Consejos de Stevenson para aprender a escribir literatura

Cuando pensamos en escribir literatura, lo más probable es que nuestra mente divague con mil y un ideas mezcladas con sentimientos amorfos que insisten en salir. Historias que ideamos con el afán de sorprender a un lector imaginario, relatos que nos gustaría ver algún día en la pantalla grande, estrofas quiméricas y libres de métrica o, simplemente, pensamientos con varios días de añejamiento.

Italo Calvino mencionó que valdría la pena entender la literatura y la poesía como “el primer acto natural de quien toma conciencia de sí mismo”, acto que coloca la mirada ante el mundo que le rodea para describirlo, estructurarlo y, si es posible, entenderlo. Una tarea nada sencilla, incluso diríamos titánica o monstruosa, si seguimos las palabras del escritor italiano. 

Así llegamos ante la hoja en blanco, el primer gran monstruo al que se enfrenta la persona entusiasta en el oficio de las letras. Pero para la buena fortuna de los escribanos, la escritura nunca ha sido una expresión que deje desamparados a quienes tienen el valor de intentarlo. Voces como la de Robert Louis Stevenson han servido como guías a nuevas generaciones de escritores, no sólo por su obra, sino también por el interés que tuvieron en entender y explicar la creación literaria.

En 1887 y con dos de sus obras cumbres publicadas (La isla del tesoro de 1883 y El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de 1886), Stevenson escribió su artículo “Cómo aprendió Stevenson a escribir, de modo autodidacta” en la College Magazine de Londres. En él relata algunas de sus impresiones sobre el quehacer literario, sus primeros intentos de escritura y los ejercicios que consideraba necesarios como las descripciones y la redacción de un diario.

Sin embargo, para Stevenson no hay truco literario más importante y básico que el conocer, analizar y tratar de imitar el estilo de diferentes autores. Aunque pudiera parecer una trampa, el autor explica sus ventajas:

Siempre que leía un libro o un párrafo que me complacía especialmente, donde se decía una cosa o se presentaba un efecto con propiedad, donde es agazapada una fuerza evidente o un feliz rasgo de estilo, tenía que sentarme enseguida y ponerme a imitar aquello. Claro que no lo conseguía, y yo lo sabía bien. Lo intentaba una y otra vez, y volvía a fallar una y otra vez. Pero en todos estos intentos vanos logré al menos adquirir cierta práctica en el ritmo, la armonía, la construcción y la coordinación de las partes. Así he copiado con diligencia a Hazlitt, a Wordsworth, sir Thomas Browne, Defoe, Hawthorne, Montaigne, Baudelaire y Obermann.

Recuerdo uno de esos trucos de mímica simiesca que titulé La vanidad de la moral; iba a tener una segunda parte, y todo, titulada La vanidad del conocimiento; y como yo no tenía ni moral ni erudición, los títulos eran perfectos. Pero la segunda parte no llegó ni al intento, y la primera la escribí (razón por la cual la invoco para que surja de sus cenizas, como si fuera un fantasma) al menos tres veces: la primera, a la manera de Hazzlit; la segunda, a la manera de Ruskin, que en aquel momento ejercía sobre mí un hechizo pasajero; y la tercera fue un laborioso pastiche de sir Thomas Browne.

[…]

Creo que con lo dicho hasta ahora basta para que se hagan una idea de las artes imitatorias y los esfuerzos de ventrílocuo gracias a los cuales llegue a ver mis primeras palabras impresas en papel.

Esa, nos guste o no, es la forma en que aprendí a escribir y si le he sacado provecho como si no, así ha sido. También fue esta la forma en que aprendió Keats, y nunca hubo un temperamento más adecuado a la literatura que el de Keats; así ha sido, seguramente -nos daríamos cuenta si pudiéramos comprobarlo- como han aprendido todos; y por este motivo, cada vez que hay un revival literario va acompañado o anunciado por una mirada retrospectiva a los modelos anteriores. Tal vez alguno gritará que esa no es manera de ser original. Desde luego que no. No hay manera de ser original, salvo nacer siéndolo. Y aún así, si se nace original, siempre hay algo en el periodo formativo que acaba cortando las alas de esa originalidad. No puede haber nadie más original que Montaigne, ni más especial que Cicerón. Y sin embargo, a ningún experto en la materia se le escapará un detalle: cuánto tiene que haberse esforzado el uno, en su tiempo, para imitar al otro. […] Hasta Shakespeare mismo, el imperial, procede de una escuela de la que -cabe esperar- salen buenos escritores; de una escuela que, casi de modo invariable, produce buenos escritores, salvo alguna excepción. Antes de que pueda decir qué cadencias prefiere, el alumno debe probar todas las que existen; antes de elegir y mantener una clave que se ajuste a él, tiene que haber practicado toda la escala literaria; y sólo tras muchos años haciendo este tipo de gimnasia podrá sentarse al fin, mientras llegan legiones de palabras zumbando a su llamada y docenas de estructuras de la frase se le ofrecen simultáneamente para que escoja. Y entonces, sabiendo lo que quiere hacer y dentro de los estrechos límites de la capacidad humana, podrá hacerlo.

Y la cuestión con estas imitaciones es que son el modelo inimitable que brilla a lo lejos, más allá del alcance del aprendiz. Dejémosle intentarlo si eso quiere, porque sabe que no lo logrará. Y es un proverbio antiguo y acertado el que dice que el fracaso es la única ruta hacia el éxito.

Que hoy en día Stevenson sea un referente de la literatura universal no es un capricho editorial. Entender y cuestionar algunos puntos importantes sobre el quehacer literario, como la originalidad o las corrientes literarias, sólo hablan de la gran perspicacia que tenía cuando se trataba de escribir. 

Tal vez la gimnasia imitatoria no sea un ejercicio que llame mucho la atención a quienes comienzan a escribir. Método cuestionable, sí. Debatible, también. Sin embargo, los resultados de Stevenson hablan por sí solos. Cualquiera que haya sido la intención, el autor inglés dejó una cosa clara: la práctica y la constancia son claves para los oficios más nobles y la literatura nunca será la excepción. 

Referencia:

Stevenson, Robert Louis. “Cómo aprendió Stevenson a escribir, de modo autodidacta” en Escribir. Ensayos sobre literatura. Editorial Páginas de Espuma. México. 2016.

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