Roman Polanski: confrontar con la mirada

 

Cuando uno escucha sobre Roman Polanski, es innegable traer a la mente los turbulentos escándalos de su vida. Acusado y procesado por estupro contra una niña de 13 años, viudo de Sharon Tate brutalmente asesinada y amigo cercano de Hugh Hefner, el playboy mayor. ¿Quién diría que la frágil imagen del director polaco, eterno exiliado, también sería apenas la fachada de una mente consumada por el deseo?

Llevado al plano de la expresión, Polanski no ha hecho más que confrontarnos ante la propia mirada de sus películas. Más allá de lo que puede decirnos su biografía, el repertorio del director es apenas un pequeño esbozo de lo que contiene la consciencia humana.

Desde sus primeros trabajos, Roman Polanski busca la incomodidad en el espectador haciendo de sus personajes los blancos de situaciones inusuales. En su cruel pero simple cortometraje Dos hombres y un armario (1957) el director  apunta a la búsqueda de la individualidad en una sociedad convencional. Dos hombres emergen del mar con su armario. Extraviados, pero entusiastas, los dos personajes se adentran a una ciudad donde los habitantes terminan por rechazarlos a pesar del deseo de ambos por encajar. Alegoría, simbolismo o metáfora tal vez de las minorías. Lo interesante es la plenitud que brinda el cortometraje para desentrañar sus significados implícitos.

Dos hombres y un armario (1957)

Algo que me gusta del cine de Polanski es su habilidad para encadenar simbolismos. Aunque pareciera que la austeridad en sus primeras producciones era obligada (que algo de eso es cierto), su capacidad como cineasta lo llevó a desarrollar un estilo característico como la aparente simpleza de sus argumentos, la sensación de vacío en el desarrollo de los actos o esa percepción claustrofóbica que sufren sus personajes y contagian al espectador. Características que se pueden encontrar fácilmente en su primer largometraje: El cuchillo en el agua (1962).

La trama, aunque sencilla, desarrolla una lucha psicológica de la masculinidad y es un material ideal para diferentes análisis: psicológico, cinematográfico y hasta semiótico. Una pareja sale de viaje para pasar unos días apartados de todos en un lago. Pero en el camino se encontrarán con un joven forajido, quien termina por ser invitado a los planes de la pareja. Sin embargo, ya a bordo del bote la tensión entre los hombres se convertirá en una lucha por la atención y la posesión de la mujer, quien poco a poco pasa a segundo plano y se vuelve una espectadora del conflicto.

En diversos momentos del filme es fácil apreciar símbolos que remiten a lo fálico o al triángulo amoroso entre los personajes, como la composición de algunos encuadres o el mástil del barco que en varias ocasiones se atraviesa entre los dos hombres. ¿Pero qué nos puede decir esta obsesión de un joven Roman Polanski por el poder y el sexo? ¿Podríamos considerar esto una antesala al subconsciente del polaco?

Pienso que más que algo oculto en Polanski, estos temas son las dos caras de la misma moneda que puede ser la naturaleza humana representada en sus películas. Por ejemplo, en Repulsión (1965) Polanski explora la delgada frontera entre la culpa y el deseo por medio de la mirada de Carol. El filme presenta a Carol, una joven manicurista que vive con su hermana en un pequeño departamento. Cuando su hermana decide salir de viaje por dos semanas con su novio, Carol sufre un colapso nervioso y pronto sus prejuicios sobre los hombres y el sexo terminan por hacerla cometer asesinatos.

La fragilidad física y mental de Carol puede apreciarse desde su manera de caminar, vestirse y expresarse. Pero se vuelve más clara cuando la vemos interactuar con otros personajes (como sus compañeras de trabajo o Colin, el chico que está interesado en ella) o el mismo espacio y los objetos que la rodean. Sin la figura de autoridad que es su hermana, el mundo de Carol poco a poco se quiebra al punto de verse reflejado en el deterioro de su departamento.

Carol y la casa comparten el mismo estado conforme avanza la película. Por ello cada que la protagonista se detiene frente a las paredes, una grieta violenta aparece para presagiar un quiebre en la mente de Carol. Es aquí donde el simbolismo del director vuelve a presentarse, pues es la mirada de ella la que marca el inicio de un suceso trágico.

El poder de su mirada es lo que en un probable momento de autodescubrimiento hace que Carol se sumerja más en sus propios miedos y demonios. Estos la arrastran hasta ese punto hipnótico en el que sólo el crimen puede liberarla. José de la Colina lanzó la pregunta con la que dormiremos después de terminar la película: ¿Qué cosa miraba Carol?

Tal vez mirar el cine de Roman Polanski desde una perspectiva que juzga la propia integridad del director podría distraernos de lo que en verdad ofrece: una oportunidad para dirigir la mirada al punto más importante para el espectador, nosotros mismos.

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