos hay un poco de eso. Muestra que las cosas pueden superarse aunque cuesten demasiados años, aunque los cambios no sean inmediatos; incluso, aspectos que al final de tanto padecimiento podemos llegar a experimentar, como el amor y la tranquilidad.

Sin embargo, aunque suene muy familiar a otras historias, lo delicioso de esta película es que se cae en cuenta que no siempre tomamos las decisiones correctas, que decidimos esconder nuestras emociones bajo trajes, artefactos y accesorios que pueden disimular nuestro estado de ánimo, pero al final todo aquello que escondemos y negamos termina por acosarnos tanto al grado de tener que confesarnos con nosotros mismos. Esta confesión permitió al personaje de Taron asumir la responsabilidad de sus evasivas y hacer frente a las consecuencias que arrastró durante años, justo en el momento más explosivo de su carrera.

Ya lo diría Pessoa:

“Me siento múltiple. Soy como una habitación con innumerables espejos fantásticos que distorsionan en reflejos falsos una única realidad anterior que no está en ninguno y está en todos”

Porque al final el ejercicio dentro de la película es el conocimiento de ese múltiple reflejo, como la manifestación de la aceptación vivencial.

Justamente Goodbye yellow brick road (1973) es la melodía que suena durante el camino de Elton John rumbo a su círculo de terapia, el episodio previo a su conciliación y cierre de la película, porque claro, ¿cómo terminar esta biopic si no es con I’m Still Standing? (1983) “I’m still standing after all this time picking up the pieces of my life…” Numerosas piezas como innumerables reflejos en nuestra autocrítica humana.

Rocketman (2019)
Director: Dexter Fletcher

Productores: Lawrence Bender, David Furnish, Elton John
Guión: Lee Hall
Fotografía: George Richmond
Casa productora: Marv Films, Rocket Pictures y Paramount Pictures
País: Reino Unido
121 minutos

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