La policía del instante – Alan Román Méndez (México)

“Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una

empresa

omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.”

Juan José Arreola, El guardagujas.

Quirarte arribó a la dirección citada, subió los cinco escalones que daban a la puerta y golpeó tres veces sin recibir respuesta. Se asomó por la ventana y vio un papelito amarillo en el que se leía: Fui al ministerio, vuelvo en 5 minutos.

Al visitante le parecía extraña tal indicación, pero no habría más que aguardar en la acera a que llegara su anfitriona. La ciudad, tal cual le habían advertido, estaba sobrepoblada, como una lata de frijoles llenada con doble ración. Los edificios no dejaban de moverse; por lo menos en esa calle, no había un segundo sin que una luz se apagara mientras otra se prendía. De las puertas salía y entraba gente para perderse en la acera. Como le habían recomendado cargaba su maleta con ambas manos juntas al frente de su cuerpo, y corroboró con el codo su promesa cumplida de cargar con un revólver en el interior del saco. Doblando la esquina apareció una patrulla que avanzó velozmente hasta convertirse en pequeños puntos luminosos. Volvió la vista al frente, y se percató de otro transeúnte que cruzó la calle, saludándolo agitado.

—Hola, buenas, buenas noches. –dijo, mientras extendía la mano y respiraba hondo para recuperar el aliento.

—Buenas noches. –Respondió Quirarte al bajar los escalones y saludar. A aquel hombre la edad comenzaba a alcanzarle el rostro, pero lucía una sonrisa despreocupada.

—Usted no es de por aquí, ¿cierto? –Preguntó al ver la maleta que cargaba.

—Así es, vengo con la señora que vive en esta casa, ¿De casualidad no la ha visto salir? —Su interlocutor prestaba poca atención, volteaba intermitentemente a la esquina y a él.

—Eh, no, no la conozco.

—¿No vive por aquí?

—Sí, de hecho, vivo por la otra calle. Aunque igual no la reconocería ni de vista.

—Bueno, eso no es lo único extraño. Fíjese, salió al ministerio y lo escribió en un recado como si se tratara de ir al baño o a comer.

El peatón miró el recado con letras apuradas y dio un largo suspiro.

—Sí, bueno… —Asentó los dos pies como si quisiera encajarse en el lugar donde estaba parado, –esa es una práctica muy poco extraña.

—¿Anunciar que vas al ministerio?

—No. Ir al Ministerio de Justicia. La persona que lo ha citado es sumamente educada, o quizá lo hizo solo porque vendría usted, porque eso sí, dejar recados avisando es una cordialidad que se viene perdiendo.

—¿Y cómo sabe que ha ido al Ministerio de Justicia?

—Cómo se ve que no es de por aquí. Déjeme le explico. Ya en pleno año 3450 nuestra ciudad está a la vanguardia con el quinto piso sobre el nivel de las nubes. Usted de seguro ha visto que la sobrepoblación es nuestro sello distintivo. Se han compactado tanto los espacios que los cuerpos resultan estorbosos, de hecho, está en deliberación la ley para que cohabiten dos almas en un mismo cuerpo. Imagínese las facilidades que traerá eso ¡Pero las incomodidades! Bueno, continuo, por las calles más importantes se pasean barredoras constantes para mantener los caminos transitables, y es que ya han desaparecido varias calles bajo escombros y basura. Tuve que mudarme de mi primer departamento a causa de esto, una tarde llegué y cuando quise dar la vuelta por la esquina de mi calle, ¡ya no había calle! ¡Imagínese la impresión! Pero, a lo que iba, la policía; es tal el número de gente y de rincones que la labor de investigación para los crímenes se ha vuelto improbable. Los expedientes tienen un complejo de veinte edificios, con labores de ampliación para otros cinco, y aventurarse a buscar a un nombre lleva años de caminatas y papeleo jurídico. Dadas estas condiciones, el gobierno ha decidido transformar al cuerpo policiaco. Los oficiales ya no están calificados para atender gente que haya sufrido un crimen, o que esté por sufrirlo, pues sería perder el tiempo valioso del presente, mismo que puede usarse para atender otro espacio más necesitado —el hombre se pasó una mano por el cabello, viró hacia la esquina de nuevo, donde seguían fluyendo los vecinos, y con los hombros aligerados continuó—. Si, por ejemplo, un oficial patrulla y se encuentra un cadáver derritiéndose bajo el sol, nada puede hacer más que llamarle al departamento de higiene, que es bastante eficiente para levantar cadáveres, mientras continúa con su ruta. Y si, por el contrario, el mismo oficial se topa con una mujer que camina por la banqueta y es seguida por un hombre con capucha negra y sospecha en los pasos, sería inútil que tratara de actuar, pues la norma le dice que si en el instante dedicado a ese lugar, la acción no pasa, debe seguir su ruta. Los lugares sólo existen en el presente, y si están seguros, nada más se puede hacer. Es más, le doy un consejo práctico, si alguna vez se encuentra desprovisto de transporte y todos los taxis están siendo ocupados o asaltados, puede subir a un automóvil e intentar prenderlo con cableado o herramienta corriente. Eso sí, no lo encienda si no está seguro de poder darse a la fuga en ese instante. Pues si la policía lo toma en el acto, pero el motor está pagado, lo único que debe hacer es guardar los cachivaches y tomar el radio o estéreo de la unidad. Robo de electrónicos es un delito menor y no pasará más de unas horas detenido. Incluso, mucho tiempo se le escapará desde que se le dicten sentencia hasta que cruce el laberinto que es el centro de reclusión y llegue a su celda. Conozco a quienes han durado hasta menos de cinco minutos encerrados gracias al tamaño de pasillos que se deben andar.

—¿Es en serio todo lo que dice?

—Lo es, lo que más nos importa es el instante en el que estamos parados.

—¿Pero? –interrumpió con sorpresa—, con esta reforma ¿No aumentó el crimen?

—Eso es muy difícil comprobarlo, pues ahora los criminales son más rápidos. Lo curioso es que adoptaron una forma de trabajar similar a la de la policía. Si observan la banqueta asegurándose de que no haya nadie cerca, para después abalanzarse contra la víctima, y en diez segundos salir con sus pertenencias, ha derramado muchísimo tiempo. Los ladrones de a pie juegan al todo o nada, se lanzan al crimen y lo terminan en un santiamén.

—Me parece increíble.

—Pues es así. Toda gira, por algo nos llaman la ciudad atómica.

—¡Es ridículo! De seguro no han atrapado a ningún ladrón en todo este tiempo.

—Sí han atrapado a algunos, pero es muy poca probabilidad. Imagínese todas las situaciones que deben coincidir para que eso pase. En fin, a mí me han asaltado, por ejemplo. No busco causar lástima, pues es una condición común, casi regular.

A su alrededor pasaban caminantes. Entran y salen de la calle sin cambiar de ritmo, como si no tuvieran aceite para frenos en el cerebro, pero sin encontrarse un patrón. Quirarte se sentía, junto con su compañero, como dos boyas en medio de la multitud. No se decidía si encogerse de hombros para que los demás pasarán más fácilmente, o cruzar los brazos a manera de su acompañante, lo cual, pensaba, podría dejarlo vulnerable a un ataque por detrás. Igual levantó el brazo derecho pegándolo a su pecho, alegrándose de sentir el viejo revólver que nunca antes se había visto forzado siquiera a portar.

—Pero ¿por qué la policía no simplemente cubre toda la ciudad con un sistema de vigilancia como cámaras de video o por centinelas?

—Las cámaras están prohibidas luego de la encuesta pública en la que la población decidió que representaría un arma en contra, en lugar de una ventaja. Por lo otro, hay centinelas, en torres como aquella –el hombre señaló una torre alargada hacia el cielo, que tenía un pequeño montículo circular donde se veía caminar a una mujer uniformada—. Pero son corrompidos. Les pagan para que resistan la vista en algún sitio en específico o se demoren demasiado atándose los zapatos.

—¿Y por qué no los reemplazan?

—Son reemplazados, aunque sólo cuando se tiene a su suplente, y en lo que uno baja y el otro sube se han cometido múltiples crímenes, usted mismo puede ver la escalera. Yo fui centinela en su momento, pero es un trabajo mal pagado, además del soborno que funciona como liquidación, no hay mucho presupuesto. Una ventaja es que ahí te encuentras con varios de los que serán tus futuros asaltantes. Uno nunca sabe con quién se puede topar en este mar de rostros, lo bueno es que puedes ser reconocible o no según lo quieras.

—Entonces, ¿conoces a los asaltantes?

—De vista, y apenas. La mayoría de las veces sólo hace falta un segundo para que se lleve a cabo el crimen en una velocidad casi imposible de igualar con la vista.

—Por más rápidos que sean, ellos también son humanos, –repuso Quirarte con tranquilidad.

—No lo sabemos, existe un nuevo discurso biológico que los coloca como seres evolucionados.

—¿Qué?

—Sí, este sistema lleva ya varios años, los hijos de los primeros criminales bajo estas condiciones ya han crecido, deben estar en su adultez joven. Posiblemente sean ellos quienes aterran las calles sin que los podamos ver.

—¿Y dicen que ahora son súper rápidos?

—Así es, como Kamilo.

—¿Kamilo?

—Sí, es un muchacho, dicen que nació del Tlacuache y la Garay, dos de los criminales más rápidos de la ciudad en su momento. No logras distinguir cuándo te ha robado, sólo ocurre. Si pierdes algo que estabas seguro que cargabas contigo, posiblemente Kamilo lo haya tomado.

—¡Ah, bueno! Eso se me hace más una excusa barata.

—Puede ser. Lo cierto es que vale más prevenir.

—Y, ¿qué me recomienda?

—No salir por la noche, tener los ojos bien abiertos, y si ve una patrulla, sígala.

—Pero, ¿qué tal si no se dirige a donde yo voy?

—Pues vaya usted a donde se dirija ella.

—¡Qué ciudad tan rara! –exclamó Quirarte negando con la cabeza.

—Usted lo ha dicho, igual no me haga mucho caso, sólo soy un contador.

—¿Y por qué ha tomado el riesgo de quedarse aquí conmigo?

—Iba a hacer compras, pero mi boca le gana a mi cuerpo. Aunque ya llevamos rato charlando, lo bueno es que por aquí no ha pasado ninguna patrulla, por lo que cada segundo es más probable que esté aquí si algo nos llega a pasar. Así podré seguirla, espero se dirijan al supermercado.

—¡Oiga, pero poco antes de que me saludara una patrulla pasó por esta calle!

El hombre endureció el rostro al voltear hacia la esquina. El extranjero, consciente del peligro que corría, y de que su anfitriona tardaría aún en llegar, decidió salir de ahí. Tomó su maleta y se despidió del hombre tendiéndole la mano. Éste observó la mano extendida por un par de segundos, luego, con un movimiento lento, le acercó la suya, y las estrecharon. En ese justo instante, Quirarte vio doblar en la esquina otra patrulla, tripulada por dos policías, uno volteando al otro lado de la calle, y el piloto viéndolos a ellos, antes de continuar en línea recta.

Quirarte sintió una patada en los genitales seguido de un golpe seco en el pómulo que lo haría caer a la acera. Vio a su acompañante tomar la maleta y comenzar la huida. Sacó el revólver de su bolsillo y tras un intento fallido por no haber removido el seguro, atinó el disparo al muslo derecho.

Se acercó agachado hasta donde estaba su enemigo, gritando en el suelo con voz doliente. Tomó la maleta y la usó para golpearle el rostro. Justo después vio luces rojas y azules. La patrulla había vuelto atraída por el estruendo del arma. Quirarte apenas escuchó la puerta abrirse cuando ya tenía un oficial, alto y serio, a su lado.

—¿Qué está pasando aquí? –Inquirió con voz rápida.

—¡Me disparó! ¡Me disparó! –Gritaba el hombre en el suelo.

—¿Le ha disparado usted a este hombre? –Interrogó el oficial a Quirarte, que vio a su enemigo herido y la maleta apenas manchada.

—No. Yo no le disparé. –Declaró antes de caminar, todavía por el dolor, hacia la esquina de donde había nacido la patrulla y perderse entre los átomos de la ciudad.

Para el oficial la deducción era sencilla, pero no cabía en el tiempo. Dejó al herido en un hospital y atendió un llamado a la comisaría. Lo recibieron con la petición de renuncia preparada, a causa de interrumpir sus obligaciones, volviendo sobre su ruta y permaneciendo cuarenta segundos en el mismo lugar.

    

Sobre Alan Román Méndez

Nacido en Mexicali, Baja California en 1998. Actualmente estudia en la Licenciatura en Docencia de la Lengua y la Literatura en la Universidad Autónoma de Baja California. Sus textos han sido publicados por las revistas El Septentrión, Tierra Adentro y Sputnik. En 2018 publicó el poemario Testigos del fuego con la editorial Pinos Alados. Escribe narrativa corta y poesía.

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