El mar – Luis Huitrón Moreno (México)

¡Ah, el mar! Siempre ha sido para mí un ente muy respetable, pero sólo eso. Me gusta la playa, me gusta la gente, aunque siempre trato de estar solo. No me gusta que me pregunten ¿qué haces?, ¿a qué te dedicas? En fin… Hablaba del mar, pero siempre me pasa que hablo de algo y me desvío, de repente ya estoy hablando de otra cosa.

Desde que era niño me espanta el mar, siento que te puede devorar si quiere. Para ello tenemos muchas muestras en todos los tiempos, pero, ¿quién me iba a decir que tendría tanto tiempo aquí frente a él?

No dejo de pensar, si no me hubiera detenido en ese lugar para comer –ese antojo, carajo–, esa señora que se tardaba tanto –¿por qué tardarse haciendo quesadillas?–. Claro, me tenía que fijar en aquella pelea, en aquel tipo enorme y mal encarado, que de repente sacó un puñal y de un solo movimiento cortó el cuello de dos de sus contrincantes y, antes de que se desangraran, los arrojó al mar.

Los otros dos trataron de huir, por desgracia uno de ellos tropezó y cayó, lo que le dio tiempo a que el hombre lo alcanzara. Cuando lo hizo, el puñal de su mano encontró otro cuerpo para perforar y, claro, tenía que ser el torpe de mí, tenía que reclamarle su desmedida ira–carajo, ¿yo por qué? ¿Por qué le reclamé con todo y mi miedo?–. Y claro, este animal tenía que contestar, tenía que amenazarme, tenía que perseguirme y yo, ¿por qué tomé ese camino? Nunca lo había visto y eso que pasaba mucho por ahí. El auto ya no daba más y tampoco entiendo por qué tanto coraje contra mí, tanto como para seguirme todo ese tiempo. ¿Qué sería? ¿Media hora? No lo sé, total, ya qué s da.

Por el retrovisor ya no se veía nada. Al frente, después de tanta vegetación estaba esa construcción, muy citadina para estar aquí junto al mar y en un camino tan solitario. Pensé: total, a ver qué hay ahí. El lugar era espacioso, una especie de vecindad, de privada, viviendas a un lado y al otro un amplio patio, que en ese momento era iluminado totalmente por el sol. Dejé el auto a un costado de la vecindad y me adentré a ese patio. 

Al principio no vi a nadie, pero conforme avanzaba, sentía que me observaban y el sentimiento se iba acrecentando a cada paso que daba. De repente, observé un par de ojos escudriñando por una ventana y en ese momento se abrió una puerta. Esa cara no la voy a olvidar jamás, su expresión inmediatamente me dio confianza, la paz que reflejaba es difícil de encontrar en la gente y con mayor razón siendo un completo desconocido.

–Hola, amigo, bienvenido a nuestros hogares– fue lo primero que me dijo, mientras me extendía su mano para estrechar la mía. Por si faltaba algo de confianza, me la entregó en ese apretón de manos. Sonreí. Nunca pensé que con tanta presión pudiera sonreír y, por un momento, por un pequeñísimo momento, me olvidé del peligro que me perseguía.

El señor Fuentes –como se presentó conmigo– llamó a gritos a todos los habitantes del lugar. ¿Por qué no me preguntó quién era, qué quería o qué estaba haciendo ahí? Bueno, esas son otras preguntas que no tienen respuestas. Me presentó a todos y cada uno de ellos: niños, adolescentes, adultos, en fin a todos –qué extraño… no recuerdo a nadie enojado o sorprendido–. De repente, recordé la razón de mi llegada y mi premura por escapar, lo cual les comenté y, sin ninguna extrañeza, el señor Fuentes le pidió a una linda mujer:

–Sonia, llévalo a tu casa y que no salga para nada.

La casa de mi anfitriona estaba decorada con un excelente gusto y me dio la sensación de ser más amplia de lo que se veía por fuera. Pero lo que llamó más mi atención fue la maravillosa vista que tenía del mar a través de una puerta de cristal.

Escuché de pronto un gran alboroto en el patio. El motivo era la llegada de mi perseguidor. Por una ventana vi cómo lo recibieron. Al igual que a mí, lo saludaron cordialmente y todos los vecinos lo trataron de conducir a una de las viviendas, pero el se resistió, comenzó a agredirlos, a golpearlos. En un movimiento rápido, el señor Fuentes lo tomó por la espalda y lo inmovilizó, le dijo algo al oído y lo condujo a la vivienda que le tenían designada. Pregunté varias veces a Sonia qué era lo que pasaba y ella tranquilamente me contestaba:

-No te preocupes, no pasa nada extraño. Lo deben estar tratando de convencer de cambiar su actitud. Vamos, come todo tu helado, ¿o no te gustó?

-Sí, claro que me gustó, pero estoy preocupado.

–No, no tienes porqué estarlo. El señor Fuentes y los demás vecinos saben cómo tratarlo. Aprendes muchas cosas viviendo por aquí. Además, te tengo una sorpresa –cómo recuerdo sus palabras…–.

Se me acercó y todos los miedos, las dudas, todo se me borró. Su perfume, su cabello, su vestido, todo en ella era excitante. La tomé por el talle y sin pensar en nada más la besé. La reacción de Sonia al principio fue de sorpresa, pero de inmediato cambió y se entregó a mí.

Primero aquel beso miedoso y casi desesperado, después un deseo irrefrenable. De verdad que no supe qué me pasó, mi deseo por Sonia, a quien acababa de conocer, fue muy grande. Pero ella correspondió completamente a ese deseo. ¡Caray, fue el mejor sexo de toda mi vida!

Después de toda esa pasión, nuevamente escuché mucho alboroto en el patio, lo que comenté con Sonia.

–Esa es la sorpresa de la que te hablé. Hoy tenemos una fiesta y estás invitado. Es más, serás el invitado de honor.

Al caer el sol, llamaron a la puerta de Sonia. Ella y yo nos encontrábamos en el balcón, embelesados con la maravilla que nos brindaba la naturaleza. Atendí a la puerta encontrándome de frente al señor Fuentes, con su gran sonrisa, invitándonos a acompañarlos al patio. Sonia me dijo:

-Ve tú, yo te alcanzo en un momento, me voy a arreglar un poco. –¿Arreglarse qué? Si estaba bellísima, pero, en fin, sabía cómo son las mujeres–.

La fiesta estaba comenzando, pero el ambiente ya estaba en lo más alto. La comida se veía muy bien. Llevaba ya algunas horas sin comer y fue lo primero que hice. Efectivamente, todo era una delicia, pero ¿dónde estaba el señor Fuentes? No lo había visto. Al poco rato lo localicé mientras bailaba muy amenamente con su esposa, una hermosa mujer de mediana edad. Creo que le dije:

-Señor Fuentes, ¿me permite un momento por favor? Señor, disculpe que lo interrumpa pero tengo la duda. ¿Qué pasó con el hombre que me perseguía?

Lo que no olvido es su cara risueña al decirme:

–Ya no te preocupes por ese mal entendido, ya todo se aclaró. Él se fue en paz…

Eso fue todo lo que me dijo porque en ese momento, entre la gente, apareció Sonia, más hermosa que como la había dejado unos minutos antes, cosa que no pensé que se pudiera lograr. Todo lo demás se borró. Ella me tomó de la mano y sin decir nada comenzamos a bailar. No existía nada, nada más que la música, ella y yo. Fue simplemente un embrujo. No sé cuanto tiempo y vino transcurrió, hasta que Sonia, socarronamente, me dijo al oído:

–Vamos a la casa, ahora que ya no estás presionado todo va a ser mejor –y lo fue–.

Qué contrastante es la vida, cómo cambian las cosas en un solo día. Y pensar que estuve a punto de morir a manos de un maniático y unas horas después estaba disfrutando de los placeres de la vida, los placeres más intensos de toda mi vida.

El sol penetró por la ventana lastimando mis párpados no sé por cuánto tiempo, obligándome a despertar. Todavía con flojera, me volví para abrazar a Sonia, pero encontré, en lugar de su hermoso cuerpo, solamente la almohada todavía con el olor de su perfume y su sexo. No me pareció extraño no encontrarla, imaginé que estaba visitando alguna otra vivienda y no pasaría mucho tiempo antes de que regresara. Todavía amodorrado, me levanté de la cama y me dirigí al baño, pensando que una buena ducha me sentaría de maravilla.

En efecto, el agua tibia devolvió a mi mente la tranquilidad que aquellas últimas horas me habían quitado, pero no sabía que eso sería sólo transitorio. Me acerqué a la cocina. No tenía hambre, pero pensé que tenía que comer. Fue raro, no tenía resaca aun con todo lo que bebí. En la cocina pensé que lo mejor sería buscar a Sonia, ya quería verla de nuevo.

Una sensación extraña recorrió mi cuerpo al ver que el patio era el mismo, pero las casas no estaban como las recordaba… Estaban casi en ruinas. Con las manos sudorosas y las piernas temblándome, me acerqué a la que sabía era la casa del señor Fuentes. Pensé que él me podía sacar de esa pesadilla.

La puerta estaba entreabierta y casi cayéndose. Mi reacción al entrar y mirar a mi alrededor fue una mezcla de sorpresa y miedo. La casa se veía abandonada, el polvo estaba acumulado sobre los muebles y el piso formaba una capa muy gruesa, señal de que no había sido removido durante años. Las telarañas eran enormes y estaban por todas partes. Recorrí las habitaciones hasta que al entrar en una de ellas sentí que el corazón se me salía del pecho al ver el cuerpo sin vida de mi perseguidor. Le partieron el corazón en dos con una enorme daga que aún se encontraba incrustada en su cuerpo.

Salí corriendo de ahí y ya de nuevo en el patio, intenté organizar los pensamientos que se agolpaban en mi cabeza –no, no puede ser. Creo que estoy soñando, no lo puedo entender–.

Iba de sorpresa en sorpresa, todas desagradables, pero me faltaba la peor de todas. Encontré una carta, una pequeña carta, que explicaba todo el horror que estaba viviendo. Recuerdo el texto completo a fuerza de leerlo tantas veces.

Querido amigo:

Disfrute su estancia en este lugar que para nosotros constituyó nuestro hogar durante muchos años. Encontrará que ya acostumbrándose es un lugar muy agradable y más vale que lo haga rápido, puesto que su estancia será prolongada (aunque sinceramente espero que no).

Déjeme explicarle lo poco que sé. Este lugar es una especie de limbo. ¿Cree usted en el cielo y el infierno? Si no es así, permítame decirle que debería, pues ahora se encuentra en un lugar intermedio en espera de que sea relevado. Sí, tiene que esperar que alguien más llegue, en ese momento usted decidirá si sale o se queda.

Si es así de fácil, se preguntará, ¿entonces qué hacía tanta gente aquí? Le diré que en determinado momento todos decidimos quedarnos, nos caímos bien y nos acompañamos en este paso definitivo. Algunos ya nos conocíamos, incluso viajábamos juntos cuando llegamos a este… lugar.

A todos nosotros nos ha costado trabajo entender nuestra situación, pero nos hemos apoyado mutuamente y así lo hemos logrado. Esperamos, de verdad todos esperamos, que usted logre entenderlo y aceptarlo lo más pronto posible.

Por la persona que venía siguiéndolo, no se preocupe más, él no volverá, salió de aquí con nosotros, sólo que con otro destino…

Nos costó trabajo convencer a Sonia, ella quería quedarse con usted, pero creo que estará de acuerdo conmigo en que eso sería una locura teniendo la oportunidad de alcanzar su destino en compañía de sus familiares, ¿no lo cree?

Por último, contestaré su pregunta, esa que está a punto de salir de sus labios. Sí, amigo mío, usted está muerto. ¿No me cree? Salga y vea el auto en el que llegó.

No nos juzgue mal, nosotros no pusimos las reglas.

Nos despedimos de usted esperando que encuentre rápidamente la paz interna.

Sus amigos para toda la eternidad.”

Tal vez fue el terror el que me impedía hacer algo, pero realmente ya no era dueño de mis movimientos. Mis manos temblaban como hojas al viento. Fue después de un largo rato que me pude mover y quise confirmar con mis propios ojos lo que el señor Fuentes escribió. No puedo describir mi sentimiento al ver que, en efecto, el auto en el que viajaba estaba destrozado y mi cuerpo en su interior ya no tenía vida.

Ya han pasado diez años de eso y sigo aquí solo, en espera de que alguien venga a relevarme o a pasar el tiempo conmigo. Los días aquí son muy largos, mi único pasatiempo es venir a este balcón que me impresionó desde la primera vez y ver el mar, ese mar del que hablaba antes. Ver su inmensidad es mi tranquilidad.

Luis Humo

Nació a mediados del siglo pasado en la mágica y misteriosa Ciudad de México. Es videógrafo y productor audiovisual desde hace más de 30 años. Narrador de historias ajenas y propias, principalmente de misterio. Productor y presentador del canal Podría pasarte a tiTodos (aunque no lo sepamos) buscamos el porque de las cosas.

 

        

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

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