Franz Kafka contra la tragedia de la vida común

Franz Kafka (1883-1924) es uno de los autores imprescindibles de la literatura moderna. Para muchos lectores y estudiosos, parecería un atrevimiento indecible pensar lo contrario, y no es para menos. Lo cierto es que adentrarnos en su obra provoca una serie de dudas y cuestionamientos que no alcanzan a responderse incluso al final de cada uno de sus textos. En gran medida, esto se debe a la cantidad de interpretaciones que se han hecho sobre su estilo y textos en particular, lo cual sólo deja en claro que su escabrosa y misteriosa obra aún tiene mucho por decirnos.

La obra de Franz Kafka se renueva en cada lectura, sobre todo en tiempos donde la realidad parece más opresiva ante amenazas invisibles. Pensemos, por ejemplo, cuando transformó a Gregorio Samsa en un monstruoso insecto. Con ello, no sólo escribió uno de los inicios más recordados y sombríos de la literatura y trazó el inicio de un estilo propio (que muchos han sido prácticos para definirlo como “lo kafkiano”), sino que también sentó las bases para reflexionar sobre el papel de las personas en las sociedades modernas.

Pero lo importante debería ser el preguntarnos ¿cómo fue que Gregorio Samsa tuvo un destino así? o, más intrigante aún, ¿qué hizo para merecerlo? El narrador no se molesta por explicarnos el origen de tan extraña y grotesca transformación, se limita a narrar y seguir con esa misma calma [¿indiferencia?] los pensamientos del recién metamorfoseado protagonista.

Cualquiera pensaría que su nuevo cuerpo fue resultado de un error, un castigo mágico por alguna insolencia que desconocemos. Sin embargo, nada se aclara sobre el origen de su desgracia y Gregorio Samsa acepta su nueva condición con una pasividad que resulta preocupante. Poco a poco, analiza su nuevo cuerpo, se adapta a él, vive su nuevo hogar y recuerda las exigencias de su vida pasada, como el trabajo y los horarios.

Es así como la ficción de Franz Kafka pasa de ser un relato fantástico a una historia de adaptación. A Gregorio Samsa no le preocupa recuperar su cuerpo, ni mucho menos saber qué hizo para despertar convertido en un insecto; lo único en lo que piensa es tomar el próximo tren a su trabajo. Adaptarse y seguir viviendo sin importar lo inquietas que sean sus nuevas extremidades. Ésta es una de las principales ideas que podemos recuperar de nuestro protagonista.

El desconocimiento de las leyes que rigen una realidad aparte no exonera al pobre Samsa de su condena, lo que la hace doblemente absurda y trágica cuando las situaciones se van desencadenando como una avalancha en contra sobre él. Samsa está a merced de las acciones narradas y la voz narrativa, poco o nada, sabe de lo que ocurre; ni siquiera se toma el tiempo o la molestia de revelar en qué tipo de insecto se transformó el personaje, sólo conocemos unos cuantos detalles que más o menos dibujan una figura difícil, rastrera y grotesca.

Al igual que un juicio injusto, Gregorio Samsa conoce su condena, pero no su crimen, escucha los veredictos de sus jueces (su familia), pero no posee una defensa. Y es hacia el trágico final cuando el verdugo, su padre, asesta el último golpe absurdo a lo que no reconoce como hijo, sino como un ser que solía ser su hijo. Una manzana se pudre en la carne viva de Gregorio y es ésta la que al cabo de un tiempo lo mata, como un estigma que nunca cierra, ese pecado mortal que el protagonista nunca buscó ni esperaba, pero que tuvo que pagar, primero, con el arrebato de su cuerpo, después con la pérdida de su familia y, finalmente, con la muerte.

Para muchos lectores, La metamorfosis es una alegoría contundente de la opresión del hombre promedio, la misma que el propio Franz Kafka sintió a lo largo de su vida. Oprimido tanto por un sistema en constante desarrollo, un trabajo lleno de rutinas y una familia sometida por el yugo paterno, el joven Kafka sólo pudo crecer como un hombre enfermizo, débil, introvertido y, seguramente, insatisfecho con su vida.

Desarrolló y ejerció una profesión que lo llenaba de hastío, pero a pesar de ello llegó al grado doctoral en Derecho por presión de su padre, a quien dedicó una larga y profunda carta en la que lo juzga, con el resto de su familia como testigos, y la cual es una de los documentos más estudiados de su obra. Sin duda, esta serie de factores fueron determinantes para dar forma a una parte de su estilo narrativo.

La realidad que Franz Kafka escribe pierde el interés por los detalles más mínimos de sus personajes. Los transforma (en más de una forma) en seres a merced de caprichos absurdos, invisibles e inquebrantables. Algo así como todo un proceso jurídico o burocrático, el esquema fundamental de las sociedades modernas. Basta recordar a otros dos de sus personajes: Josef K y K (a secas), quienes no pueden ser otra cosa más que representaciones literarias del propio Kafka.

Tanto en El Proceso como en El Castillo se nos plantea una situación interminable. Por su parte, Josef K. tiene su encuentro con el destino al ser arrestado una mañana sin un aparente motivo. Es aquí cuando lo kafkiano se presenta y la “transformación” o condena del protagonista ronda entre un ir y venir de acusaciones ambiguas.

En el caso de K, conocemos que una mañana llega a un misterioso pueblo para trabajar como agrimensor, sin embargo, al dirigirse al castillo donde se encuentran los gobernadores del pueblo, queda atrapado en una constante lucha para incorporarse formalmente a su trabajo y, con esto, a la nueva sociedad que lo espera.

La alienación, la organización absurda de la burocracia, el sometimiento ante las figuras de autoridad y la constante pérdida de la identidad en medio de una sociedad en constante cambio son algunos de los principales temas que pueden definir lo kafkiano. Si bien, la obra de Franz Kafka ofrece interpretaciones para todo tipo de lectores, lo cierto es que lo más recomendable es disfrutar su estilo como una muestra de literatura pura. La construcción de sus personajes, el manejo de sus situaciones, la constante duda, el ocultar datos y los elementos externos que rigen la naturaleza del mundo representado conforman una serie de elementos narrativos que han hecho de la obra de Franz Kafka un clásico obligado.

Tal vez la encomienda que dejó a su mejor amigo Max Brod de quemar su obra completa fuera en realidad una liberación de la culpa que sentía por hacerle la vida trágicamente absurda a Gregorio Samsa, Josef K, K, entre otros enfermizos personajes. Pero, como en todo buen juicio, apelaremos a la ficción y declararemos a Franz Kafka inocente.

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