La forma del fuego, impresión del diario amoroso de Anaïs Nin

“El diario es mi forma”

Un diario no es tanto un combate al olvido como la resistencia de unos cuantos a ser consumidos por el mundo. La memoria está después. Quizá a lo que aspiramos en el fondo es a quemar la tempestad y destruir los recuerdos al ponerlos sobre el papel como si de verdad al hacerlo pudieran existir. Porque nada en el fuego permanece. Y, sin embargo, hay quienes creemos en él.

Anaïs Nin, un resto de ceniza adherida al cielo; Anaïs, la grieta en el humo. En los bordes de sus diarios hay un universo hecho de fragmentos y no fragmentos de cotidianidad. “Sólo creo en el fuego”, dice y las letras empiezan a arder en un acto mágico: bajo el nombre se asoma la verdad. Es cierto que no hay absolutos ni líneas divisorias, sino abismo. Escribir así es caer en él, bajo un beso o sobre el sol. Un banquete de brazos y piernas ajenas, con el sabor a muerte en la boca; todo por un atisbo de luz.

El diario es un pedacito muy pequeño de cristal con un ojo dibujado, el frío exterior obliga a ver a través de él con los párpados cerrados y a deshacernos de la ceguera: “¡Devolvédmela!”, grito con ella. Mis ojos se acoplan a la irrealidad, no en la medida de la imposibilidad sino de la novedad, descubro el espacio desde arriba.

Anaïs Nin, imperio de viento; Anaïs, latido matinal. En el contorno de sus letras se gesta un movimiento primigenio y salvaje que nos recuerda cuando fuimos lumbre y no el calor que otros vieron. “Se trata de arder” escribe y no es la cera que nace en mis manos, sino un terciopelo muy fino color de frambuesa el que me arde. Tampoco hay muerte que no sea una frontera vencida, sino rutas para huir del hielo. Vivir así es desvanecerse el nombre para inyectarse en la boca la sangre de otra noche. Un banquete de sueños y besos ajenos que cicatrizaron en nuestros ojos con el color de un cielo enfermo; todo por un poco de sol.

Los diarios son los trazos inconclusos que se funden con el espacio, el tiempo, lo cotidiano y lo irracional. Cuando abramos los ojos después de leer, otros nos mirarán: “Esos ojos no te pertenecen, ¿de dónde los has tomado?”. Las manos, el baile, los cuadernos, la piel quemada, el ambiente de París, Henry, Otto, June, Hugh, Gonzalo e incluso el olor de la madera; en el fuego esos son nuestros restos, somos todo: el diario es nuestra forma.

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