Los Reyes – Montserrat Varela (México)

Iván había gastado más de la cuenta pero estaba seguro de que valía la pena, Maribel y Jorgito estarían felices al ver tanto bulto encima de sus zapatos. No le importaba si habían hecho berrinche todo el año ni si habían sacado malas notas en la escuela. Tampoco le importaba que no supieran que él era quien les daba esos regalos y que fueran otros tipos quienes se llevaran todo el crédito en su nombre. Lo que le ilusionaba a Iván era ver a sus hijos sonreír, saltar de gozo, gritar y jugar juntos en el patio. Y le resultaba curioso darse cuenta, justo en ese momento, que le ilusionaba mucho más de lo que se había imaginado.

David, su compadre, no sabía dónde poner la bolsa grande de basura para no estorbar el paso de la gente, así que terminó por dejarla sobre sus piernas aunque aquél bultote le tapara la vista para poder charlar con su compadre. Rafa llevaba los triciclos, ambos de segunda mano pero bien limpiecitos y con su moñote reluciente color mostaza. En la bolsa negra había una muñeca algo despelucada, dos pelototas, un paquete de carritos chinos de varios colores, varios cuadernos de iluminar, dos botas de dulces, un juego de té, un peluche de león y varias prendas de ropa interior blancas de algodón. Sí, habían sido doscientos cincuenta pesos más pero, ¡qué diablos! Los chamacos la iban a gozar. No importaba que la rosca tuviera que ser más pequeña ni que en vez de leche le echaran agua al chocolate. Había juguetes para aventar.

Rafa no podía disimular su sonrisa al imaginar la cara de sus nietos pedaleando en el patio de un lado para el otro. Su hijo se había rifado y él era un padre orgulloso. Sin embargo, se amargó un poco al pensar que no supo darle unos buenos “Reyes” a Iván como él ahora lo hacía con sus hijos, así que llegando a Hidalgo le preguntó sin rodeos: “Hijo, ¿y a ti qué fue lo más bonito que te trajeron?” Iván se quedó pensando largo rato y estaba punto de responderle cuando su compadre lo interrumpió. “Güey –le dijo-, ¿te acuerdas del camioncito azul de dos pisos? ¡Era la envidia de todos los chamacos!” A Rafa se le iluminaron de pronto los ojos. David continúo: “Era de madera, ¿no? ¿Se lo hizo usted, don Rafa?”. Iván asintió con una leve sonrisa y guardó silencio. “Sí”, respondió orgulloso su padre.

Entonces, un violento enfrenón hizo que David soltara la bolsa. Las pelotas y el peluche rodaron por el suelo. Una señora se acomidió a recogerlas y se las entregó. Riendo, David guardó de nuevo las cosas y se disculpó con Iván con un gesto. Luego, cuando su compadre creía que el tema se había terminado, retomó: “Y ¿qué fue de ese camioncito?” Iván y Rafa se miraron. Rafa entonces recordó. Bajó la mirada y se puso serio, más serio que nunca. Iván negó con la cabeza y alzó los hombros. “Sepa. Se lo llevaron unos días después por portarme mal…”, soltó y un silencio incómodo se alargó durante el resto del camino.

Al llegar a casa, David e Iván, silenciosos, escondieron los juguetes en la covacha, mientras que Rafa, aún callado, fue directo a su recámara. Al llegar, sacó cuidadosamente del closet una caja. Dentro estaba el camioncito, que parecía nuevo de lo bien conservado. Lo limpió con su pañuelo, lo colocó de nuevo en la caja y la cerró.

Al día siguiente, Jorgito y Maribel se levantaron muy temprano y apenas dieron las siete cuando corrieron a avisarle a sus papás y a su abuelo lo que los Reyes les habían dejado. Todo les gustó mucho pero, para gran sorpresa de Iván, lo que más les había llamado la atención era el camioncito de madera que él mismo había recibido muchos años antes, un día de reyes. “¡Mira, papá, trae las firmas de Melchor, Gaspar y Baltazar!” gritaba Maribel emocionada, sin poderlo creer. Rafa se acercó a su hijo con cautela y sólo atinó a darle unas palmadas en la espalda. Iván, conmovido, le devolvió el gesto a su padre y soltó un gracias quedito que los niños no alcanzaron a escuchar.

 

Montserrat Varela

Nació en CDMX. Estudió teatro en el Centro de Arte Dramático, A.C., fue becaria en la Fundación para las Letras Mexicanas en Dramaturgia, generación 2008-2009 y ganadora del 1er lugar del Torneo de Historias Mínimas José Mayoral 2015 y 2do lugar en 2019. Su primer libro de cuentos fue Milagritos, de editorial Cartopirata, 2016, y reedición en 2017. Ha participado en varias antologías y publicaciones en línea. Recientemente publicó en la antología Cuentos del Sótano de Endora Ediciones 2019 y participa semanalmente en el proyecto de difusión literaria Los 52 golpes.

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